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450 años del martirio de Julián Hernández
C

on justificada razón escribe Patrick Collinson que La Reforma fue una inundación de palabras en forma impresa. La imprenta de tipos móviles fue un aliado de quienes, a partir del 31 de octubre de 1517 (cuando Lutero fijas sus 95 tesis contra las indulgencias), fueron acrecentando su oposición a Roma. La cadena de autores, traductores y editores necesitaba un eslabón vital para verse completada: distribuidores que hiciesen llegar el material impreso a sus posibles lectores.

Un diseminador de literatura protestante en el siglo XVI fue Julián Hernández, también llamado Julianillo, por su débil aspecto físico, muy delgado y de baja estatura. Originario de Tierra de Campos, en Castilla, emigró muy joven a los Países Bajos y más tarde a Alemania. Llegó a ser diácono de una congregación luterana en Frankfurt. Entre los germanos se inició como aprendiz de impresor, oficio que le permitió leer lo que se preparaba en las imprentas. Posiblemente hayan pasado por sus manos de corrector escritos de reformadores españoles, como Juan de Valdés, Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda. Lo cierto es que ya converso al cristianismo evangélico, Julián Hernández retornó a España y se asentó en Sevilla, donde fue uno de los integrantes del círculo protestante en esa ciudad.

Sabedor de que fuera de España circulaban libros prohibidos en su nación, Julián decidió ir en búsqueda de literatura que ayudara a educar a sus correligionarios en la fe evangélica. Se dirigió a Alemania, donde se enteró de que era mejor para su causa llegar a Ginebra, Suiza, donde podría obtener los volúmenes anhelados. En Ginebra conoció a Juan Pérez de Pineda, quien contrató sus servicios dado su conocimiento en el trabajo de manuscritos para verterlos a tipos de imprenta. Pérez de Pineda trabajaba en su traducción del Nuevo Testamento, del griego al castellano, que fue publicada en 1556. En su labor, Juan Pérez se valió de la traducción de Francisco de Enzinas, cuyo Nuevo Testamento fue publicado en Amberes, en 1543.

Fue precisamente la traducción de Juan Pérez de Pineda la que Julianillo se propuso introducir a España. Lo hizo de contrabando y tras correr grandes riesgos en los caminos y en los puestos de control que en España vigilaban que no entrara literatura herética. Julián Hernández entregó su valiosa carga en Sevilla, a los monjes de San Isidro del Campo y en casa de Juan Ponce de León. Los dos eran lugares donde se reunían, clandestinamente, quienes creían en los postulados de la Reforma.

En una obra publicada en 1567, titulada Artes de la Santa Inquisición Española, y de autor anónimo (aunque algunos especialistas la atribuyen a Casiodoro de Reina, monje huido de San Isidro del Campo y posterior traductor de la Biblia del Oso que inicia su circulación en 1569), se narra que el núcleo protestante sevillano estaba integrado por 800 personas y que a ese círculo Julianillo entregaba la literatura protestante prohibida en España

En octubre de 1557 Julián Hernández cayó en las garras de la Inquisición, lo torturaron bárbaramente, pero él guardó heroico silencio y no delató a sus hermanos en la fe. De su valerosa actitud, M’Crie escribió: “Recurrieron a todas las artes engañosas en que eran maestros, a fin de arrancarle a Hernández su secreto. En vano emplearon promesas y amenazas, interrogatorios y careos, a veces en la sala de audiencias y a veces en su celda… Cuando lo interrogaban sobre su fe, respondía francamente; y aunque desprovisto de las ventajas de una educación liberal, se defendía con valentía silenciando a sus jueces y a los eruditos que ellos traían para refutarle, por su conocimiento de las Escrituras solamente. Pero cuando se le preguntaba quiénes eran sus maestros y compañeros religiosos, se negaba a proferir palabra. Tampoco tuvieron más éxito cuando apelaron a esa horrible maquinaria que a menudo había arrancado secretos a los corazones más fuertes, haciéndoles traicionar a sus amigos más amados. Hernández demostró una firmeza muy superior a su fuerza física y a sus años: Durante los tres años completos que permaneció en la prisión, fue sometido frecuentemente al tormento… pero en cada nueva oportunidad aparecía ante ellos con una insubyugable fortaleza” (Historia de la Reforma en España).

En el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560 fueron quemadas 14 personas vivas y tres de forma simbólica, uno de ellos era Julián Hernández. Los 14 se mantuvieron firmes en su fe, no quisieron retractarse. Ocho eran mujeres, cinco de éstas pertenecían a una misma familia; María Gómez, tres hijas suyas y su hermana. Tres fueron incinerados en efigie: Juan Gil (el doctor Egidio), el doctor Constantino Ponce de la Fuente y Juan Pérez de Pineda. Así, en un mismo día, el autor de la traducción del Nuevo Testamento (Pérez de Pineda) y su distribuidor en España (Julián Hernández) fueron llevados a la hoguera por la Inquisición. Sus verdugos creyeron que así terminaban con la causa de Julianillo, Juan Pérez de Pineda y tantos otros que sufrieron persecución en la España de la Contrarreforma. No fue así.

El caso de Julián Hernández asombra. Su convicción en la necesidad de distribuir la Biblia y el costo que le significó deben tenerse en cuenta por quienes se interesan en la difusión de ideas prohibidas por los integrismos en turno. Distribuir libros, estimular la lectura para que las personas decidan por sí mismas si aceptan o rechazan lo propuesto en los volúmenes perseguidos por los vigilantes del pensamiento único, le costo a Julianillo la vida hace 450 años.