Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de septiembre de 2010 Num: 812

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pedro Infante y el revolucionario romántico
MIRIAM JIMÉNEZ

Los dioses de Berlín Alexanderplatz
LOREL HERNÁNDEZ

La visita cariñosa de la Patria
ALEJANDRO ARTEAGA

La literatura del narcotráfico
ORLANDO ORTIZ

Los papeles del narco
JORGE MOCH

El Museo del Gordo y el Flaco
RICARDO BADA

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Columnas:
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ADRIANA DEL MORAL

Paso a Retirarme
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Ilustración de Juan Gabriel Puga

El Museo del Gordo y el Flaco

Ricardo Bada

Me enteré de la existencia en Solingen del Museo del Gordo y el Flaco, y decidí visitarlo. Es lo menos que les debía a Stan Laurel y a Oliver Hardy, con quienes he disfrutado tantas horas de sanísima risa y entretenimiento. olingen se encuentra a 32 km al nordeste de Colonia, donde sobrevivo, y es una ciudad mediana de unos 200 mil habitantes, que en el imaginario europeo viene a ser el equivalente moderno de la antigua Toledo, la ciudad de las fundiciones de acero personalmente utilitario: la fama de las espadas toledanas se ha duplicado en la que gozan los cuchillos de esta ciudad alemana. Y por cierto que también aquí, en su museo ad hoc, hubo en la primavera de 2001 una exposición donde pudieron admirarse los cuchillos más célebres del cine: los originales usados en películas como El último de los mohicanos, Jeremiah Johnson o Rambo, por ejemplo.

La ciudad, igual que Los Ángeles y Roma, aunque en una escala bastante menor, está repartida entre valles y colinas, y por todas partes dominan los árboles como elemento básico del paisaje. Apenas llegados a Solingen, saliendo de la autopista perfectamente plana, comienzan las cuestas arriba y siguen las cuestas abajo, como en una montaña rusa. Pero munidos como íbamos de un buen plano de la ciudad, pronto localizamos la calle Locher, en cuyo número 17 se halla domiciliado el Museo del Gordo y el Flaco. Sólo que encontramos la entrada de la calle Locher por su final, por el número 182, y una vez metidos en ella, pasada la primera cuadra vimos la señal indicativa de un callejón sin salida, lo que nos movió a reducir la velocidad, e hicimos bien porque al final de la segunda cuadra había una barrera bicolor interrumpiendo el tráfico, y detrás, a los pocos metros, una vaguada de poblada vegetación y abrupto descenso hasta las orillas de un arroyo, tras el cual el terreno volvía a ascender no menos abrupta y vegetalmente, hasta la tercera cuadra de la calle Locher.

Y para arribar allí tuvimos que retroceder y dar más vueltas que un hámster en su rueda. Parecía como si el guión de nuestra visita lo hubiese escrito Arthur Stanley Jefferson, alias Stan Laurel.

Pero por fin llegamos al museo. Es una institución privada, sin ninguna subvención oficial. Se debe a la iniciativa de un matrimonio, Vera y Wolfgang Günther, ella de Ámsterdam, él de la Renania, ambos fanáticos del arte de Stan Laurel y Oliver Hardy. Su entusiasmo desbordado y contagioso les ha hecho coleccionar todo lo que se pueda coleccionar sobre el Gordo y el Flaco, siempre dentro de sus posibilidades económicas, que son limitadas. Frau Günther me confesó que ahora, ya han dejado de comprar más materiales, y ello por la sencilla razón de que los que salen actualmente al mercado lo hacen en Sotheby’s o cualquiera de esas firmas subastadoras de alto standing, con unos precios inalcanzables para los bolsillos modestos.

Toda su colección se distribuye en dos habitaciones con un aforo de casi setenta metros cuadrados, atestados hasta el no va más con fotogramas, cojines, tazas, figuras de zinc o de cerámica, o de papel maché, botellas, discos de vinilo, programas de mano, tiras cómicas, prospectos y, sobre todo, carteles, muchos carteles originales y muchos más de las versiones de los filmes de la inmortal pareja estrenados en Holanda, Bélgica, Italia, España e Hispanoamérica. Registro la presencia de cuatro de esos carteles en español, correspondientes a las películas De bote en bote, Marinos a la fuerza, Estudiantes en Oxford y Héroes de tachuela (ésta con un título castellano que remite al surrealismo).

Hay también un armario dedicado a la literatura en torno al Gordo y al Flaco, pero –como le hice saber a la propietaria del museo– faltaba allí una novela deliciosa donde Laurel&Hardy son los protagonistas: Triste, solitario y final, del inolvidable y malogrado Osvaldo Soriano, quien también le dio casting en su relato a Philip Marlowe y a John Wayne. Frau Günther tomó nota: comprar un libro, y más si es viejo, siempre se lo podrán permitir.

Como es lógico, el corazón del museo lo constituyen los filmes mismos, de los que sus fanáticos admiradores han llegado a conseguir hasta casi un centenar. Pero cuando pregunto por la pieza más valiosa de toda la colección, la respuesta es que se trata de un cheque. Ahí lo veo, expuesto en una vitrina bajo llave. Es un cheque firmado por Stan Laurel, con el que pagó en 1928 la factura del servicio municipal de aguas de Hollywood. Y la razón intrínseca de su valor no son, naturalmente, los 2.50 dólares de su importe, sino el hecho de que los Günther lo recibieron –como donación para el museo– de manos de Lois, la hija del Flaco.

Y es que los laurel&hardictos constituyen una tribu diseminada por este mundo cada vez menos ancho y más cnn, todos ellos englobados bajo la denominación Hijos del Desierto que, como recordarán muchos de nuestros lectores, es el título de una despiporrante película del Gordo y el Flaco: Sons of the Desert. Y los miembros de esa tribu, organizados en más de doscientos clubes, mantienen una relación intensa no sólo con las cintas de su admirada pareja, sino también con sus descendientes familiares y hasta con algunos jóvenes actores y actrices que conocieron personalmente a Stan y a Oli, y que filmaban en estudios paralelos a los suyos. Entre ellos una estrellita anterior a Diana Durbin y Shirley Temple, una chamaquita llamada Jean Darling, quien a sus ochenta años tuvo los arrestos de volar desde la soleada Santa Monica en California hasta la ventosa Solingen en la Renania, para asistir a la inauguración de este museo.

De regreso en Colonia me pregunté por qué en todos los idiomas del mundo se produce esa curiosa asimetría entre los nombres de los actores y los de sus figuras. A Stan Laurel y Oliver Hardy debiera conocérselos como El Flaco y el Gordo, pero no: ni en castellano, ni en alemán, ni en neerlandés, ni en francés, son nombrados de otro modo que El Gordo y el Flaco. Debe haber alguna razón de peso para ello.

De peso, sí, diría el Flaco, mirando de reojo a Oli.