Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de abril de 2011 Num: 842

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

México, el país y sus miedos
Alejandra Atala

La revolución
somos nosotros

Claudia Gómez Haro entrevista
con Octavio Fernández Barrios

La narrativa mexicana: entre la violencia
y el narcotráfico

Gerardo Bustamante Bermúdez

Erasmo: necedad
y melancolía

Augusto Isla

Un vicio como otro
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Preguntas incómodas

Me gustaría hacer algunas preguntas a Emilio Azcárraga Jean y a Ricardo Salinas Pliego, sendos propietarios, ya por herencia, ya por turbios arreglos cupulares, de las dos principales televisoras mexicanas, Televisa y Televisión Azteca (esta última hoy conocida solamente por el toponímico ancestral que es, por cierto, potestad de todos los mexicanos y no rúbrica comercial de una empresa de telecomunicaciones).

Me gustaría saber, en primer lugar, quién, cómo, cuándo o por qué se decidió que la televisión mexicana debe ser sinónimo de antitética basura para el pensamiento crítico, relleno vil para el minutero, entretenimiento mediocre y humor vulgar, periodismo amarillista o en connivencia constante con el poder político. ¿Es porque hay una especie de arreglo con las sucesivas presidencias, todas nefastas, de los últimos, digamos, sesenta años?, ¿es porque probado el poder de penetración social de la televisión, resulta mejor como una suerte de opiáceo, antígeno de la reflexión y el cuestionamiento para que la masa apenas tenga capacidad o interés de reaccionar ante los abusos, ésos sí documentados, del poder político mexicano, indefectiblemente corrupto e irremediablemente adicto a la procrastinación y al peculado?

¿Por qué temen la competencia? ¿Es la única razón que sustenta la existencia de sus vastos, imperiales tinglados seguir ganando dinero a carretadas?, ¿no hay nada más en el horizonte de un gigante de las telecomunicaciones que seguir paleando billetes?, ¿eso les explicarían a sus hijos como tesis de vida, lo único importante, cueste lo que cueste, es amasar marmaja, sumar cueros de rana, acumular riqueza con que desmarcarse de las hordas del lumpen que los rodea pero sintoniza fiel, vacunamente todos los días sus canales de televisión-basura?; y al final del día, ¿qué se siente ser tan poderoso, saberse capaz de cabildear en pos de un capricho o de la manutención ad aeternum de canonjías fiscales en un país de pobres, probarse a sí mismo que con dinero bailan el perro, el diputado y el senador que legislan a modo de una empresa, no del pueblo?, ¿es satisfactorio mirarse en el espejo y decirse mira, los organismos reguladores del Estado, aunque ello en esencia significa violentar los preceptos más elementales de legalidad sobre la que deberíamos todos construir un país, me los paso por los destos, los reordeno y desordeno, quito y pongo, mangoneo y a la mierda la ley, el bienestar común, el primordial derecho de la mayoría? ¿Basta para limpiar sus famélicas conciencias tener fundaciones supuestamente altruistas con las que triangulan primorosamente la deducción de los pocos impuestos que se dignan aportar al erario público? ¿Creen que los exime de su inconmensurable, histórica ya responsabilidad social en la tugurización del ideario colectivo mexicano levantar la carpa circense anual del Teletón?

Y ya dueños de la vasta mayoría de lo que se ve en televisión en México, convertidos de manera soterrada en el referente informativo de la mayoría de los televidentes de este país, ¿por qué mantener la pobreza de contenidos, exacerbar la estupidez y la vulgaridad?, ¿por qué seguir produciendo escoria televisiva como Ventaneando o Cien mexicanos dijieron (sic) en lugar de proporcionar contenidos que revistan una mejor televisión, un poco más de arte y cultura, temas que mejoren la calidad de vida de la gente, que la acerquen al clasicismo estético y universal, incluyendo la demosofía artística de lo mexicano?

¿Realmente no te importa, Emilio?, ¿de veras, Ricardo, no crees que le debes mucho, tanto y más a la credulidad, la apatía –que no paciencia– y en última instancia a esa nefasta mezcla de pasividad y anuencia que es idiosincrasia del mexicano que, como dijera La India María, canta y aguanta?, ¿no sería hora de retribuir un poco al mediano plazo para hacer de futuras generaciones gente menos lerda, más crítica, más dispuesta a mejorar su entorno por sí misma?, ¿realmente creen toda esa parafernalia discursiva de que un cambio social en México es peligroso para sus omnímodos intereses comerciales?

¿Por qué privilegiar la maledicencia como entretenimiento, el chisme artero como diversión, hacer sustancia del escarnio, la burla, el escándalo y dejar fuera de la ecuación de lo masivo la filosofía, las bellas artes, el análisis de la realidad nacional desde una óptica multiplicada y secular?, ¿por qué, como con toda certeza acuñó Carlos Monsiváis con tinta mineral, eterna, hacer de la televisión exilio de inteligencia?