Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de enero de 2011 Num: 827

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La última interacción
WERNER CLAUDIO COLOMBANI

Kuro
NANA ISAÍA

Quinientos pesos de multa
BEATRIZ GUTIÉRREZ MUELLER

Cinco poetas de Morelos

Zygmunt Bauman, un transeúnte irlandés
MACIEK WISNIEWSKY entrevista con ZYGMUNT BAUMAN

La vida en tiempo prestado
MACIEK WISNIEWSKY

Guía de navieros
MAURICIO QUINTERO

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La Otra Escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Quinientos pesos de multa

Beatriz Gutiérrez Mueller

13 DE OCTUBRE DE 1810

En este pequeño pueblo, como todas las tardes, Gregorio jugaba a las cartas con sus amigos. La suerte no le favorecía. Tan absorto estaba en la partida por ganar que no prestó atención cuando su contrincante, primero, y los demás mirones, después, salieron disparados ante el curiosísimo llamado de Angelino. Cuando una nube de polvo hubo sacudido la tierra entre la mesita y el templo, Gregorio aprovechó para voltear la carta, colocar otra que mostraba el as de copas y se quedó, ahora sí, curioseando sobre qué atraía a todos hacia la puerta principal de aquel sagrado recinto. Gregorio alcanzaba a ver que los jóvenes, amigos suyos, entre ellos Pablo, el vencido, leían (o miraban, para mejor decir), un papel removido de la puerta de la iglesia.

“… Probado con-tra vos el de-lito de he-re-jía”… “Hereje… Hereje… ¡o sea que debe dinero!, “No, menso, ¿cómo un hereje debe dinero?”, “Sí, Pablo, así le dice mi mamá a mi padre cuando no trae pesos a la casa”, “Qué va, hereje es el que dice mentiras”, “Vamos a preguntar al padre qué significa pero… sigue, sigue, ¿qué más? “…y apos-ta-sía…” “¡Apostaba! ¡Méndigo Gregorio, allá está viéndonos, ya nos hizo trampa y yo le aposté… le aposté… mis huaraches! ¡Gregorio, Gregorio! ¡Ven aquí!”

Gregorio, después de haber dejado las trazas de su futura victoria, se hizo el apurado y corrió hacia ellos, todos deletreando palabrejas que escuchaban por primera vez. “Que hay un hereje”, “¿Quién?”, “¿Sabes qué es hereje, Gregorio?”, “Ah, mmm, ah… que no trabaja y roba”, “¿De veras?”, “Ya, sht, estamos con la apostasía”, “¿?”, “Sí, aquí dice probado contra vos el delito de herejía y apostasía y Antonio dice que apostaba”, “¿Quién?”, “Un cura, mira tú… ¿apostar es delito? ¿Somos delincuentes?” “Ya cállate, burro, sigue Angelino, sigue…” “…y que sois un hombre se-di-cioso”, “Qué emocionante”, “¿Cómo que emocionante? Ni sabes: se-di-cioso, que le gustan las mujeres, las seduce”, “¿No que estás hablando de un presbítero?” “Sí, de ese mero, pero es sedicioso”, “A mí también me gusta seducir mujeres, ¿a poco soy delincuente?” “Pos a lo mejor, sí”, “Otra vez, silencio, Angelino, lee despacito porque hacen mucha bulla”, “…cismático…” “¿Quién? “Tú mismo, mocoso”, “Ya, no te lleves así conmigo… Cismático, ¿qué es?, ¡chismoso!, ¡eso es, chismoso!”, “¿Y todos los chismosos cometen delito?”, “Ha de ser, ya lo dicen las Sagradas Escrituras”, “A ver, orden, ¡orden!, ¿por qué no termina Angelino de leer? Y nos enteramos bien, ¿sí?”…

