Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Un filme socialista

U

na aclaración preliminar. El título en español impuesto a la película más reciente del director Jean Luc Godard es arbitrario y, por decirlo de algún modo, antigodardiano. El título original yuxtapone dos sustantivos (Film/Socialisme) en el estilo de asociación de palabras que con frecuencia sobrepone el cineasta a sus imágenes. Un filme socialista (calificativo ocioso) es justamente una obra plagada de este recurso de superposición de texto e imagen. Si la idea fue intentar que la cinta fuera, con ese título, más atractiva comercialmente, la ocurrencia fue muy ingenua: ninguna película de Godard aspira a privilegio semejante, ni tampoco podría obtenerlo. El cineasta suizo se muestra en esta película más hermético que nunca, y sobre todo más creativo e irreductible en su paciente tarea de dislocación del lenguaje fílmico tradicional. Su postura intransigente, a la edad de 80 años, contrasta con el academicismo o la narrativa lineal de otros veteranos franceses, desde Truffaut o Louis Malle hasta Chabrol, pasando por Eric Rohmer o el Bertrand Tavernier de una cinta reciente muy convencional, La princesa de Montpensier.

¿De qué trata entonces Un filme socialista? En primer lugar de Europa, ese pobre desierto, y su destino azaroso (quo vadis?, se lee grande en la pantalla), del resurgimiento de la extrema derecha con viejos nazis gozando de impunidad en su calidad de empresarios respetables, con especuladores que añoran los paraísos fiscales, pero se aclimatan sin problema a los infiernos de la bolsa de valores, con los espectadores pasivos que rechinan los dientes ante la invasión de inmigrantes no deseados, producto de guerras consentidas (nos miramos en la guerra como en un espejo), con niños que juegan a hacer política y organizar elecciones en esa democracia que los adultos volvieron obsoleta, asunto de uno solo (el Estado), y que habrá que volver asunto de dos (sociedad), Jean Jacques Rousseau, Contrato social y también Emilio o De la educación. Un programa: tener 20 años, no dejar de soñar, recuperar el cine, esa industria de judíos en la vieja Meca hollywoodense, recuperar también la política y la democracia. Filme Socialismo.

¿Cómo muestra Godard estas propuestas? Como una verdadera summa de su trabajo de cinco décadas. Manejando las imágenes de navíos con cargamentos de oro en la noche mediterránea, o de turistas a los pies de la escalinata de Odessa en alternancia con la célebre secuencia de El acorazado Potemkin, o de una portada de libro de Balzac (Las ilusiones perdidas), o de un reloj sin manecillas que sólo marca el día y la noche, la oscuridad y la luz, o de impresiones de Palestina, Egipto, Grecia, Barcelona, en un repertorio similar al de las tarjetas postales en Los carabineros, o como un almanaque de alusiones a la sociedad globalizada parecido al dedicado a la sociedad de consumo en Dos o tres cosas que sé de ella (ella, la ciudad luz, ciudad de los Lumière).

El dispositivo cinematográfico recoge imágenes tomadas por todos los medios y en todos los formatos posibles (dvd, video digital hd, diversos softwares, archivos comprimidos y alterados), y trabaja con maestría las posibilidades del sonido; acude una y otra vez al texto sobre la pantalla y a los viejos juegos de palabras, caprichosos, aleatorios, a veces geniales, como autoreferencia y referencia cultural múltiple, a Jakobson y Renoir, a Rossellini y Angelopoulos; remite a un romanticismo libertario (Pierrot el loco) con un añadido de comentario social (France: tour/détour) y de reflexión íntima, JLG/JLG: autorretrato de diciembre. Godard, vitalidad formidable, enemigo de homenajes, polémico, verboso e irritante. Y con todo ello, indispensable.