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Ver día anteriorDomingo 20 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Esperón, El Negro Ojeda y Toussaint, o la olvidada defensa de lo propio

L

o propio es lo que permite sumar rasgos de identidad, creaciones del alma de nuestra comunidad, a las de otros. Esta suma, sin degradarse sino enriqueciéndose, es lo que nos hace individuos verdaderamente universales a partir de expresiones locales producto del espíritu de los pobladores de un país o una región con características e historia comunes. La propia identidad favorece entonces la apertura hacia otras identidades y su valoración, al tiempo que opone saludable resistencia a expresiones que debilitan rasgos de identidad auténticos, aunque esas expresiones sean impuestas por los globalizonzos al servicio del rating.

Tres mexicanos magníficos fallecieron con pocos días de diferencia. A lo largo de su existencia y sin falsas disyuntivas, tuvieron muy claro los conceptos de identidad, de mexicanidad y de universalidad a partir de su respectiva y espléndida expresión musical, nutrida de lo propio y del mundo, pues la bizantina discusión entre nacionalismo e internacionalismo termina cuando uno y otro nutren o pervierten el alma de los pueblos.

Así, Manuel Esperón, Salvador El Negro Ojeda y Eugenio Toussaint iluminaron este país y este planeta con la luz de su talento musical e interpretativo a partir de una identidad enriquecida por lo de dentro y lo de fuera, sabedores de que la raza humana, siendo una, es múltiple y diversa en las manifestaciones de su espíritu. Que los medios electrónicos –privados y públicos– de este país no hayan sabido aprovecharlos en toda su dimensión es problema de esos medios y del país que los padece, no de tan extraordinarios creadores-espejo de lo mejor de su pueblo, y a quienes agradecemos emocionados la capacidad que tuvieron para expresarnos ante nosotros y ante el mundo.

¿Y de toros? Ah, sí, de toros. Se ha vuelto tan poco expresiva de nuestra identidad la llamada fiesta brava a partir del desbravamiento de toros, toreros, empresas, crítica, autoridades y público, que pareciera que ya sólo queda la desinformada bravura de subsidiados antitaurinos para darle sentido al encuentro sacrificial entre dos individuos, reducido hoy a pasarela de vanidades, entreguismos y coloniaje alegre, precisamente por las limitaciones de los taurinos para entender la tradición taurina de México como otra expresión de su identidad.

El problema es que la identidad cultural de los pueblos exige convicción, autoestima, inteligencia, sensibilidad, compromiso y trabajo conjunto a partir de la individualidad creadora de los artistas. De otro modo cada quien se refugia en su casa y el rating en la de todos, para desgracia de los países dependientes y de su salud identitaria.

Lo que sucede con la rica y variada tradición musical de México, que algunos idiotas expulsaron de los medios electrónicos para privilegiar la corriente grupera y voces de marranas y marranos atorados, sucede con la fiesta de toros, reducida, salvo confirmadoras excepciones, a vendedores de novillos por toros, a importadores de figuras extranjeras y a comparsas locales, mientras un público ocasional aplaude a tiovivos de a pie y de a caballo, que llenan sus bolsillos sin contribuir a la dinamización y reposicionamiento del espectáculo el resto del año.

Estos tiovivos, si no triunfan con el lote que sortearon, tienen el privilegio de que se les obsequie –sobran postrados y ob sequiosos– el apetecido torito de regalo, con el que suelen triunfar para contento de ingenuos, no para mostrar esas fotografías en su país de origen donde, con una identidad firme, no se andan con cuentos ni con dependencias que los obliguen a importar toreros sin ton ni son. Allá, los empresarios hacen figuras; acá prefieren importarlas. Es la fiestecita privada de los barones del dinero, incapaces de entender lo que significa autoestima, inteligencia, sensibilidad, compromiso y trabajo conjunto en favor de la identidad cultural del que supuestamente es su país.