Los pueblos piensan y actúan diferente

 

Tan previsible como lamentable ha sido el empecinamiento del gobierno calderoniano en su guerra (en sus términos), como si las gentes no contáramos. Cuestionado en las últimas semanas como no lo había sido desde que comenzó su periodo (los desastres, como los enanos de Werner Herzog, también comenzaron desde pequeños), lo más que acierta a declarar es que escuchará los reclamos de los ciudadanos que piensan diferente, intercambiará impresiones si se puede, pero de que va a cambiar, ni pensarlo. Su-estrategia-es-la-buena-y-los-buenos-van-ganando.

Pues que con su pan se lo coma. Pueblos y ciudadanos de a pie ya caminan en su propia dirección.

Los gobernantes, montados en una guerra desorganizada que para nosotros es esencialmente ajena, ni lo mencionan (y menos los periódicos paleros y los noticieros ídem) pero tienen abierto además un frente contra las comunidades indígenas de todo el país. Existen estrategias de agresión, confrontación y despojo, intensa promoción de la desintegración comunitaria, cerco militar, policiaco, paramilitar. Y viendo la composición y los métodos de algunos grupos criminales “organizados”, quizá sea hora de reformular el significado de lo “paramilitar”.

¿O qué son los vándalos que asaltan a los pueblos tepehuanes en Durango, queman las casas, asesinan impunemente, y hasta reinciden? ¿Los atacantes, tan brutales, de los comuneros purhépechas de Cherán? ¿Los cazadores de varones en la sierra Tarahumara, un genocidio en marcha pero encubierto? ¿Los saqueadores de la Radio Huave y su evidente intención de silenciarla? ¿Los usurpadores que tienen a cinco tzeltales presos y una comunidad sitiada en San Sebastián Bachajón? ¿Los que entran a matar en la sierra de Petatlán?

Según el empresarial Centro de Estudios, Investigaciones e Innovación Tecnológica de la Valuación para América Latina, 40 por ciento de la tierra ejidal ha sido vendida en los pasados 19 años, desde que se reformó (¿reformuló) el artículo 27 constitucional, en la gran hazaña salinista (plus Arturo Warman) que dio inicio a la debacle neoliberal del agro mexicano. No obstante, si bien la situación de la propiedad indígena y campesina es grave, algunos analistas dudan de estos cálculos que no cuadran con otras investigaciones que demuestran que la resistencia de los ejidos y las comunidades, o al menos su desconfianza, han sido mayores a lo que esperaron las autoridades —se supone que competentes— de los últimos cuatro gobiernos de la vergüenza. Sus “programas” y “solidaridades” no han tenido ningún largo plazo; con sus engaños han abonado el estado de guerra continua, la expansión del narco, el sostenido incremento de la pobreza.

Dicho estado de guerra posee una vertiente vistosa y sangrienta: la que “combate” al crimen “organizado”. Pero hay otras guerras. La más extendida, junto con la mencionada, es la que va contra las comunidades originarias (es de exterminio según los zapatistas y el Congreso Nacional Indígena): atenaza la Huasteca potosina, las sierras de Veracruz, los cucapá en el sobaco del mar de California, los nahuas del norte de Michoacán, y muy particularmente los pueblos mayas de Chiapas.

La inesperada y casi repentina aparición pública de las bases de apoyo del ezln el 7 de mayo, hasta colmar la plaza central de San Cristóbal de las Casas, ni siquiera pretendió recordar la guerra que sus comunidades viven cotidianamente hace 17 años, los que llevan de resistencia, autonomía y buen gobierno. Los zapatistas se movilizaron para demandar un alto a las otras guerras de ese estado de guerra; esta vez no hablaron de la suya. A pesar del increíble, injustificado y antiprofesional silencio mediático, entre 15 y 20 mil indígenas zapatistas demostraron que aquí siguen, en guardia.

No son los únicos. Los wixárika andan defendiendo sus sierras jaliscienses, y en tierra adentro, el desierto de Virikuta. La policía comunitaria guerrerense tiene bien puesto el ojo en la Montaña organizada. En las comunidades zapotecas del Istmo de Tehuantepec crece el rechazo al fraude de las transnacionales españolas de energía eólica. Los pueblos yaquis están al pie del cañón para defender su río y su valle.

La guerra del gobierno contra el crimen es desorganizada, el enemigo no tiene forma y suele parecerse al poder institucional (de este reflejo mutuo van cuatro o más sexenios). Los pueblos indígenas en cambio no se les parecen. Piensan y actúan diferente. No dejan de organizarse. No permanecen impotentes ante el arrasamiento. Aprenden. Resisten. No han dejado de hacerlo.

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