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Andanzas

Por siempre José Limón

C

on el sugestivo nombre de Viviendo el legado, la compañía de danza José Limón presentó, en días pasados en el teatro Julio Castillo, un formidable programa de obras claves del bailarín nacido en Culiacán (1908-1972) y del renombrado coreógrafo checo Jiri Kylian, con la cual se abrió el repertorio. La obra de este último, estrenada en 1975 con el Neederlands Dance Theatre, como la del maesto mexicano, goza de total salud y éxito.

La catedral sumergida, con música de Debussy, mezclada con el sonido de las olas sobre la playa, movimientos suaves y ligados, pasiones controladas y esa luz interior, profundamente compenetrada con el estilo de Limón,y su impecable lenguaje en la claridad del desarrollo dramático, de inmediato nos hicieron saber que estábamos ante las ligas mayores de una danza emblemática del repertorio mundial de todos los tiempos.

Siguió El emperador Jones con toda la fuerza y dramatismo de la danza masculina del maestro mexicano, basada en la obra teatral de Eugene O’Neill con más de 50 años de que se estrenó, paseó por la escena las pasiones del poder, la codicia y la traición en una narrativa que no envejece, mostrando una actualidad sorprendente que todos conocemos, pero que hemos olvidado, y que fue ampliamente ovacionada por un público que no perdía detalle en su respetuoso silencio.

Evidentemente aquel surgir de la danza moderna en Estados Unidos, sistematizada y codificada en los años 20 por la gran escuela Denishawn, a la que también perteneció la mentora y directora artística de la compañía de Limón, Doris Humphrey, luego de haber estudiado con ella y Charles Weidman en su Escuela de Nueva York durante muchos años, marcaron indiscutiblemente la vertiente más humanista y consciente de la danza del siglo XX, sin merma alguna para la obra de Martha Graham.

Limón, hijo de este movimiento, conquistó para la danza moderna el nicho que posee en la cultura estadunidense y su influencia en países, en los que la semilla ha florecido y dejado huella, como en México, cuando vino por varias temporadas, a colaborar con el Ballet Oficial de Bellas Artes, invitado por aquel gran personaje Miguel Covarrubias, director del departamento de danza, del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en los años 50. Desgraciadamente, aquella gran compañía ya no existe y la huella de Limón se lleva en el corazón del público conocedor y en uno que otro curso sobre la técnica del maestro que aún se imparte por ahí, quién sabe cómo.

La obra de Limón es eterna porque logró captar y traducir esencias intemporales de la naturaleza humana, con la grandiosidad de un lenguaje sólido, sencillo y profundo que refleja el corazón auténtico del arte de la danza.

En la obra Misa brevis, con música de Juan Sebastian Bach, en un alarde sincrético de composición coreográfica, transmutada con la religiosidad y prístina belleza de la música del maestro alemán, el rezo, la piedad el amor…, los ojos limpios en el rostro purísimo sublimado, transformaron a los bailarines en ángeles o criaturas resplandecientes en la armonía del movimiento, iluminadas por la fe indestructible que conmueve montañas, aglutina y celebra en todas las formas el nombre de Dios.

Enorme la labor de la gran Carla Maxwell, directora artística del grupo desde la muerte del maestro, en 1972; de Roxane D’Orleans, directora asociada, y de cada bailarín, técnico y personaje que ha contribuido a la continuidad y existencia de esta joya, estuche precioso de talentos incomparables de obras vivas, palpitantes, y vigentes como nunca, en esta locura esquizofrénica y violenta que vive el planeta azul, aún rescatable de su irreparable condena. Presentaron la compañía, la fundación Metlife, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el INBA y el gobierno federal entre otros. Bravo.