Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de septiembre de 2010 Num: 812

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Pedro Infante y el revolucionario romántico
MIRIAM JIMÉNEZ

Los dioses de Berlín Alexanderplatz
LOREL HERNÁNDEZ

La visita cariñosa de la Patria
ALEJANDRO ARTEAGA

La literatura del narcotráfico
ORLANDO ORTIZ

Los papeles del narco
JORGE MOCH

El Museo del Gordo y el Flaco
RICARDO BADA

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Columnas:
Galería
ADRIANA DEL MORAL

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

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GERMAINE GÓMEZ HARO

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Hugo Gutiérrez Vega

MIS POETAS GRIEGOS (II Y ÚLTIMA)

Me encontré con Titos Patrikios y Rena en una pequeña taberna de la isla de Spetses. Nos había presentado, en el frontistirio (instituto) Cervantes de Atenas, el buen amigo Dracondaidis, traductor muy correcto de nuestra amada novela Pedro Páramo. Titos, poeta de voz poderosa y de genuina originalidad, había estudiado en sus años mozos en una escuela inglesa de la isla y recordaba al novelista inglés Fowles, autor de una excelente novela, El mago, llena de presencias ancestrales que recorrían la Spetses ocupada por el ejército nazi (mis amigos lectores recordarán sin duda otra novela de Fowles, El coleccionista, que fue llevada al cine en Inglaterra). Titos, como la mayor parte de los intelectuales y artistas griegos, fue víctima de la feroz dictadura de los coroneles y se vio obligado a huir a Italia. Ahí conoció a su compañera Rena, excelente jurista perseguida por la policía secreta del régimen de los espadones helenos. En Italia escribió Titos varios poemarios conmovedores en los que se recoge la angustia de un país sin libertades, sembrado de campos de confinamiento y gobernado por militares y policías zafios, demagogos y fríamente crueles. Rena y Titos vinieron a México hace algunos años. Los deslumbró la cultura indígena. Tengo en la memoria el poema en el que Titos celebra la solemnidad, la placidez y la discreta alegría de los atlantes de Tula, guerreros ataviados con el símbolo de las mariposas.

Miltos Sajturis fue abogado (pero, como López Velarde, lo disimulaba muy bien) y, un buen día, se cansó de los papeles, las demandas, los tribunales y el estruendo de los trabajos para sobrevivir y se encerró en su casa con un pequeño cuaderno en el que escribió su breve pero muy valiosa obra poética. Salía muy poco. Una tarde de otoño, Nora Moreleón, maestra de español y muy acertada correctora de traducciones del griego al español y del español al griego, me lo presentó en una modesta barbería en la que Miltos encabezaba una tertulia muy abierta e informal. Le dije de memoria su poema que empieza con las siguientes palabras: “Con un pañuelo negro una mujer cubre la luna.” Sonrió y recordó que había visto una foto mía en una revista ateniense. La foto, bastante infiel, ilustraba una reseña sobre la puesta en escena de una adaptación de El general en su laberinto, de García Márquez. Yo hacía el papel del general (un poco pasado de kilos) enfermo y en la foto de marras toda la enfermedad se me había ido a los ojos. Miltos me dijo que había sido muy sorprendente ver la fotografía de ese embajador con ojos de loco trepado en un escenario y farfullando algunas palabras en griego. Esa circunstancia lo había llevado al deseo de conocerme. Nos encontramos varias veces y le di a leer a Alfonso Reyes, a López Velarde, Gorostiza y Sabines. Me habló de su encierro voluntario y de sus poetas amados, Seferis, Kavafis y Embirikos, el gran surrealista que tanto había influido en la poesía de Sajturis, el ermitaño de Kipseli. La última vez que nos vimos recordamos a Livaditis y dijimos a dos voces su poema en el que describe la llegada a su casa, la merienda, el pijama y la ingestión del somnífero recetado por su médico. El poema termina diciendo: “Y a la mañana siguiente me despierto y doblo mis sábanas como después de una ejecución.”

Tasos Denegris iba a comer con frecuencia a nuestra casa. Le encantaban los frijoles refritos y alguna vez , a los postres, oyó con benevolencia a Julia, nuestra cocinera peruana, recitar poemas de Santos Chocano y de un irreconocible, pero entrañable, gracias a la voz de una mujer del pueblo, César Vallejo. Tasos, traductor de muchos poetas iberoamericanos y gran conocedor de la poesía en lengua española, publicó en vida cinco libros de poemas en los que la tradición y la vanguardia se daban la mano. Su compromiso político aparece en su poesía como una experiencia vital y nunca incurrió en lo panfletario. Tasos murió hace poco. Lo recuerdo con especial afecto. Una vez me dijo que los filohelenos éramos doblemente masoquistas, pues habíamos escogido amar a la Grecia moderna sin haber nacido en ella. Ese masoquismo, querido Tasos, se suaviza por el hecho de que llegamos a ese amor por el camino de la poesía.

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