Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de octubre de 2010 Num: 813

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Memorias de los pasajeros
JOAQUÍN GUILLÉN MÁRQUEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

500 años de Botticelli
ANNUNZIATA ROSSI

Brasil y los años de Lula
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Dramafilia
MIGUEL ANGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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De carne y hueso

En un país tan dado a la monolitización de su propia historia, al grado de que ésta siempre tendría que ser escrita con una mayúscula indeleble; con una Historia actualmente en las gazmoñas y muy manipuladoras manos de un aparato (in)gobernante sólo capaz del enanismo consistente en ver a la tal Historia y sus conmemoraciones como sucesos del pasado que, de acuerdo con la postura del enano, habrían tenido lugar casi casi nomás para justificar los despropósitos del presente, cuando no como excusas ad hoc para llevar a cabo fastos de talante disneylándico tan costosos como proporcionales al desconocimiento de los hechos –y de las consecuencias reales de los mismos–; en un contexto sociocultural de tácita y equívoca intocabilidad de los sumariamente denominados “héroes que nos dieron patria” y, finalmente pero no por ello menos importante, de cara a una ciudadanía que de los tales héroes, apenas y con dificultades, va reteniendo tres o cuatro datos, uno de los cuales apenas consiste en saber dónde están la o las calles que llevan el nombre de este o aquel prócer, conviene que la filmografía emanada precisamente de los recursos destinados a conmemorar-festejar el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, incluya una cinta como Hidalgo, la historia jamás contada, dirigida por Antonio Serrano –Sexo, pudor y lágrimas, La hija del caníbal– a partir de un guión de Leo Eduardo Mendoza.

DE CONVENIENCIAS INCONVENIENTES

Es decir, conviene que esa Historia –plana como las monografías y las estampitas que todavía y tristemente siguen alimentando las tareas escolares alusivas– sea matizada y enriquecida con algo distinto al discurso oficial, de suyo plagado de lugares comunes y francas hieratizaciones, a fin de que, colectivamente hablando, seamos capaces de ver en el pasado histórico algo más que la materia de una materia escolar a la que no se vuelve nunca, claro está, salvo cuando la fecha conmemorable se convierte en el feliz puente que nos hará suspender labores sin perder el sueldo correspondiente.


Hidalgo, la historia

En ese sentido, el de la desacralización, la humanización, la bajada del pedestal, y tocante a la figura otrora más tiesa que un maniquí en desuso a la que –dentro y fuera del cine– había sido reducido don Miguel Hidalgo y Costilla, guionista y director de esta historia jamás contada la tenían fácil: bastaba con seleccionar algunos pasajes de su muy rica y accidentada vida, transcurrida entre la segunda mitad del siglo XVIII y, como bien sabe o debería saber cualquier estudiante, hasta el 30 de julio de 1811.

Es precisamente esa fecha, la de su ejecución a manos del ejército realista al que había combatido desde la noche del 15 de septiembre de 1810, la que se eligió para contar, a la manera de un largo y poco interrumpido flashback que proviene de la propia memoria del líder insurgente, la historia de los últimos y decisivos años de su vida.

Así, son su paso por el Colegio de San Nicolás Obispo en calidad de bachiller, sacerdote, catedrático, tesorero y finalmente su expulsión siendo rector, así como sus traslados de una a otra sacristía y/o curato, ya fuese por causas de promoción o de castigo, los elementos que nutren buena parte de la trama y consiguen el doble propósito de darle coherencia al relato cinematográfico –y algo de sustancia a la historia habitualmente conocida– mientras humanizan al héroe de estampita. Humanización a la que, desde luego, contribuye de manera muy significativa el retrato de un Hidalgo teatrero, cogelón, fiestero y desmadroso, lector de libros que en aquel entonces la Iglesia católica tildaba de prohibidos, organizador de fandangos y puestas en escena de Moliére, escandalizador de las buenas conciencias...

Bien por los realizadores, que entre muchas otras obviedades omiten batallas que pudieron haberse visto de verdadera pacotilla si no se producían a todo trapo, así como todo aquello que, por ejemplo, para Telerrisa es lo único digno de mención; es decir, las reuniones conspiratorias con Allende, Abasolo, Domínguez y Ortiz, el propio grito de Dolores... Bien por Demián Bichir en su cura Hidalgo enfático, sensible, vuelto a la carne y el hueso; bien por Cecilia Suárez en el papel de Amadita, la beata aspirante a santa, excelente símbolo de la santurronería de ayer y de hoy; bien, en general, por una producción conveniente que produjo una película inconveniente para el oficialismo, y para más paradoja, con recursos tomados de ese oficialismo.