Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de septiembre de 2010 Num: 810

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Jesusa Palancares: el rostro centenario de México
SONIA PEÑA

¿Hay algo que celebrar el 2010?
JORGE HERRERA VELASCO

Las fiestas del centenario de la Independencia
GERARDO MENDIVE

Bolívar Echeverría y el siglo XXI
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Notas acerca del grupo de poetas mexicanos nacidos en los años cincuenta del siglo XX (II DE III)

Es natural creer que poesía “joven” ha sido (y será) la de los escritores que, cronológicamente, hayan escrito o publicado durante sus años mozos, o que poesía “joven” ha sido (y será) la de los escritores que, independientemente de su edad cronológica, hayan rejuvenecido con su obra y sus aportaciones la tradición a la cual pertenecen; aun si aceptáramos que la joven poesía mexicana fue, alguna vez, la de los nacidos entre los años cincuenta, sesenta, setenta y sus alrededores, el rubro excluye a ciertos poetas o aprendices del oficio que nacieron en la siguiente década, y hay que prever que algunos de éstos, sin clasificación, prometían más de lo que ya realizaban varios de los reconocidos como escritores “jóvenes”. ¿Cómo se llamó a la poesía de ese grupo que venía? Sospecho que ni siquiera alcanzó el epíteto de “novísima”.

Si debe hablarse de un grupo nacido en los años cincuenta, es innegable que el público desconoce a muchos de sus poetas y sus obras, aunque hayan aparecido en recopilaciones sin cuento, cuyo defecto común fue el de que ni estaban todos los que eran ni eran todos los que estaban, o el de que se mezclaron criterios tales como compartir la fuente de trabajo con el de haber quedado en algún corte cronológico caprichoso: Asamblea de poetas jóvenes de México, Poetas de una generación, Palabra nueva, Signos reunidos, República de poetas. Todavía falta un poco de tiempo para que se haga la verdadera y rigurosa antología que abarque a los más representativos.

Palabra nueva. Dos décadas de poesía en México (1981), la antología que preparó Sandro Cohen, se arriesgó a incluir a muchos autores, tanto a los que ahora sólo producen piedad y condescendencia antes de haberse perdido en la oscuridad inexorable, como a los que todavía pueden llegar a permanecer en la memoria del lector a través de sus respectivas obras, no importa que los poemas propuestos hayan sido superados por otros posteriores, o que muchos poetas no incluidos aún no hubieran publicado ningún libro (razón que los hizo no tener presencia en dicha antología), o que hubieran sido incluidos otros, que no habían publicado (casi siempre confirmaron que ése hubiera sido su mejor destino), o que no hubiera habido información suficiente para representar a escritores éditos pero con publicaciones de difusión limitada, o que tenían toda la “documentación” en la mano, sólo que no eran del gusto del antologista.

El número de antologías y muestrarios, la cantidad de tinta derramada para indagar algo de los hoy cincuentones poetas, las ediciones de autor que muchos iniciaron apenas pasados los veinte años, las traducciones, revistas, círculos, festivales, concursos y talleres, mostraron una urgencia inusitada por la profesionalización y difusión del trabajo literario. Esa prisa tenía dos cabezas: la que deseaba mostrarse en público y la que estaba interesada en formar un público lector desde temprano. Los poetas que ahora están en sus cincuenta años incursionaron en la letra impresa desde los veinte. Por talacheros y talentosos, algunos ya son conocidos.

¿Se trató de una constelación de jóvenes prodigios? No creo que sea para tanto: cotéjese lo que muchos de ellos publicaron en antologías como las de Zaid y Cohen contra lo que han publicado recientemente, y se palparán sus diferentes grados de evolución: los poemas primerizos casi nunca rivalizan con los de madurez. Se trató de un grupo que comenzó ofreciendo manzanas en el puesto antes de ver si ya estaban en su punto, lo que ha permitido perseguir la evolución o el fracaso de las intenciones literarias. La consecuencia inmediata podría ser el arrepentimiento (inútil, porque el pasado es irrevocable) ante esas páginas lejanas que no debieron salir del cajón del escritorio. Esto es un síntoma de la afición burguesa por autofestinarse con letras de imprenta, aunque publicar tempranamente no es, intrínsecamente, un hecho condenable: la mala idea es la de que hay que ver el nombre propio en la portada de un libro, a toda costa, antes de que la voz madure: el lector tiene el derecho de exigir que lo que vaya a poner frente a sus ojos tenga calidad.

Otro problema es el de la palabra “generación”. El criterio más obvio para definir una sigue siendo el de haber nacido alrededor de cierta fecha común, pero no es el único, porque deben agregarse los de tener ancestros comunes, una actitud vital, literaria, o intelectual semejante y, seguramente, la conciencia de pertenecer a una generación o grupo.

(Continuará)