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Vicentenario y chentenario
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ace 100 años Porfirio Díaz no dudó en organizar una gran celebración del centenario del inicio de la lucha por la Independencia. Con una década de antelación empezó los preparativos, que estuvieron a cargo del canciller Ignacio Mariscal.

Mariscal tenía una larga trayectoria diplomática en Europa y Estados Unidos y fue ministro de Relaciones Exteriores durante casi 28 años. Cumplió la encomienda pero no presenció los actos conmemorativos. Tras su muerte en abril de 1910, Díaz le pidió a Justo Sierra, a la sazón ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, que se encargara de los festejos del centenario.

El binomio Mariscal-Sierra le dio a la celebración del centenario una doble dimensión: por un lado, Mariscal había procurado proyectar una imagen de un país moderno, cultivando a muchos gobiernos extranjeros y alentando a sus inversionistas; por el otro, Sierra se concentró en la educación y la cultura.

En 1910 se inauguraron obras públicas y se multiplicaron los monumentos en las ciudades y pueblos de todo el país. En la capital se develaron estatuas, no pocas de ellas donadas por los gobiernos invitados a los festejos o por las agrupaciones de extranjeros residentes en México: Garibaldi, Humboldt, Pasteur, Washington y el Reloj Chino. Empero, algunos proyectos se quedaron en el tintero. Por ejemplo, la construcción del Palacio de Bellas Artes no se terminó hasta 1934.

Con Justo Sierra los festejos del centenario incluyeron actos culturales y contibuyeron al establecimiento de la Universidad Nacional (cuya autonomía llegaría en 1929), un legado inapreciable a las futuras generaciones.

Hay, sin embargo, un aspecto curioso (y poco estudiado) de los actos conmemorativos de septiembre de 1910. Se trata de la presencia de Benito Juárez en los mismos. Si bien se rindió homenaje a los insurgentes con la inauguración de la Columna de la Independencia, también se terminó la construcción del hemiciclo al Benemérito de la Patria en la Alameda Central de la ciudad, en la avenida que lleva su nombre.

El Ángel, en cambio, se colocó en una de las glorietas de la imponente avenida conocida como el Paseo de la Reforma. Otra vez Juárez. El trazo de la misma había sido ordenado por Maximiliano y se le puso el nombre de Calzada del Emperador. En 1877 Díaz la rebautizó tras asumir la presidencia bajo el lema de ¡no relección!

¿A qué se debió la presencia de Juárez en los festejos de 1910? Quizás porque fue el artífice del mayor cambio que se gestó en México entre 1810 y 1910: la relación entre la Iglesia y el Estado. He ahí un aspecto fundamental para comprender la actitud de algunos de los actuales dirigentes políticos hacia los actos conmemorativos del bicentenario.

Lo significante de la celebración de 1910 fue que al parecer no hubo sentimientos encontrados acerca de lo que se quería festejar. Ahí estuvieron los próceres de la Independencia y ahí estuvo Juárez y la Reforma del Estado mexicano.

Los festejos en 1910 del centenario fueron el último acto que presidió Porfirio Díaz. Pese a los esfuerzos propagandísticos de su régimen, no fue posible disimular las enormes carencias del país. Dos meses después irrumpió la Revolución, primero en lo político con Francisco I. Madero enarbolando nuevamente la bandera de la no relección, luego con Zapata en lo social y económico, y también con Villa y Carranza.

Hace 10 años vivimos lo que muchos pensamos sería otro parteaguas en la historia de México. La idea del cambio se adueñó del país y dio pie a un momento de ilusión colectiva. Pero se esfumó. No hubo cambio. La reforma del Estado sigue pendiente, la reforma educativa no aparece, las condiciones en el campo siguen empeorando, los centros urbanos se deterioran y la inseguridad y la violencia prevalecen.

Hace 200 años se procuró un cambio político que convirtió a la Nueva España en México. Los dirigentes de ese cambio no buscaban transformar el país; meramente querían dirigirlo. Así los gachupines fueron sustituidos por los criollos. Desde luego que hubo un contenido social y de mayor justicia en el pensamiento de algunos de los insurgentes, pero la vida de los entonces 6 millones de habitantes no mejoró con la Independencia.

Hace 100 años se empezó buscando el fin de una dictadura y la instauración de un proceso electoral democrático. Se logró lo primero, mas no lo segundo. Sin embargo, el proceso revolucionario produjo la Constitución de 1917, en su momento un documento de vanguardia. Para entonces México contaba con unos 15 millones de habitantes, cuya vida no mejoró. De ahí los intentos por cambiar la distribución de la tierra, consolidar un movimiento obrero y promover la educación. Es cierto que hubo adelantos en la alfabetización y en el sector salud, pero ¿cómo se explica una reforma agraria que duró medio siglo y un sistema educativo que aún no produce los anhelados resultados?

Hace 10 años inauguramos un sistema electoral más democrático. Hemos avanzado en ese renglón y quizás Madero estaría contento. Pero la llamada alternancia en el poder no ha podido traducirse en logros concretos para hacer frente a los males que aquejan al país desde hace 200 años: la distribución de la riqueza, incluyendo la tierra y los medios de producción, y las injusticias de un pueblo cuya evolución social (como diría Justo Sierra) se ha estancado. En México parece que los de abajo están condenados a vivir en edificios sin elevador.

Hace años me sorprendió ver en muchos pueblos europeos un letrero que decía Todas direcciones. Es una manera de avisarle a un conductor de automóvil que va por buen camino aunque esté perdido. Hoy, por doquiera que viaje uno por México, se topa con un letrero que dice Ruta 2010. Nadie me ha podido explicar su significado.