Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de mayo de 2011 Num: 843

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Hablo...
Manolis Anagnostakis

Ritual
Salvador García

Con la música a otra parte (la lírica migrante queretana)
Agustín Escobar Ledesma

Fechas como cortes
de caja

Raúl Olvera Mijares entrevista con Rafael Tovar y de Teresa

El otro Melchor
Orlando Ortiz

Del imaginario y
otras teorías

Natacha Koss

Se toca lo que se escucha
Alain Derbez

Leer

Columnas:
El sobreviviente
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Teatro al final de la vía

Roma al final de la vía, de Daniel Serrano y dirigida por Alberto Lomnitz, es una oportunidad para entender una paradoja: la multiplicidad de personajes y vidas que nos habitan, junto a la firmeza de una identidad que mantiene vivo el deseo.

La obra se inicia con dos mujeres, Evangelina (Norma Angélica) y Emilia (Julieta Ortiz) en el límite de una vía, a punto de tomar un tren que las conduciría más lejos que sus sueños. Aunque se proponen un destino múltiple en el anagrama que conforma la palabra Roma, lo que está en juego es una identidad de la que se desconfía, difícil de asir, a tal grado que el sueño se posterga indefinidamente y el tren pasa, se les va una y otra vez y así será, es un transcurso que –glosando a Borges– durará más allá de su olvido y no sabrá nunca que jamás se han ido.

El nombre de esta compañía, Escape Girls, es conmovedor y preciso para este par de mujeres habitadas por lo arcaico, lo prometeico y lo postrero. Son un momento, una fugacidad, unas chicas provocadoras de fecundos escapismos. La seriedad y el rigor de su propuesta las encaminó con un director que hace del montaje una visión teatral contemporánea, donde el teatro, los lenguajes y herramientas de lo escénico, están sobre la escena, ni se ocultan ni se disimulan.

En buena compañía escenográfica, Alberto Lomnitz dispuso que sobre el escenario tuvieran lugar los cambios de vestuario externo e interno, y que el apoyo de unas luces móviles acompañen, cobijen y nos den el sentido de la continuidad (eso que llamamos “lo que sigue”) y que en un guiño ya estemos instalados en otro tiempo, en otro tono emocional.

Quien conozca el trabajo de Alberto Lomintz sabe, con todo y la enorme solvencia de estas dos actrices, que ha desarrollado cualidades y alcanzado logros enormes en lo que se refiere a la corporalidad y la voz del actor. Y justamente esta obra bien podría ser una exposición doctoral sobre la comprensión del transcurso del tiempo y su relación con el cuerpo. Una exposición doctoral también sobre la proyección de la voz.

Con todo y que la sabiduría literaria y escénica de Lomnitz son una garantía contra la inoperancia de un texto inservible para la escena, el texto de Daniel Serrano está cargado de un alto sentido del espacio, de la temporalidad, y le ofrece al actor la oportunidad de reflexionar a profundidad sobre su propia condición emocional, escénica, circunstancial y corporal, que las actrices aprovechan con creces y que el director modera y crea.

Entre los temas de esta obra está uno fundamental, el de la amistad actoral. No es obvio, pero tampoco está oculta la dinámica que entre las actrices tiene lugar y que forma parte de una línea artística con la que Lomnitz ha hecho posible algunas otras comuniones teatrales y consiste en que los actores sean capaces de crear entre ellos una gran convicción y una forma irreductible de verdad en aquello que representan. Aquí tanto Emilia como Evangelina están convencidas de que lo que una y otra dicen es verdad. Convicción del actor y el personaje que a un tiempo son el termómetro del que mira la escena.

El teatro es condensación, síntesis, poética de la vida. Uno quisiera que en todos los grados de la existencia fuera posible esa amistad entre dos personas capaces de escucharse, de tratar de entender qué le pasa al otro y qué le pasaría a uno si estuviera en ese lugar. Aquí son dos mujeres y las cosas que ocurren no son las que le suceden a los hombres. Se trata de un viaje al fondo del gineceo que identifica esas zonas primordiales/ pulsionales/ hormonales/constitucionales desde donde las mujeres se comunican auténticamente con el mundo sin apoyarse en clichés.

El tratamiento de lo femenino es de gran delicadeza, sin maniqueísmos, sin dejar a un lado las decisiones cruciales que definen a uno y otro sexos frente a sí mismos y un nosotros que se juega en la confidencialidad, la discreción, la audacia, la solidaridad, la curiosidad, los celos y esa rivalidad que no destruye lo afianzado en una niñez donde la clave es, insisto, la escucha, la tolerancia y la solidaridad que culmina con ese par de mujeres que semejan un par de esculturas de Zúñiga, envueltas en su rebozo de donde salen palabras que nos llegan como eco y sentencia.

Bajo esta concepción teatral, para que el mundo exista basta con que haya dos; una certidumbre compartida por lo menos de Cervantes y Shakespeare hasta Flaubert, y Stoppard.

Se exhibe en el Teatro Casa de la Paz, Cozumel 33, de jueves a domingo.