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Disquero
La música de los ángeles
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Periódico La Jornada
Sábado 20 de noviembre de 2010, p. a16

El acontecimiento musical de este año consiste en la aparición pública de la Cuarta Sinfonía de Arvo Pärt. Fue estrenada en Los Ángeles el 9 de enero del año pasado y hace unos días llegó a los anaqueles de novedades discográficas en formato disco compacto, con el sello ECM.

Se trata del compositor vivo más importante. No es el único, por supuesto. Pierre Boulez, Gyorgy Kurtag, Giya Kancheli, Sofia Gubaidulina y Krzysztof Penderecki, son algunos pocos nombres de la galaxia brillante de la creación musical de nuestro presente.

No es casualidad que la mayoría de ellos provenga de la Europa del Este, al igual que el estoniano Arvo Pärt, cuya peculiaridad consiste en la creación de un corpus escritural que resulta absolutamente único, personal, propositivo, novedoso. La de Arvo Pärt es una de esas obras que mueven, modifican, hacen avanzar el curso de la historia.

El Disquero ha seguido la casi totalidad de sus grabaciones discográficas. Es también de esos autores que uno puede recomendar a ojos cerrados, oídos abiertos.

A manera de síntesis, recordemos por lo pronto que hay dos etapas bien marcadas en la producción de Arvo Pärt: la inicial se inscribe en la vanguardia de la época de los años 60 y 70 y eso está patente en sus primeras tres sinfonías, donde incurre en territorios vastos, entre ellos el serialismo libre.

La libertad con la que condujo sus obras iniciales le causó problemas similares a los que tuvieron sus paisanos Shostakovich, Prokofiev y una larga lista, víctima del realismo socialista y su afán ilusorio de controlar el pensamiento.

Transterrado a Berlín, Arvo Pärt desarrolla una segunda etapa creativa, que caracteriza su muy singular personalidad musical. Hay quienes lo ubican como un compositor místico, otros como un autor críptico y otra vertiente, equivocada también, se obstina en encasillarlo como compositor religioso.

Caso típico de una obra cuyas dimensiones colosales resultan incomprensibles para la mayoría de sus contemporáneos, hay un segmento creciente en el mundo que valora la obra de Pärt como uno de los emblemas más bellos de nuestra contemporaneidad. En eso ha sido fundamental su decisión de pertenecer a la pléyade de artistas que graban en ECM, ese sello alemán que ha propiciado la aparición de nuevos públicos, melómanos en serio, no en serie, merced a la creación de músicas tan diferentes, singulares y únicas como la que nos ocupa.

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La Cuarta Sinfonía de Pärt fue comisionada por Esa-Pekka Salonen, cuando todavía era director titular (hoy lo es el joven venezolano Gustavo Dudamel) de la Filarmónica de Los Ángeles.

Antes del encargo, Arvo Pärt estaba inmerso en una investigación y estudio fascinante: la naturaleza de los ángeles, en especial los ángeles de la guarda. Como no existen las casualidades, al recibir este encargo entendió que se trataba de la clave para cerrar el círculo, de manera que tituló a esta sinfonía Los Ángeles, con sentido multívoco: es la orquesta que encargó esta obra, pero sobre todo son los seres cuya presencia ha comprendido Arvo Pärt y ha traducido en música.

La forma musical del canon (arquitectura polifónica de fluido fascinante) propició verter la música de las esferas en su sinfonía, además del texto conocido como El canon del Ángel de la Guarda y sobre todo el prodigioso sistema tintinábuli (prodigio de campanas suaves en el alma), que él inventó. Los títulos de los movimientos hablan por sí solos: Con sublimitá; Affanoso; Deciso.

El disco incluye 14 minutos con 50 segundos de una partitura gemela: el Kanon Pokajanen, de 1997, con el Estonian Philharmonic Chamber Choir. Más allá de lo sublime.

Todos los elementos documentales, los procedimientos técnicos, la elevada inspiración que anima el lápiz del compositor, su capacidad de conectarnos con lo divino y la escucha repetida de este disco nos conducen a un aserto contundente: he aquí la música de los ángeles.