Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de diciembre de 2010 Num: 825

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Nadie
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

La Nochebuena de los pescadores
JOOP WAASDORP

Crímenes de cacao
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Crumb y Bukowsky: el underground y la fama
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Dos poemas
CHARLES BUKOWSKY

El PAN: celebrar ¿qué?
MARCO ANTONIO CAMPOS

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Columnas:
Galerķa
RODOLFO ALONSO

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La Otra Escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Alonso Arreola
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Enrique Morente, la evolución de la nostalgia

En pocas músicas como en la flamenca se hace valer la experiencia de vida. Hoy, gracias a la red global, diariamente escuchamos cosas sobre las virtudes de uno u otro joven –a veces ridículamente joven– que puede ejecutar tal o cual instrumento con destreza inaudita. Más o menos dotados, los niños “prodigio” inundan la imaginería de los hombres (de Mozart a Michael Jackson), siempre sedientos de rareza, siempre dispuestos a conceder el título con tal de ver velocidad de manos y algo de talento en bruto. Sin embargo, si pensamos un momento en lo que de verdad significa interpretar una pieza, nos quedará muy claro que hace falta andar muchos caminos, vivir la vida, para transmitir lo que algunos llaman belleza, otros sentimiento, otros duendes; ese algo inefable que anima al artista dotando su obra con un sentido perenne y común a todos los ojos. Eso que tanto tenía Enrique Morente, apenas desaparecido (1942-2010).

Sirvan de ejemplo las palabras de bienvenida a su sitio en internet, donde decía melancólicamente a propósito de la débil experiencia vital que le dejaban sus últimas presentaciones: “Antes, para un cantaor de flamenco como yo, cada recital era una aventura entrañable porque tenías la oportunidad de convivir con los organizadores del evento, con los artistas locales e incluso de tomar una copita con los aficionados. Ahora, los coches que cada vez andan más deprisa o los aviones, el exceso de información, la cada vez mayor demanda de flamenco, en definitiva, la globalización nos ha arrebatado esos fugaces momentos de felicidad.” O sea que con su partida vemos irse no sólo a un gran artista, sino a uno de ésos que vivían de manera diferente, como ya no suele vivirse la vida.

Nacido en Granada, en el barrio del Albaicín, Morente entró al arte flamenco gracias a Aurelio Sellés (Aurelio de Cádiz). Siendo adolescente, en Madrid aprendió de Pepe de la Matrona, alumno de don Antonio Chacón. Debutando en 1964, poco tiempo pasó para ser contratado por el Ballet de Marienma, con el que actuó en el Pabellón Español de la Feria Mundial de Nueva York y en la embajada española en Washington. Luego llegaron las giras por Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Suiza, Bélgica, Japón e Italia. En 1967 editó sus dos primeros discos (Cante flamenco y Cantes antiguos del flamenco) y dio comienzo a una trayectoria prolífica, imparable, que destacó por renovar al flamenco como no había sucedido desde los tiempos de Camarón. De Lorca a Leonard Cohen pasando por Amaral, Alejandro Sanz, Vicente Amigo o Sonic Youth, sus innumerables colaboraciones y proyectos sonaron por todo el mundo, incluido México, en donde Morente tuvo grandes experiencias. La primera fue a inicios de los setenta, cuando vino al Cervantino, y la última hace un par de años con su controversial espectáculo Omega al lado del grupo de rock español Lagartija Nick.

Así las cosas y de acuerdo con los hermanos Rabassó en su libro Federico García Lorca entre el flamenco, el jazz y el afrocubanismo, el primer cantaor del que se tiene noticia es Tío Luis el de la Juliana, quien a mediados del siglo XVIII cantaba en Jerez de la Frontera. Descendiente de los gitanos hindúes que llegaron por el Norte, pero también de las tradiciones moras y hebreas que llegaron por el Sur, en su grito está ya la “pena recuperada”, el “grito del toro degollado” que en forma de “¡ay!” anuncia al cante jondo, su “arco iris negro sobre la noche azul”. Tema profundo en sus orígenes y desarrollo, el del duende de estos cantaores se simplifica en la voz de sus melómanos tanto como se complica en la pluma de sus conocedores. Lo cierto, y en eso todos parecen de acuerdo, es en que sus máximos exponentes combinan la sangre, la tradición y, sobre todo, una interpretación personal. De esos era Morente, quien también se dio tiempo para participar en sendos trabajos del cineasta Carlos Saura, Flamenco (1995) e Iberia (2005).

En fin, no hay mejor forma de terminar nuestro homenaje que compartiendo lo que nos dijo el cantautor Alejandro Sanz a propósito de esta muerte, tan cercana para él y tantos que colaboraron con Morente: “Era innovador, era el intelectual del flamenco, un vanguardista atrevido y transgresor, un gran conocedor y amante del arte con mayúsculas; de la pintura, la escultura, la literatura; era viejo y profundo como un olivo, y fresco y nuevo y volador como un eucalipto… Lloraba y reía en la misma nota y le daba una seriedad de gramola al cante más naïf… Lo que cantaba lo convertía en pieza de museo”.