Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de noviembre de 2010 Num: 819

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos estampas
AURA MARTÍNEZ

Dos poemas
YANNIS DALAS

Alí Chumacero, lector y poeta
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ALÍ CHUMACERO

La herencia del poeta
NEFTALÍ CORIA

En contadas palabras, Alí
RICARDO YÁÑEZ

El guía de los escritores noveles
RICARDO VENEGAS

Dilma y las manos de Danielson
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La otra escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Hugo Gutiérrez Vega

BRENDA CONDE LA QUE NADA ESCONDE

Para el doctor Héctor Vega

Los sonetos que nuestro poeta mayor Rubén Bonifaz Nuño dedica a la tempestuosa e insigne Yolanda Montes (Tongolele para mayor meneo), me hicieron recordar a la Ciudad de México que todavía se ajustaba a la medida de lo humano, a sus teatros de revista, cabaretes y carpas populares. Pienso en el Tívoli, que encendía sus luces de neón por los rumbos de la calle del Órgano (“Pasa güero, tengo radio” era el llamado publicitario de las trabajadoras sexuales, capitaneadas por la Campechana, desvirgadora emérita llena de paciencia con los “quintitos” que temblaban de miedo y de deseo en la puerta de su accesoria.) Reinaban en el Tívoli las exóticas que aparecían en las páginas color sepia de la revista Vea: Sátira, “la diosa del deseo”; Brenda Conde, “la que nada esconde”; Naná y el diablo y la frondosa Kalantán. Harapos dirigía los albures y se enfrentaba a un público que, noche a noche, renovaba su repertorio de agresiones verbales y gozaba con los ingeniosos juegos albureros del cómico de la enorme melena. El grito exigente del público que las vedettes obedecían con gusto, era muy breve y preciso: ¡Pelos!. En ese momento caía al piso la última prenda y la desnudez entusiasmaba y sobrecogía a los solicitantes capilares.

En el Follies brillaba Tongolele, la hermosa chaparrita que deslumbró a Bonifaz Nuño y a Max Aub (seguramente sus anteojos de gran miope se nublaban de la impresión causada por las vertiginosas caderas de la vedette). Fui a verla varias veces y admiré el genial control de su cuerpo y de sus emociones. Gozaba con el movimiento y a todos nos comunicaba ese embeleso pautado por los expertos tambores.

Ahorraba por varias semanas y, cuando contaba ya con el dinero suficiente, me iba al Centro muy temprano. Desayunaba en el Tupinamba (mi padre y sus amigos españoles mantenían en el local con nombre brasileño una tertulia en la que todos hablaban al mismo tiempo). Recuerdo el excelente jugo de naranja, el pan dulce, los huevos rancheros acompañados de frijoles refritos en manteca de cerdo y el café lechero servido en un contundente vaso. A veces me metía al Cinelandia o al Avenida (ambos estaban en San Juan de Letrán) a ver documentales, noticieros y caricaturas. Compraba el Vea y el Ja Ja (mis respetos al gran Alberto Huici), los ocultaba en una bolsa y me dirigía a la ilustre librería de ese caballero de los libros que era don Andrés Zaplana. Recorría alelado los enormes salones llenos de libros que tenían un precio asequible para los seres humanos. Compraba tres o cuatro y los metía en la bolsa junto a las publicaciones escandalosas. Comía en alguno de los restaurantes españoles (mi padre, nacido en Cantabria, prefería La Peña Montañesa que regenteaba el bueno de don Modesto Gutiérrez. Enfrente se abrían los balcones del Centro Asturiano y los días de partido entre el España y el Asturias volaban las burlas, los desafíos y las mentadas de madre en las que lo peninsular se mezclaba con el habla de Tepito). En el Casino Español (mármoles, retratos de Alfonso XIII y de Franco. Esa Institución se opuso, haciendo el saludo falangista en sus balcones, a la llegada de los republicanos exiliados. “La Ringla de gachupines”, como la llamaba Valle Inclán, sólo dejó explotación y racismo. Los republicanos nos trajeron la cultura, el arte, la educación y la ciencia que tanto contribuyeron al desarrollo de México) comía cocido madrileño; sardinas asadas con los montañeses, paella en la Casa de Valencia, caldo y pote en el Centro y en el Círculo Gallego; fabada con los asturianos, merluza con los vascos y caracoles en el Orfeo Catalá. Caminaba por la alameda (alguna vez vi a la envejecida Nahui Ollín y pensé en sus deslumbrantes desnudos juveniles) y con paso agitado la emprendía rumbo al Tívoli. Sentado en la galería veía la aparición de Brenda Conde y esperaba la caída de la última prenda; reía con los albures y salía del teatro con la imagen de la prodigiosa Sátira en los ojos ávidos. San Juan de Letrán era una fiesta diaria; la caminaba viendo maravillas y horrores (lo nuestro mezcla infierno con paraíso, ya lo decía Lowry). Me paraba en el Salto del Agua, levantaba la vista y ahí, en medio del escenario de “la región más transparente” (Alfonso Reyes dixit), estaba la luna rodeada de las nubes necesarias para componer un cuadro en el que la paz del cielo y el maravilloso estruendo de las pasiones nacientes se mezclaban en una ciudad que aún tenía la medida de lo humano.

[email protected]