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Andanzas

Homenaje a Miguel Vélez Arceo

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Miguel Vélez ArceoFoto tomada del Diccionario biográfico de la danza mexicana
E

n la clausura de la temporada de grupos folclóricos Patria Grande, del Instituto Nacional de Bellas Artes, programada por la Coordinación de Danza, el pasado 28 de septiembre, en el teatro Julio Castillo, se presentaron las dos compañías consideradas las mejores del país en un mano a mano para rendir homenaje a Miguel Vélez Arceo, quien murió el pasado junio. En esa función se recordó al gran maestro, coreógrafo, investigador, impulsor del folclor veracruzano, incansable y talentosísimo creador de una danza escénica de la mejor calidad, simbiosis de culturas y síntesis del sentimiento de Veracruz.

La función, titulada Mano a mano de los grupos de la Universidad Veracruzana y la Universidad de Colima, este último creado y dirigido por el maestro Rafael Zamarripa, tuvo teatro lleno, colmado por un especialísimo estado de ánimo: entre pena por la ausencia del maestro Vélez y entusiasmo desbordado por ese espectáculo extraordinario y único.

Miguel Vélez Arceo y Rafael Zamarripa son las grandes figuras, desde hace varias décadas, de la danza folclórica mexicana, ambas de insuperable nivel artístico. Con sus equipos, integrados por gente maravillosa, han logrado conformar el rostro de México en el espacio escénico de la danza teatral.

Herederos de la lucha en defensa de la danza folclórica de precursores gigantes, como el maestro Torreblanca, Felipe Obregón, Alura Flores y muchos otros personajes de aquellas formidables Misiones Culturales Cardenistas de los años 30 tan geniales como distintos, los maestros Vélez y Zamarripa han creado su propia ruta: la manera de entender, rescatar, crear y resumir el alma contemporánea del pueblo mexicano a través de los siglos, la cual han plasmado en sus incomparables coreografías, con señorío, profesionalismo y arte.

Sus espectáculos son casi una verdadera alucinación, pues uno y otro nos trasladan a mundos que de algún modo todos llevamos en el caudal de nuestra mexicanidad y podemos identificar instantáneamente. Desde su mítico Perro de fuego, Zamarripa logra la fusión del espíritu ancestral presente en la escultura, arquitectura y costumbres de Colima, así como las recreadas en el moderno lenguaje de una danza contemporánea, cuya gramática corporal da vida a los cuerpos en una impoluta simetría y orden que dan cuenta del nivel serio y profesional de los bailarines de la compañía excepcional de esa entidad. Sus habilidades coreográficas van del orden espontáneo a la maestría de la conformación hábilmente trasladada al escenario en la traducción perfecta de tiempo y espacio.

En la obra del maestro Vélez, cuya bohemia y sensibilidad pudo palparse entre la audiencia, se sentía prácticamente el aire tibio y tranquilo de Veracruz, el aroma de sus jardines y la placidez de su gente. En el elegante y señorial danzón de profundo erotismo y mágicos diseños cargados de sencillez espontánea que sólo la maestría puede producir. Él estaba entre todos nosotros, no era una función triste ni trágica; Miguel Vélez, estaba allí, sonriendo, satisfecho y seguro, como siempre, como cada vez que un integrante de su compañía hacía lo mejor, porque eran ellos mismos fundidos todos en un homenaje de amor y milagro.

La belleza del vestuario armonizó con el delicado ritual milenario de una boda: desde plegar minuciosamente un enredo bordado a mano, la colocación del atuendo de la novia, prenda por prenda hasta el velo, y después la danza, con esa actitud imponente y natural del indígena mexicano, al que siglos de incomprensión y crueldad no han logrado doblegar. Todo esto acompañado del prodigioso conjunto musical Tlenhuicani, expresión viva de culturas ancestrales mezcladas en el río de la vida.

Miguel Vélez captó la delicadeza y exquisitez del alma indígena, su arte, su forma de moverse, su alegría y personalidad incomparables.

En este espectáculo, en manos de artistas como Miguel y Zama, se plasma la grandeza de un pueblo de potencial insospechado, una sale rebosante de felicidad y orgullo, y sabe que una vez más, Veracruz y muchas otras regiones, superarán, las calamidades que por siglos las han golpeado, desde el yugo de una cruel conquista y agobiante colonización, hasta todo lo que en el mundo moderno impone el poder de la banca internacional y los grandes devoradores de siempre.

Miguel Vélez se ha ido, se nos adelantó, pero supo heredar a sus hijos artísticos la fuerza de su espíritu y un gran legado artístico que manejan con toda claridad Alberto García y Horacio Cantero Hernández.

Rafael Zamarripa y Miguel Vélez Arceo, con increíble generosidad y cariño nos apoyaron en la creación de la hermosa compaña de danza folclórica de la Universidad Nacional Autónoma de México en aquellos años de trabajo del flamante Departamento de Danza, por cuya enseñanza y colaboración siempre estaré enriquecida y agradecida, pero que luego, a pesar de sus premios internacionales, fue cruelmente desmembrada por la mezquindad y la ignorancia, impidiendo en nuestra amada institución el desarrollo de un rostro de la danza folclórica mexicana, como parte de sus enunciados culturales por los que tanto luchamos.

Así, no sin emoción, en el abrazo cordial y cariñoso del maestro Zamarripa abrazamos a Miguel, a nuestros alumnos también emocionados, en un sencillo ritual de vida ante la muerte, seguros de que la vida va y la obra de estos dos grandes artistas prevalecerá, como frente invencible por el rescate y conservación de la danza auténticamente mexicana, parte de nuestra cultura, en la trinchera de la identidad nacional.

Descansa en paz maestro querido. Aún vives en nostros.