Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 31 de octubre de 2010 Num: 817

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La pasión del reverendo Dimmesdale (la carta escarlata)
ROGER VILAR

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

Escritura y melancolía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

La política económica
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Leonard Brooks y un mural de Siqueiros
INGRID SUCKAER

Heinrich Böll y la justicia
RICARDO BADA

Relectura de un clown
RICARDO YÁÑEZ

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ÁMGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

La política económica

Hernán Gómez Bruera

Dentro de las principales crítica que la izquierda hizo a Lula están la de haber mantenido una política económica conservadora. Durante los primeros años, esa política llegó a ser más restrictiva que durante el gobierno de Cardoso. El PT había sido uno de los principales opositores a esa línea considerada como neoliberal. El partido había condenado las altas tasas de interés, así como el objetivo de reducir la inflación y elevar el superávit fiscal a toda costa. Ya en el poder, sin embargo, Lula no sólo mantuvo esa política: la llevó aún más lejos.

El viraje petista se dio poco antes de la elección presidencial de 2002. A diferencia de otros presidentes latinoamericanos que se eligieron con una agenda anti neoliberal para después impulsar de forma dogmática la agenda del Consenso de Washington (como Menem en Argentina o Fujimori en Perú), Lula dejó claro antes de asumir que daría continuidad a determinados aspectos de la política económica en vigor. No fue un salto ideológico sino un cálculo pragmático: Lula y los suyos sabían que no podrían gobernar con el sector financiero en contra.

A principios de 2002, cuando las encuestas mostraban al ex obrero metalúrgico por encima de Serra, el candidato de la continuidad, los mercados comenzaron a votar a su manera: retiraron sus capitales de forma acelerada y generaron una devaluación parcial del real. Especulaciones circulaban por doquier, divulgando posiciones del partido a favor de la moratoria de pagos.

Lula sabía que necesitaba la confianza de ese poderoso sector, no sólo para ganar la elección, sino para evitar que la crisis se agudizara, según relatan cercanos colaboradores del presidente. Los líderes de mayor influencia dentro del partido (el sector moderado) consideraron que sería imposible gobernar en una situación de hiperinflación que inmediatamente hubiera puesto a la ciudadanía en contra del nuevo mandatario. Para José Dirceu, presidente del partido entre 1995 y 2002, de haber ocurrido algo así “Lula no hubiera durado siquiera un año en el poder”.

Por eso en 2002 Lula decidió firmar un documento público –la “Carta al Pueblo Brasileño”–, en la que explicitó la intensión de hacer una serie de concesiones al gran capital. El nuevo gobierno, decía la carta, mantendría un superávit fiscal tan alto como fuera necesario para pagar los intereses de la enorme deuda brasileña y para controlar la inflación.

Pero la fuga de capitales sólo se detuvo una vez que el todavía presidente Cardoso negoció un préstamo con el FMI que incluía un superávit mínimo del 3.75% del PIB. Los principales candidatos a la Presidencia –incluido Lula– no tuvieron otra opción que avalar el acuerdo y comprometerse a respetar sus condiciones.

Una vez instalado en el poder, Lula decidió entregar el Banco Central a un ex director del Bank Boston y colocó en el ministerio de Hacienda a figuras de perfil claramente conservador. En parte fue así, afirma el actual secretario de Política Económica, Nelson Barbosa, porque los economistas tradicionales del PT no tenían una propuesta alternativa clara para enfrentar la crisis económica por la que atravesaba el país. 

A pesar de que la situación más crítica se superó después del primer año, Lula tardó tres más para suavizar la ortodoxia económica. Aunque el compromiso firmado con el Fondo obligaba a alcanzar un superávit del 3.75% del PIB, Lula llegó a superar esa cifra en más de un punto (4.80% en 2005). Con ello, el gobierno redujo la inflación de 15% a 4.5% y consiguió seducir al sector financiero. Pero el costo de esa política fue un crecimiento económico mediocre, por debajo del promedio mundial entre 2003 y 2006.

¿Será que se exageró en las medidas tomadas? El propio Lula tal vez lo entendió así en 2005, al percibir los resultados. Las tasas de interés habían alcanzado niveles estratosféricos (rosando por momentos el 26%) y el país seguía sin crecer a la altura de su potencial. Comenzaba a ser claro que más de la misma medicina no curaría la enfermedad. Incluso que podría poner en peligro el intento de Lula por reelegirse en 2006. 

Apareció entonces en escena la ministra Dilma Rousseff criticando abiertamente el programa económico del entonces ministro de Hacienda, Antonio Palocci, para promover una visión de desarrollo más expansionista. El alto superávit fiscal y el aumento significativo de las exportaciones habían permitido ya reducir la deuda pública y saldar cuentas con el FMI. Con mayor margen de maniobra, Lula decidió que era momento de dar el giro tan reclamado. Optó entonces por relajar la ortodoxia macroeconómica y liberar el gasto público.

A partir de su segundo mandato, el gobierno lanzó un ambicioso programa de infraestructura bajo la coordinación de Rousseff –el llamado Programa de Aceleración del Crecimiento– a través del cual el Estado volvió a recuperar una parte de su papel como inductor y promotor del desarrollo. Las tasas de interés bajaron considerablemente, aunque no dejaron de ser altas. Llegó la crisis financiera internacional y Brasil relajó la política macroeconómica un poco más, haciendo uso de medidas contra cíclicas. En el difícil año de 2009 la economía apenas cayó unos dos dígitos y el país continuó creando empleos. Brasil había acumulado reservas, pero también conservaba bancos públicos que permitieron acelerar la inversión.

Al final, el saldo ha sido positivo, en buena medida porque Brasil se encuentra en una situación internacional privilegiada (es uno de los principales exportadores a China) y porque la política social y salarial ha permitido también fortalecer el mercado interno. Quizás la gran paradoja de esta historia es que un partido de centro izquierda haya podido generar una incertidumbre tan grande en el sector financiero, obligándolo a mostrar un lado más fondomonetarista que el propio Fondo Monetario Internacional.