Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de marzo de 2011 Num: 836

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres cuentos
Orlando Monsalve

Céline, bagatelas
de un aniversario

Gabriel Santander

La aguja en el arenal
(poesía joven de Jalisco)

Philip K. Dick,
el filósofo escritor

Matteo Dean

Las manos de John Berger
Ángela Pradelli

Palabras
John Berger

Grandeza y miseria de
un vestido y un cocodrilo

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Jorge Moch
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Hastío

Los cánones dictan otra cosa: la toma de distancia, la entelequia de la objetividad, já. En acto de periodística impudicia, aparezco en este texto con una confesión: estoy harto. Será que me estoy poniendo viejo, que el aislamiento denodado, procurado por lustros, va pasando factura. El mundo, el país, se nos están volviendo lugares de espanto, aterradores. O yo estoy cada día más blando.

Hemos hecho callo. Ante la mentira oficial de la propaganda, el “aquí no pasa nada”, el “en otros lugares del mundo están peor que nosotros”, qué consuelo estúpido, la tragedia diaria, multiplicada, siempre sangrienta, siempre espeluznante, tasando la ineptitud del gobierno, la ineficacia, la abulia, la corrupción y la cobardía de sus palafreneros burócratas, policías, administradores, esa caterva de gente dedicada no a servir a su país, sino a chuparle la sangre, el tuétano, la dignidad. Ya no importan los fraudes electorales pasados porque el circo está por volver a empezar, con sus discursos con sabor a triunfo, de trompas infladas de tanto evocar palabras como libertad, progreso y democracia, sobre todo democracia, esa ninfa a la que se somete en este país a toda clase de vejaciones, al más vil emputecimiento, con los pretextos más idiotas que se pueda uno imaginar: que si las alianzas contra los viejos tiranos, como si los de ahora hubieran hecho algo mejor en lugar de llenarnos el presente y posiblemente buena parte del futuro de violencia, hipotecado en mierda y sangre, que ora sí, otra vez, como siempre, los parásitos nos van a cumplir sus promesas estúpidas.

Y pobreza, estoy harto de ver tanta pobreza, de preguntarme por qué hay una niñita de dos o tres años de edad que aprovecha los semáforos en rojo para hacer con un trapito como que limpia los espejos retrovisores de la gente que ya, a fuerza de ver tanta indigencia, tanta necesidad irresuelta, tanto abuso cotidiano, difícilmente nos conmovemos con sus pies descalzos, diminutos, sucios, y vemos mejor al frente, al horizonte de mofles y asfalto y más luces rojas, y antenas de televisión por todos lados, y anuncios espectaculares con los que la ciudad se niega a sí misma, se viste de porquería para ayudarnos a ignorar esa pequeña llaga de la sociedad, esa niña a la que por las mañanas deja en el crucero una camioneta, con otros niños menesterosos, cundidos de piojos, desnutridos, con mujeres indígenas que no quiero imaginar la clase de vida que llevan allí donde van a pasar la noche, con jovencitos que a los catorce ya son padres de esa criatura, la de los camellones, o del bultito que la madre-niña carga ya en un rebozo a la espalda mientras extiende la mano entre los coches. Contingentes de limosneros y menesterosos que vemos todos los días sin verlos, en prácticamente todas nuestras ciudades, un paisaje urbano envilecido por el abuso de unos, la indigencia de otros y la indiferencia de los más.

¿Dónde está el tan cacareado Desarrollo Integral para la Familia?, ¿a las familias de indígenas explotados, a los niños que se drogan con activo en las calles para paliar la mordedura del hambre –pero nunca la del desprecio–, a los maromeros, tragafuegos, limpiavidrios… les negamos el desarrollo integral de sus familias por decreto?, ¿cómo puede haber funcionarios o empresarios o clérigos que hablan engolados de paz, de armonía, de crecimiento, si voltean para otro lado cuando la niña del crucero se acerca a mendigar unas monedas a cambio de embarrar con un poco de pobreza la asepsia de los retrovisores eléctricos de sus autos, los parabrisas de sus cabinas cómodamente climatizadas?

Perdido el rumbo, no es gratuita la duda de que haya una salida del pozo. Ante la miseria de la niña del crucero, ante la tragedia de miles de niñas como ella a las que les espera una vida callejera y horrible, de esclavitud y prostitución, qué importa el pleito entre los millonarios Azcárraga, Slim y Salinas, o si Volpi hizo un buen trabajo –no– al frente de la televisión cultural del Estado. Qué importan los impuestos, o lo que piense Obama de México, si en el hastío trágico en el que estamos sumidos nos hemos entumecido, y somos ya incapaces de sentir algo tan sublime como la misericordia o la compasión verdadera, sin necesidad de rezos ni dioses ni ídolos sangrantes, sin crucificados.

Sino eso, simplemente, misericordia. Qué bueno sería recuperar esa palabra, buscarla en el diccionario y pensar un rato cada día en ella. Para no ahogarnos en el hastío. O simplemente recordar quiénes fuimos no hace mucho.