La pelotilla armada entre brazos, piernas, ropas polvorientas y gritería, más un montón de cabezas agachadas mirando quién-sabe-qué atrajo la atención de Soledad, la hija de Marcial. Su padre le dio permiso para acercarse a la carambola. Se detuvo a unos pasos. Las cabecillas de todos voltearon a un tiempo para observar su siguiente paso, salvo la de Angelino, el único que sabía leer. “¿Me pueden decir qué hacen?”, “Ea, la quinceañera, ea, ¿no ves que éste es asunto de hombres?”, “No porque están viendo un papel que estaba en la puerta de la parroquia, ¿cómo habría de ser asunto-de-hombres si se pone allí para que todos lo veamos?”, “Ah, pero tampoco tú sabes leer”, “No pero Angelino sí, Angelino… dime, ¿qué leen?”, “Cosas de un cura que debe dinero, apuesta en los gallos, seduce a las mujeres…”, “¡Madre mía!”, “También es chismoso”, “Cismático pero aquí no saben decir qué es y nosotros pensamos que es chismoso”, “Eso sí, todos son chismosos”, “No, el cura, mamita, el cura…”, “Que siga Angelino leyendo”, “…hereje formal…”, “o sea: es más hereje que antes”, “¡Híjole!”, “Pos no la pasa mal, ¿eh?”, “¡Cuidado, ahí viene tu papá!”

Marcial no era el más estricto padre de su pueblo. Consideraba que su hija estaba casadera y que los muchachos debían conversar con ella para sopesar y tomar una buena decisión en el futuro. Avanzó hasta la novel grey y al ser divisado por uno de ellos, la pelotilla se disgregó, alguien guardó un papel en su faja y otro empezó a chiflar como canturreando. Soledad miró a su padre compungida y bisbiseó: “mira qué manera de interrumpir la historia de este cura chismoso”, “Anda, vuelve luego al parque a vernos jugar las cartas y allí te ponemos al día con la historia”, “¡Soledad, vamos ya a casa!, deja a estos buenos para nada”, “Buenos días, señor Montellano”, “Ah, tú, Gregorio, buenos días, dale saludos a tu padre de mi parte”, “Así será”, “Qué tal Angelino, ¿qué hacen, eh? ¿No tienen más provechosas cosas por delante?”, “¡Sí, el juego de cartas!”, “¡Vamos, pendiente está la partida!”…

Soledad llegó a su casa. Ofreció ayudar con algunas tareas a su madre, según dijo a su padre, para luego zafarse hacia el parque de nuevo para escuchar cómo terminaba la historia del cura. Pero su madre Elba no estaba. Marcial Montellano era de pocas preocupaciones pero, durante los últimos meses, se le había visto muy inquieto. El ambiente en su pueblo era candente porque se avizoraba una guerra que habría de dejar muchos muertos. Comenzó a pasearse por la pequeña casa asomándose para ver a Elba, su esposa. Llevaba, cuando menos, seis horas fuera. “¡Ya vuelvo, papá, ya vuelvo!” Marcial se despidió de su hija pero le rogó volver pronto.

“… y son do-ce pro-posi-cio-nes que ha-béis pro-ferido y pro-cura-do enseñar a otros …” “Oye, An-gelino, vuelve a empezar, me perdí de todo”, “¿Doce qué?”, “No, espera, el bribón de Gregorio… ah, no, no, ¡tu carta no era un as de copas!”, “¡Te chingaron!”, “¡Es injusto, son los únicos huaraches que tengo!”, “Un juego es un juego, dámelos…, que me los des…”, “Volvamos a empezar”, “¡Ah, no! Todas las apuestas se pagan, es un asunto de honor”, “¡Delincuente!”, “¿Por qué?”, “El que apuesta comete apostasía, ¿no lo leíste en el papel?”, “Angelino, hey, comienza de nuevo”, “¡Esperen, esperen!”, “¿Qué te pasa?”, “¡Tenemos que pagar 500 pesos!”, “¡Carajo!”, “Yo no tengo más que 50 centavos!”, “Aquí, en el papel, dice que no debimos…, no debimos arrancar la hoja, el edicto…”, “¿Y quién nos miraba?”, “Sólo Soledad y su papá, el señor Montellanos…, creo…”, “¡Carajo!”, “¿Nos hemos portado mal?”, “Pienso que sí, prisión a todos…”, “¿Por qué?, ¿por qué? Yo no hice más que poner el as de copas”, “Tramposo, confesaste, eres un hereje formal”, “¿Por qué no comienzas a leer de nuevo el papel?”, “¿Y quién más nos ha visto?”, “Ya no vuelvo a jugar cartas contigo”, “¡Vámonos huyendo de aquí!”

