Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de marzo de 2011 Num: 835

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Tres poemas
Lefteris Poulios

Educación y lectura en México: una década perdida
Juan Domingo Argüelles

El humor no es cosa de risa
Enrique Héctor González

El humor: vivir la gracia
Ricardo Guzmán Wolffer

El observatorio de Tonantzintla
Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

En defensa del muerto

Para María Rivera

Uno de los aspectos más desagradables de los días que corren es la absoluta falta de respeto que algunos medios impresos manifiestan por los muertos. Todas las mañanas, los toscos encabezados de El Gráfico y periódicos afines, insultan tanto a la víctima como al lector con un chiste malo, generalmente a costa de un cadáver maltratado. La popularidad de estas publicaciones, además, hace imposible la huida. Se venden y leen en todas partes, mientras los inconformes atestiguamos con melancolía cómo avanza la labor del embrutecimiento que se busca imponer a la conciencia.

Yo, al menos, estoy cansada de las estúpidas alusiones a las formas de matar, al aspecto de los restos, al número de muertos. Porque lo obvio se olvida: esos muertos eran hombres y mujeres. Hijos, hermanos, padres de alguien. La broma innoble añade aun más daño a la muerte violenta. Las familias, aturdidas por el sufrimiento y el luto, quizás aterrorizadas –muchos de los muertos en la “guerra contra el narco” de Felipe Calderón son abandonados en la fosa común por miedo a las represalias– o sin dinero para el entierro, no se ocupan de los periódicos, del tratamiento burlón que se dio a su difunto. ¿Quién puede gastar dinero y energía en demandar al periódico que sacó la foto y el encabezado burlón? Estas familias, me temo, con su pérdida tienen. Pero habría que reflexionar acerca de la responsabilidad del acto de mostrar, aun en estos días de impudicia, en los que la vida privada y la reflexión retroceden ante los talk shows conducidos por personajes escogidos por su disposición al escándalo (Laura Bozzo, Niurka Marcos, yo qué sé) y el nihilismo disfrazado de savoir faire.

La Historia nos enseña que el maltrato del cadáver es una forma extremosa de amenaza y castigo. Los narcotraficantes, al dejar cabezas con narcomensajes, cuerpos colgados o partes humanas regadas por la calle, incurren y tengo para mí que lo intuyen perversamente, en una profanación de graves consecuencias. La primera derivación, el efecto que sigue inmediatamente al asesinato de la víctima, es la advertencia: “Mira mi poder y tenme miedo”, nos ordena. Así, el periodista que pone en primera plana la fotografía de la cabeza en la hielera con un encabezado que reza Cholla congelada no sólo corea la orden: la exacerba con el ladrido de la hiena.

Ya lo ha explicado con diáfana inteligencia el médico y ensayista Francisco González Crussí en el libro Animación suspendida:  “ El dejar expuesto el cuerpo de un criminal para pudrirse o ser devorado por depredadores es una forma de castigo post mortem que añade mayor dureza a la ejecución.” Por eso me encoleriza que muchos periódicos les hagan el juego a los sicarios y verdugos. Las víctimas deberían ser más importantes que el dinero, pero no lo son. En eso se igualan los criminales, el gobierno y ciertos medios: en usar la sangre.

Algunos defienden esta postura con el argumento del rating: Carlos Marín, por ejemplo, lo discutió con Héctor Aguilar Camín en la radio cuando decidió mostrar en la portada de Milenio a hombres “pozoleados” en tambos. Dijo que era asunto de rating. Aguilar Camín argumentaba que en el periodismo el rating no era todo, luego hubo un corte y la discusión se quedó sin resolver.

Yo creo que falta hablar de la dignidad y la piedad, esas posturas espirituales que se corresponden con una ética avanzada; que nos distinguen de los animales y que en este momento se quieren arrinconar para ser cooptadas por los cursis. La piedad se asocia con el desprecio –no me tengan lástima, gritan los personajes de las telenovelas–, con la cursilería y la debilidad, pero es todo lo contrario. En la auténtica piedad hay imaginación, voluntad y una forma sutil del valor. En la dignidad hay un examen de las circunstancias propias y ajenas que se distingue netamente de lo que Chesterton llamaba “el sentimentalismo del diablo”, es decir la indulgencia generalizada, añadida al olvido de la responsabilidad individual.

Aquí cito a C. S. Lewis: “La rectitud elemental de la respuesta humana, que tan dispuestos estamos a tachar con epítetos hirientes como ‘manida’, ‘tosca’, ‘burguesa’, ‘convencional’, lejos de estar ‘dada’ es un delicado equilibrio de costumbres aprendidas, laboriosamente adquiridas y fácilmente perdidas.”

Mucho de lo que somos, y todo de lo aspiramos a ser, depende de entender esto.