Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de febrero de 2011 Num: 831

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Cuidado con la nostalgia, os matará
Yannis Kondós

Embebidos con las letras
Emiliano Becerril

Emmanuel Carrère: enfrentarse al asombro
Jorge Gudiño

Morente vuelve a México
Alain Derbez entrevista con
Enrique Morente

El pudor, la piel de la conciencia
Fabrizio Andreella

In memoriam James Dean
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Emmanuel Carrère:
enfrentarse al asombro

Jorge Gudiño

La polémica ha durado demasiado tiempo, incluso se ha utilizado para exaltar las virtudes de productos poco relacionados con la literatura. Más allá de eso, sigue vigente: ¿supera la realidad a la ficción o es justo lo contrario? Sea cual fuere la respuesta, es probable que ésta se encuentre dentro de la misma pregunta, como suele suceder en la mayor parte de los casos. Mejor aún, es reflexionando en torno a la existencia misma del cuestionamiento que se puede aventurar una respuesta que no se base en el radicalismo de una u otra postura.


Emmanuel Carrère en el documental Retorno a Kotelnitch

En otras palabras, la pregunta es intrascendente. ¿Por qué suponer que una u otra se superan si, en realidad, se complementan? La ficción es producto de la realidad hasta el momento en que puede influir en ella y transformarla. Son parte de un mismo discurso vivencial. Al margen de la posible discusión en torno a la episteme de la ficción, lo cierto es que hemos aprendido de ella tanto como de la realidad. Sobre todo, en lo que tiene que ver con nuestras emociones, con la manera en que sentimos y la forma en la que nos aproximamos al relato. Es entonces cuando vuelve la pregunta inicial: ¿qué historias son capaces de asombrarnos más, las de una realidad o las de la otra? Da igual, ambas necesitan articularse a partir de un discurso narrativo para surtir efecto.

Emmanuel Carrère (París, 1957) es un especialista en el asombro. Aunque sólo se puede acceder a una porción limitada de su obra en español, ésta es suficiente para dar cuenta de sus obsesiones. Es un autor que no tiene el menor empacho a la hora de convertirse en narrador y, más aún, en personaje. No es difícil imaginarlo leyendo un periódico o escuchando a un interlocutor con una clara predisposición a la sorpresa. Pero su mayor virtud no descansa en su capacidad para extraer fragmentos inauditos de lo cotidiano. Eso es algo que puede hacer cualquiera que se interese por lo que pasa en torno suyo.

Para conseguirlo, utiliza una técnica que podría parecer evidente pero que, por eso mismo, representa una gran complejidad. Emmanuel Carrère tiene la capacidad de adoptar el punto de vista de sus personajes. Así, no es raro que se instale dentro de la conciencia de Nicolás, un pequeño que ha sido llevado por su padre a un curso de invierno. Él llega más tarde que el resto de los niños porque se decidió que no fuera en el camión escolar. Es ahí donde inician los problemas. Por la prisa, su padre olvida dejarle la maleta. Como es agente viajero, no hay forma de comunicarse con él. Al mismo tiempo, se van escuchando los rumores respecto a la desaparición de otro infante por la misma zona. Pero la perspectiva de Nicolás es limitada. Ya tiene demasiados problemas como para prestar atención a uno más. La falta de ropa, su incontinencia nocturna, la falta de popularidad dentro del grupo, una fiebre repentina y la constante espera por su padre que no regresa con su equipaje, bastan para convertir ese viaje en una pesadilla. Y eso que no puede darse cuenta de una terrible verdad que el lector irá intuyendo pero de la que no puede estar seguro: la perspectiva opera a favor de la novela, que no de la verdad.

Así como la tensión dramática va creciendo en El curso de invierno, también se va dando este fenómeno en sus libros más conocidos. El adversario se basa en una historia verdadera que Carrère aborda al más puro estilo de Truman Capote. Es probable que, incluso, lo que cuenta sea mucho más tremendo que lo sucedido en A sangre fría (a la hora de las comparaciones no es fácil tomar partido). Y, de nueva cuenta, lo hace desde la óptica de Jean-Claude Romand, un sujeto que asesinó a su esposa, a sus padres y a sus hijos, porque estaba a punto de descubrirse la verdad: durante casi dos décadas, había tenido la habilidad de engañar al mundo haciéndose pasar por una persona que no era. Descubrir las entretelas del pensamiento de alguien como él requiere de templanza, incluso de algo de cinismo. Carrère es el indicado para plantear un relato que se va volviendo agobiante conforme avanza.

Su intención va quedando clara conforme el lector se va adentrando en su obra: no sólo busca el asombro, narrar lo terrible, enfrentarse con lo que es capaz de trastornarnos. También busca entender. De otra forma no podría sostenerse su presencia dentro de sus libros. La literatura es una de las mejores herramientas para comprender al otro, ponerse en el lugar de los personajes, involucrarse con sus circunstancias y hacer lo posible por seguir adelante. Una novela rusa es un ejemplo de ello. Carrère parece ser el protagonista. Todo está narrado a partir de una primera persona que, además, cuenta lo que le sucede. Sin embargo, en medio de ese caudal de experiencias, se van insertando otras historias que pueden resultar terribles, avasalladoras. La del último preso de la segunda guerra mundial, de hecho, es el detonador que da vida al libro. Pero también hay un juego metatextual y un cuento erótico, subyace la vida en un pueblo apartado de la civilización a la mitad de Rusia. Hay interminables viajes en tren y un sentimiento de impotencia que se configura a partir de la suma de los elementos planteados.

Emmanuel Carrère ha optado por el asombro para construir su obra. Un asombro que primero debe afectarlo a él y que puede partir tanto de la realidad como de una idea que, en sí misma, parece descabellada. Un asombro que le haga preguntarse cómo es posible que eso suceda. Entonces aventurará alguna respuesta. Más allá del génesis de la pregunta, del plano de realidad donde esté, de la discusión respecto a si la ficción supera a la realidad o viceversa, Carrère encuentra en el análisis de posibilidades el origen de su narrativa. Toda ella parece descansar en su intento por entender lo sucedido. Y es en esa comprensión del mundo donde se vuelve un autor indispensable. Tanto como aquél que puede conmover y asombrar por medio de la violencia. Un autor que deja temblando a sus lectores.