Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de marzo de 2011 Num: 837

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Cartas de Carlos Pellicer
Carlos Pellicer López

El animal del lenguaje
Emiliano Becerril

Los ojos de los que no están
Raúl Olvera Mijares entrevista con Benito Taibo

Cézanne, retrato del artista fracasado
Manuel Vicent

Creador de sueños
Miguel Ángel Muñoz

Un inspector de tranvías
Baldomero Fernández Moreno

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Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Los fantasmas domésticos de Gabriela Ochoa

Tres para el almuerzo, de y bajo la dirección de Gabriela Ochoa, es un montaje sobre un tema trivial, el deterioro de la pareja, sus inercias y desgracias, donde se elabora un conjunto de propuestas actorales y escénicas que interpretan y traducen el mundo interno, psíquico y emocional de Minerva (Jacqueline Serafín) y que se sostienen en una mesura íntima pero de tono orquestal donde cada uno de los fantasmas que aparecen en escena son instrumentos que se pulsan con delicadeza, con un ritmo sostenido que transita de la comedia a la farsa, y que desborda lo escénico con una propuesta sobria en lo que de dancístico tiene ese delicado equilibrio que, sobre las puntas y en cargas y recargas, expone corporalmente Serafín.

Poderosa actoralidad la del dúo conformado por Minerva y su madre (Romina Coccio), quien mantiene en vilo un discurso impostado, recitado, que arroja como un salivazo sobre su hija y que se erige como una de las fuentes de la desdicha y la sujeción a los lugares comunes y las trampas que tiene la cultura, la inercia, la invisible dominación patrimonioconyugal.

Congelada, refrigerada, condenada al ostracismo de la oscuridad y el frío, la madre de Minerva se revela al encierro. Sale y entra del refrigerador que es sólo uno de los múltiples umbrales, juguetes, plasticidades de la escena, que esta creativa y profesional compañía ha elaborado para hacer fluir al cuarteto de personajes enmarcados en una escenografía que merece que desglosemos sus créditos porque así, diferenciados, transcurren a lo largo de un montaje donde el peso está todo el tiempo en todo el conjunto.

La escenografía está conformada por el concepto de Mobiliario base, a cargo de Felipe Lozano Schmitt y Hugo Pérez; Arte, unidad y adaptación, por Iker Vicente y José Antonio Garduño, con la realización de Jesús Tanque Cuevas y Juan Manuel Ramos, los vestuarios diseñados por Jacqueline Serafín y realizados por Reyna Estrada se iluminan con el Diseño de iluminación de Martín López Brie; todos al ritmo de la Música original y el diseño sonoro de Genaro Ochoa.

Si hago este repaso al programa es porque se tiene que saber que la capacidad de “sincronizar”, de poner a punto un bordado tan fino, exige un elaborado trabajo de consenso y diálogo; porque cada una de las partes termina por tener una autoría en su propio dominio, pues no se trata nada más de que el vestuario funcione y luz y música entren a tiempo. Hay una voluntad conceptual que confirma lo que dice el programa que son: una compañía.

El texto es un acontecer que hilvana aquí y allá, que describe, que por momentos califica, que es un grito sordo, que también organiza el relato e  inscribe en el tiempo a los personajes visitantes, que están muertos, que ya no son más, que son el olvido que una memoria sincopada y fársica convoca para que asistamos a todos los futuros posibles de Minerva. Eso que solemos ver como “dramaturgia”, como vértebra y columna de un discurso donde todo se le confía a las palabras, es un fino bordado de acotaciones, tareas escénicas e instrucciones escenográficas y de iluminación.

Parte de la dramaturgia, como declaración textual, la hace posible Romina Coccio, sobre quien están los turnos explosivos de humor y un tono que alcanza las dimensiones de lo carnavalesco en el concierto y la complicidad que la madre es capaz de establecer con Filiberto (Juan Carlos Medellín), amante de su hija, y su yerno Joaquín (Jorge Núñez) inerme, autómata de su mundo inmotivado e inmóvil.

Me parece muy afortunado que la propia Gabriela Ochoa dirija la obra que primero tuvo destino sobre el papel, porque permite ver el tránsito de una imaginación escrita a un horizonte representado. La edición que se hizo en Tierra Adentro de las obras ganadoras del premio de joven dramaturgia Gerardo Mancebo del Castillo 2010 le permite a la comunidad que hace el teatro mexicano acercarse al pormenor de un trabajo indudablemente de equipo y tener alcances comparativos.

Podrá verse hasta el 27 de marzo, de jueves a domingo, en el Teatro Casa de la Paz. Es un esfuerzo artístico que logró consolidarse en la puesta en escena, doble mérito, porque se trata de una mención que no tenía asignado algún tipo de retribución monetaria ni el montaje de la obra.

La trivialidad del universo doméstico reinterpretado con imaginación nos devuelve a una cotidianidad irrespirable a la que siempre valdrá la pena renunciar, por doloroso que sea.