Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de septiembre de 2010 Num: 810

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Jesusa Palancares: el rostro centenario de México
SONIA PEÑA

¿Hay algo que celebrar el 2010?
JORGE HERRERA VELASCO

Las fiestas del centenario de la Independencia
GERARDO MENDIVE

Bolívar Echeverría y el siglo XXI
LUIS ARIZMENDI

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
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Juan Domingo Argüelles

Lo difícil es ser claro

Entre las cosas que desaniman a los lectores de poesía está la que tiene que ver con la oscuridad artificiosa o la forma inextricable de querer comunicar cuando, en realidad, lo único que se comunica es la incapacidad de comunicación del autor. Esto lo han advertido, por ejemplo, narradores inteligentes y sensibles, buenos lectores y frecuentadores de poesía, como Julio Ramón Ribeyro y John Irving.

Ribeyro escribió en su Diario que la “cerebralización” y aun la “cerebralización magnífica” de ciertos poetas inextricables, reputados como prodigiosos (porque casi nadie los entiende), lo único que consiguen es un lirismo congelado; un mundo frío en el que jamás se asoma el sol de la vida porque todo se vuelve “literatura”.

Por su parte, John Irving dijo lo siguiente en una entrevista: “Siempre he pensado que lo más difícil es ser claro; claro en la manera en que uno vive su vida, en el modo en que se relaciona con los demás, cría a sus hijos, escribe sus libros. Creo que ser claro es algo sumamente difícil. No es ninguna hazaña ser difícil de leer, o imposible de entender; de hecho, es mucho más loable ser entendible. [...] A medida que ha ido creándose un gusto por la literatura, han proliferado los críticos, los analistas teóricos de la literatura, los académicos. A mí me gustan los libros que se pueden leer sin intermediarios.”

Y añade: “Me molesta, por ejemplo, que alguien como yo, con una educación más que decorosa, no pueda leer mucha de la poesía contemporánea. He asistido a muy buenas escuelas, he aprendido muy bien las reglas de la métrica y de la rima, leí El paraíso perdido, sé lo que es un soneto... Es ridículo que ahora, una persona que no supera el nivel universitario, que puede sin embargo leer a Milton y a Shakespeare, y hasta a Chaucer y entenderlos, no pueda entender la poesía contemporánea. Alguien, que habla mi mismo idioma, el idioma de esta época, que tiene mi misma edad, me está diciendo que si yo no logro comprender su poesía es por mi culpa. ¡Al carajo! No es así. Es muy fácil resultar ininteligible. [...] Los escritores ‘difíciles’ fomentan esa especie de incomunicación intelectual, muy culta, eso sí, pero casi taquigráfica. Odio el elitismo, los preciosismos baratos y la especialización de buena parte de la escritura contemporánea. Me llena de ira ver cómo la novela, otrora el género más popular, padece ahora el mismo defecto que la poesía y la pintura modernas; sólo puede ser apreciada por novelistas, como la poesía sólo por poetas y la pintura sólo por pintores.”


Antonio Machado

En Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica), Ramón Gaya distingue perfectamente entre “arte creador” y “arte artístico”. El primero revela la realidad, mientras que el segundo, la copia y la oscurece para tratar de ocultar su copia. El arte creador no es temeroso en absoluto de nombrar y comunicar las cosas; el arte artístico es palabrería, en el caso de la poesía, o bien simples trazos y notas, sin profundidad humana, sin exploración, en el caso de la pintura y de la música.

Gaya nos dice algo esencial que no debemos olvidar en relación con la poesía y el arte: “La poesía, la música, la pintura, han sido siempre realizadas por unos pocos, sí, pero en nombre de todos.” La idea de que las obras maestras se pueden hacer entre bostezos (Proust dixit) es una idea esencialmente del arte artístico y no del arte creador. El arte creador es, por definición, un arte del entusiasmo y de la búsqueda; no de la imitación ni de la copia que luego se oscurecen, artificial y artificiosamente, para que parezcan cosas muy originales por incomprensibles. Los que escriben, componen o pintan sus obras maestras entre bostezos, tendrían que saber que serán leídos, escuchados y mirados por un público bostezante, y sólo admirados por otros pretenciosos como ellos.

Poetas comunicativos y ecuménicos han deplorado esta barbaridad culta de lo inextricable. Pablo Neruda dijo que “quien huye del mal gusto cae en el hielo”. Y Antonio Machado recomendaba ser hombres de mal gusto para combatir los excesos de la moda y todos los modismos excesivos.

Eloy Sánchez Rosillo afirma que “la poesía no es un espejo ni una máquina fotográfica”, pues “si nos diera sólo un reflejo o una copia de la vida, no sería vida ella misma, no sería en verdad creación. La poesía en cualquiera de sus manifestaciones, crea vida a partir de la vida –como sucede en la naturaleza–, añade realidad a la realidad preexistente”. Es difícil decirlo más claramente y mejor.