Todos los donceles se guarecieron en el panteón de su pueblo. Nadie iría por esas horas y parecía un lugar seguro. Soledad llegó al parque y al no encontrar a ninguno de sus socios, partió decepcionada de vuelta a su casa. Su padre tampoco estaba ahora.

“Orden, orden… Mira Gregorio: por ahora no me incumben tus trampas, no vuelvo a jugar contigo, que te quede muy clarito… Pero esta carta que leemos es muy grave, ¿comprendes? Vuelve a comenzar, Angelino”, “Siento mucha preocupación porque tenemos que pagar 500 pesos”, “¿De dónde voy a sacar si mi padre apenas gana 20?”, “Ni que lo digas Antonio, es verdad: a mi santo padre no le caen más de 15 por la venta de sus sombreros”, “¿Qué hicimos? ¿Cometimos muchos delitos?”, “¡Carajo, cállense, que Angelino reinicie la lectura… ¿Ven por qué hay que aprender a leer?”, “¿Y dónde vamos a tomar lecciones? Somos pobres”, “Y nos patean en todas partes, empezando por la hacienda de D. Manuel Mota y Pardo”, “Ji, ji, ji…, te robas el pan, ¿a que no?, pues por eso te patean”, “¿Y luego de dónde como, Pablo?”, “Y yo, ¿de dónde voy a sacar 500 pesos si apenas me dan un peso a la semana por limpiar el granero en la hacienda de D. Manuel?”, “Carajo, ¡cállense!”, “Sí, Angelino, lee por favor”… “Lo de los 500 pesos es porque quitamos el papel de la puerta de la parroquia. Aquí al final, fíjense, dice: …Y man-damos que esta nuestra carta se fi-je en todas las iglesias de nues-tro dis-tri-to y que nin-guna per-sona la quite, ras-gue ni cancele, bajo la pena de exco-mu-nión mayor y de quinientos pesos apli-cados para gastos del Santo Oficio…”, “¡Estamos en un problema!”, “Y a todo esto, ¿quién es el cura?”, “Ajá, y dinos eso de las doce proposiciones que habéis proferido y procurado enseñar a otros …”, “A ver…mmm, aquí va, es largo y no sé leer muy bien, ¿me esperan con un poquito de paciencia?”, “¡Claro! Nos ha llevado toda la mañana este negocio y a esta hora aún no podemos saber de quién se trata y qué hizo para que le pongan un letrero en la parroquia y a nosotros nos quieran cobrar 500 pesos…”

“… Ne-gáis que Dios casti-ga en este mun-do con penas tem-po-rales… “y a nosotros ya nos cargó la cárcel” … y la au-tenticidad de los lugares sagrados… “¡Vámonos de este cementerio, es un lugar santo!”... habéis hablado con des-precio de los pa-pas y del gobie-r-no de la Iglesia, como mane-jado por hombres ig-norantes, de los cuales, uno, que a-caso estaría en los in-fier-nos, estaba ca-noni-zado… “Este padre es un blasfemo…” “¿Blasfemo? ¿Qué cosa es eso?” …asegu-ráis que ningún jud-ío que piense con jui-cio se puede con-vertir, pues no con-sta la veni-da del Mesías… “¿Judío? ¿de qué pueblo es?... y ne-gáis la per-petua vir-gini-dad de la Virgen María… “Fiú, qué gravedad” … adop-táis la doctrina de Lu-te-ro en orden a la di-vina eu-caristía y con-fesión au-ri-cular, negando la au-ten-tici-dad de la e-pis-to-la, digo, e-pís-tola de San Pa-blo a los de Co-rinto… “¿Quién es ese Lutero? ¿Pariente del señor Montellanos?” ... tenéis por ino-cente y lí-cita la po-lu-ción y for-nica-ción, “¡Como dice Soledad: ‘madre mía’!”, “Qué diversión con este cura, ¿eh?”... como e-fec-to necesario y consi-guiente al me-canis-mo de la na-tura-leza, por cuyo e-rror ha-béis sido tan li-ber-tino… “¡Libertino!”, “¿De qué estamos hablando? No entiendo nada, prefiero jugar a las cartas” … que hi-ci-steis pacto con vuestra man-ce-ba de que os bus-ca-se mujeres para for-ni-car… “¡?!?” …y que para lo mis-mo le busca-ríais a ella hom-bres, ase-gurán-dola que no hay in-fier-no ni Jesucristo… “Sigue, Angelino, sigue”… y finalmente, que sois tan so-ber-bio que decís que no os ha-béis gra-duado de Doctor en esta Uni-versi-dad por ser su claustro una cua-drilla de ignorantes…

