Opinión
Ver día anteriorDomingo 22 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palacio de las Ciencias de la Tierra
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ara conocer los recursos naturales explotables del territorio mexicano, el presidente Porfirio Díaz ordenó crear una institución dedicada a la investigación científica, difusión y enseñanza de la geología. Así nació la Comisión Geológica Nacional, el 17 de septiembre de 1888, la que dio lugar a la creación del Instituto Geológico Nacional, que desde 1929 pertenece a la Universidad Nacional Autónoma de México.

Las primeras investigaciones tuvieron como objetivo realizar un catálogo sistemático y geográfico de las especies minerales y el estudio de los volcanes y la paleontología. Se buscaba obtener los conocimientos científicos para el desarrollo de las industrias minera y petrolera, el uso de los minerales no metálicos y el aprovechamiento de las aguas superficiales y subterráneas.

Con el nacimiento del nuevo siglo, en junio de 1900, se inició la construcción de un edificio que albergara al personal del instituto y tuviera un museo en donde se mostraran los hallazgos que se estaban realizando. Aquí se llevó a cabo la investigación hasta 1956, en que el personal académico y administrativo fue trasladado a la flamante Ciudad Universitaria y el portentoso edificio quedó exclusivamente como Museo de Geología.

Se edificó en un amplio predio frente a la Alameda de la colonia Santa María la Ribera, que había comenzado su desarrollo a mediados del siglo XIX. La construcción, en estilo ecléctico, fue representativa de la búsqueda de modernidad que caracterizó el porfiriato, que marcó una clara ruptura con la tradición constructiva del virreinato.

Obra del arquitecto Carlos Herrera y del ingeniero José Guadalupe Aguilera, se utilizó hierro, ladrillo y para recubrir la fachada, roca volcánica de Los Remedios, en elegante tono dorado. Muestra detalles franceses alternados con motivos prehispánicos.

Luce en el friso labrados en alto y bajo relieve, fósiles de conchas, peces y reptiles. Tres arcos de medio punto dan acceso al museo, que luce en el segundo piso una terraza con columnas en estilo jónico. El centro de la fachada esta coronado con un gran reloj.

El interior es impresionante, con un enorme vestíbulo con pisos de mosaico con motivos pompeyanos y una majestuosa escalera estilo Art-Noveau de doble rampa, de mármol y herrería, que muestra flores y hojas de acanto. En el peralte se aprecia una decoración de grecas prehispánicas.

Bellos emplomados con paisajes de México dejan pasar luces multicolores, que matiza la luminosidad que derrama el gran plafón que cubre el vestíbulo. Desafortunadamente ahora no están a la vista los extraordinarios lienzos que pintó José María Velasco.

El vestíbulo da acceso a las distintas salas, con pisos de madera, iluminación natural que entra por grandes ventanales y la vista de las vitrinas más bellas que se puedan imaginar. En ellas se muestran las distintas colecciones: más de 500 especies de minerales, meteoritos y rocas de todo México y del extranjero; muchas parecen joyas preciosas.

La sala de paleontología lo recibe con el esqueleto de un inmenso mamut. Aquí se exhiben fósiles de invertebrados y vertebrados. Es subyugante ir descubriendo cómo evolucionó la vida, desde esos primeros pequeños organismos que poblaron la tierra a través del tiempo, hasta llegar a los más recientes, como los elefantes.

¿Qué tal ir a comentar las maravillas que vimos con un buen mezcal y un mole negro? En la cercana calle de Violeta número 92 se encuentra el restaurante Oaxaca en México, con las mismas ricuras que come en esa bella ciudad: tlayudas, tamales de chepil y sus inumerables moles: amarillo, colorado, verde y el clásico negro.