Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de septiembre de 2010 Num: 810

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Jesusa Palancares: el rostro centenario de México
SONIA PEÑA

¿Hay algo que celebrar el 2010?
JORGE HERRERA VELASCO

Las fiestas del centenario de la Independencia
GERARDO MENDIVE

Bolívar Echeverría y el siglo XXI
LUIS ARIZMENDI

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Directorio
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Instrumentos

Prolífico en el recurso narrativo de poner a la historia como mero telón de fondo para contar ficciones de toda suerte –gran cantidad de ellas de corte romántico y/o melodramático–, el cine mexicano ha sido tradicionalmente infecundo y escaso en recreaciones históricas. Esta decantación conceptual ha tenido como resultante la carencia contemporánea de un buen corpus autorreferencial, que permita efectuar algún cotejo provechoso entre una filmografía previa, alusiva a ciertos temas –pues dicha filmografía existe apenas, y la forman cintas que se cuentan con los dedos de una mano–, y el puñado de filmes concebidos y producidos al cobijo de los oficialistas festejos por el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.

Uno de estos últimos es El atentado (2010), filme con el que Jorge Fons vuelve a dirigir largometraje, tras una ausencia prolongada. La cinta recrea –incluyendo el antes, el durante y el después– los hechos acaecidos el jueves 16 de septiembre de 1897, es decir, cuando Arnulfo Arroyo –aquí encarnado estupendamente por José María Yázpik–  se abalanza, con violencia y con muy mala suerte para él, sobre el dictador Porfirio Díaz, durante los festejos por un aniversario más de la Independencia de México.

Con un guión que se basa en la novela Expediente del atentado, de Álvaro Uribe, publicada hace apenas tres años, Fons reelabora cinematográficamente el sentido último que transmite la obra literaria, y que no es otro distinto al que revela una lectura cuidadosa de los hechos reales que le dan sustento tanto a la novela como a la película. Dicho espíritu, que podría ser definido como el de la instrumentalidad de todo aquello que forma parte de un sistema político, en El atentado se manifiesta en la elección de soluciones formales muy precisas.


Escena de El atentado

Una de ellas consiste en un doble ejercicio ficcional: dos cómicos de carpa están representando todo aquello que, por otro lado, será visto en una mise en scéne que, en arreglo a una yuxtaposición convencional, “debería” insertarse en el realismo más absoluto, en términos de ejecución fotográfica, de diseño de arte, actoral, etcétera. Representación de la representación, el espectáculo de carpa que abre el filme y va punteándolo, a manera de coda o resumen, abre una posibilidad de resemantización que a Unoqueotro le ha resultado imposible ya no digamos valorar sino siquiera advertir: el tono fársico carpesco, la sátira y la ironía que caracterizan a éste que aquí es un segundo plano de representación, se hacen eco, se aplican desde luego a los hechos reales y documentados, pero también –puesto que son parte de la diegesis fílmica– a la puesta en escena digamos “seria” o “verídica”, y acaban por contaminar a ambos planos o referentes.

El primero de dichos referentes es, como ya se dijo, la representación, la mise en scéne de los hechos que rodearon al fallido atentado en contra de Díaz. Corriendo altos riesgos, Fons resuelve visualmente dicha contaminación mezclando, emparejando, haciendo equivaler de modo aparentemente arbitrario escenas y hasta secuencias cuyo fondo es un telón pintado, propiamente un diorama –verbigracia el kiosco morisco, alguna vez en la Alameda central, hoy en Santa María la Ribera–, con otras cuyo fondo es un escenario real –el antiguo Palacio del Ayuntamiento, por ejemplo.

“Toda representación, por bien ambientada y escenificada que esté, es una farsa”, parece decir el director, a lo que debería añadirse lo siguiente: “Así es, máxime cuando se trata de representar la farsa que el porfirismo representaba, especialmente hacia su ocaso, cuando el país entero hacía agua pero la dictadura se empeñaba en decir que todo era paz y progreso.” La realidad real, pues, también consiste en una farsa, en una representación, y así lo entiende Álvaro Uribe, autor original de la historia que se cuenta en El atentado:  “La verdad histórica es prolija, incoherente, arbitraria.”

El segundo de los referentes citados es, obviamente, la realidad real, aquí ya resemantizada y ejerciendo funciones también fársicas, como se vio, lo cual le permite a Fons plantear algo tan plausible como la malhadada y aparentemente fatídica repetición de los ciclos: la historia puede repetirse casi tal cual –y estaremos prácticamente condenados a sólo reírnos a posteriori de nosotros mismos, como en la carpa, o a soportar que se rían burlonamente de nosotros, como en la televisión–, si en la sociedad no surge algún instrumento capaz de realizar algo más que la función asignada por el sistema del cual forma parte.