En estas andaban los donceles cuando Soledad apareció en el cementerio dando voces, llorando, en-jugándose las lágrimas; ora con la falda, ora con un pañuelo o con los cabellos. “¿Qué pasa?”, preguntaron a coro. “Mi madre…, Elba mi madre…, se la robaron”, “¿La asaltaron?”, “No seas bruto, la rap-taron”, “Sí”, “¿Quién?”, “Un realista”, “Yo ya no entiendo nada, hoy no entiendo las palabras que habla el común de la gente”, “Sí, un realista, de los que defienden al rey de España”, “¡?”, “Todos somos una cuadrilla de ignorantes, grrr”, “Mi papá se fue a buscarla pero dicen…, dicen… que fue un señor de mucho dinero y que la quiere para mujer…”, “Caramba”, “¿Para fornicar?”, “¡Estúpido!”, “¡Pendejo!”, “Qué grave es todo esto, qué grave”, “¿Y hacia dónde fue tu papá, Soledad?”, “No llores, aquí tienes a un grupo de valientes que puede ayudarte a encontrarla”, “Es que no entiendes, tiene mucho dinero… es D. Manuel Mota y Pardo, así le dijeron a mi tía donde mi padre me dejó encargada no sé por cuánto tiempo, buuuuu”, “¿Quéeeeee?”, “No hay para dónde hacerse”, “¿Y tu papá?”, “Mi padre se fue a la guerra”, “¿Es un delincuente?”, “Yo creo que sí, Gregorio, estoy muy triste”, “¿Y qué hacemos?”, “Pues sigue leyendo”, “¿Un soldado es un delincuente?”, “Sin duda”, “Mi papá… buuu, mi mamá…, ¿qué les harán?”, “A ver, el cura éste del papel, aquí dice, aquí… ay, se me va el renglón, ya, aquí está, ¿no se fue con el ejército de Mota y Pardo?”, “No”, “¿Quién?” “Se llama don Miguel Hidalgo y Costilla, Cura de la con-grega-ción de los Dolores, en el Obispado de Michoacán, ti-tula-do Capitán General de los in-surgen-tes, y a él le hacen saber todo esto que hemos dicho aquí y le van a excomulgar…”, “Y nosotros debemos 500 pesos”, “Vámonos de soldados”, “Fíjense: dice aquí que todos los que sigan al cura Hidalgo van a tener el mismo castigo”, “Por eso digo, vámonos de soldados”, “¡Mi pobre padre!”, “¡Pobres de nosotros!”, “Yo supe hace un poquito que D. Manuel Mota y Pardo se iba a matar a los indios que son insurgentes, no sé bien por qué pero consiguió muchas armas”, “Qué triste es todo esto, qué triste, Pablo, buuu…”, “Vámonos de soldados”, “Y yo sigo sin entender todas las palabras que aquí se han dicho… pero ha de ser algo muy malo…”, “¿Y de qué lado nos vamos?”, “Ah…”, “Huy…”, “¿?”, “¿Pos cómo de qué lado, pendejos? ¡Del que esté en contra del viejo Mota, viejo miserable!”