Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 29 de agosto de 2010 Num: 808

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Juan Bruce-Novoa: Only the Good Times
ALBERTO BLANCO

El síndrome de Procusto y la política científica
JUAN JOSÉ BARRIENTOS

Monet, impresionista
Presentación

Los deudores de Monet
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Los ojos de Monet
JOHN BERGER

Ella casi bella
GUILLERMO SAMPERIO

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Juan Bruce-Novoa.
Fotos: archivo familiar Bruce-Novoa

Juan Bruce-Novoa: Only the Good Times

Alberto Blanco

Nos conocimos hace veintiocho años en la Galería Pecanins de Ciudad de México. Nadie nos presentó. Era una día como cualquier otro, la galería estaba prácticamente desierta de gente y colmada de bellezas: una maravillosa exposición de cajas del maestro surrealista Alan Glass. Yo llevaba ya mucho tiempo contemplando las piezas y me llamó la atención la única otra persona que estaba en la galería, disfrutando con detenimiento de la obra; era Juan. Comenzamos a platicar sobre las cajas, y de inmediato me di cuenta de que conversaba con alguien a quien le importaba tanto el arte como a mí. La plática siguió fuera de la galería, en un café, y ya no se detuvo nunca. Al despedirnos en aquella ocasión, nos presentamos al fin y nos dijimos nuestros nombres: en el acto reconocí el nombre de Juan Bruce-Novoa como el de un afamado crítico de la literatura chicana; no sabía mucho más de él entonces. Y él también reconoció el mío: acababa de leer mi segundo libro de poesía, El largo camino hacia ti. Los comentarios que me hizo sobre el libro me dejaron bien claro que no sólo nos unía el amor a las artes visuales, sino a la literatura y, en particular, a la poesía. Ya vendrían después el cine, la música (ambos tocamos en bandas de rock a fines de los sesenta y principios de los setenta), la arquitectura, la historia de México y las amistades comunes. No tardamos mucho en establecer la conexión entre Huberto Batis y Juan García Ponce –su compañero de generación– y alter ego y casi gurú personal de Juan Bruce-Novoa. Tampoco tardamos mucho en comenzar a conspirar, aunque los primeros frutos de esa conspiración fraternal hayan tardado más de diez años en manifestarse hasta la publicación de un enorme volumen bilingüe de poesía estadunidense del siglo XX –bajo el sello de la UNAM– luego de que una beca Fulbright, y el apoyo de Juan, me llevaran a UC Irvine en 1991 para completar esta difícil tarea.


Juan Bruce-Novoa y Alberto Blanco

Son muchos los buenos momentos –y sólo buenos momentos– que recuerdo con Juan. Las conversaciones sobre poesía mexicana, estadunidense y chicana en las plazas de San Ángel y Coyoacán de Ciudad de México; las conversaciones en los bares de Ciudad Juárez cuando a ambos nos fue concedido en 1989 el premio de literatura José Fuentes Mares… a él por la Antología retrospectiva del cuento chicano, y a mí por el libro de poemas y dibujos Canto a la sombra de los animales, que hice con Francisco Toledo; la conversación en el íntimo e imponente escenario californiano del escultor Isamu Noguchi, en Costa Mesa; la conversación frente a la gran tela de Anselm Kiefer, Midgard, que preside el Museo de Arte de Milwaukee; la conversación en torno a una deseada y siempre pospuesta exposición de los libros de artista de Yani Pecanins; las conversaciones terciadas con don Luis Leal, con Seymour Menton, con José Agustín, con Jackie Dooley, con Vittoria Borsò, en tantas partes; las interminables conversaciones en las interminables carreteras de Nuevo México con el atardecer encendido en el espejo retrovisor… siempre la conversación. Los temas eran, desde luego, inagotables y podían ir desde la arquitectura de Frank Lloyd Wright, por quien sentía gran admiración, hasta los manuscritos de Martín Luis Guzmán, cuya obra estudió exhaustivamente; desde la poesía de los románticos alemanes –Juan pasó largas temporadas enseñando en prestigiosas universidades alemanas– hasta los cuentos de Juan Rulfo; desde las obras maestras del cine negro estadunidense, hasta la increíble saga de Cabeza de Vaca; desde la poética de Salvador Elizondo hasta la misteriosa conversación que sostuvo Juan con Alejo Carpentier en los últimos días de vida del gran maestro cubano, que le prometió revelarle claves desconocidas para leer Los pasos perdidos.

Después de innumerables encuentros, visitas, correos, conversaciones y viajes compartidos, se dio nuestro último encuentro en casa de nuestro común amigo Jacobo Sefamí hace unas pocas semanas, luego de la clausura de la conferencia de mexicanistas en Irvine que culminó con un sencillo homenaje a su persona y a su obra. Con esa misma naturalidad que lo caracterizó siempre, yo comparto estas líneas hoy con su hijo Juan Carlos y con la pareja de toda su vida, Mary Ann, a quienes deseo, de todo corazón, el tesoro de la gratitud hacia el padre y el esposo; el amigo y el compañero. Solamente la gratitud. ¿Qué más? Y las comparto con todos los amigos, discípulos y colegas para quienes Juan dejó muy en claro que, a final de cuentas, lo que cuenta (perdón por el juego de palabras) es la bondad del tiempo que se nos concede compartir en esta tierra. Tan sólo un momento aquí… O como el título de su novela: Only the Good Times.