Opinión
Ver día anteriorMiércoles 18 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cadáveres sin muerte
C

uando se piensa en los genocidios, en los desaparecidos, en los niños convertidos en soldados o en los decapitados se piensa en la muerte. Se cavila en esos temas por obligación moral. Esas desgracias son noticia cotidiana. El genocidio que hoy se lleva a cabo en Darfur, los incontables niños soldados mutilados o asesinados, las luchas fratricidas e interétnicas en algunas de las antiguas repúblicas soviéticas y en África, y, las matanzas como consecuencia del narcotráfico son ejemplos vivos de esas desgracias. Cuando se cavila en el origen de esos decesos se piensa en la muerte vana, en la muerte vil y en la sinrazón que abarata la existencia. Se reflexiona, asimismo, en los principios que definen a la condición humana, entre ellos, justicia, ética y libertad sin obviar una cuestión, que por fundamental, puede resultar irrisoria y ridícula: ¿por qué la sabiduría acumulada y el conocimiento cada vez más deslumbrante no han servido para menguar esos actos?

Las vidas de quienes son asesinados en genocidios, las de los desaparecidos, las de los pobres víctimas de las catástrofes de la naturaleza o las de los secuestrados que se convierten en otra forma de desaparecidos nunca terminan. En esas personas no hay final. Las heridas de los deudos de esos muertos no cierran. El dolor de los deudos es indescriptible: deben cohabitar con el vacío del cuerpo ausente.

El funeral, en cualquiera de sus múltiples modalidades, no sólo representa un rito o un acto de higiene; el cadáver permite iniciar el duelo. El cuerpo sin vida es testimonio del final. Contar con el cuerpo, con la imagen postrera, o con las palabras que atestigüen el final es imprescindible. El cadáver permite cerrar la historia. Sin el cuerpo es imposible otorgarle al fallecido y a sus seres cercanos la dignidad necesaria. La tendencia mundial –España, Ruanda y la población armenia son algunos ejemplos– para recuperar la memoria de los muertos proviene, entre otras razones, por la necesidad de los deudos de dignificar la muerte de sus seres queridos.

Los movimientos, ya sea por medio de documentos, museos o conferencias, cuyo propósito es dignificar la memoria de los asesinados en genocidios buscan, además de castigar a los culpables, paliar el dolor de los deudos. Acercarse y entender desde la perspectiva humana, ética y sicológica a las personas que no logran cerrar el ciclo vida-muerte de sus seres queridos es un campo de trabajo en el cual se invierte cada vez más tiempo e interés.

El filósofo Giorgio Agamben ha hablado, al referirse a los muertos en los genocidios, de cadáveres sin muerte, no hombres cuyo fallecimiento es envilecido como producción en serie. Los cadáveres sin muerte son el culmen de los genocidios y la representación más cruda del mal. Aunque ninguna vileza humana semeja a los genocidios, la idea, guardando las distancias pertinentes, se puede extender a lo que hoy sucede con los cuerpos amontonados y despojados en terrenos baldíos tras ser asesinados por narcotraficantes; puede también ampliarse a los muertos anónimos de las catástrofes producto de la naturaleza, como sucedió recientemente en Haití, y que son recogidos por palas mecánicas para depositarlos en fosas comunes.

Esos muertos, y sus deudos, son despojados de toda dignidad. Se les borra del mapa y de la historia de un plumazo. Se transforman en no seres humanos. Se convierten en cenizas, en cuerpos sin cabeza, en seres anónimos. Al no dejar huella el pasado se esfuma. Los no hombres –ése es el propósito de los asesinos– carecen de dignidad y de historia. Quienes fabrican muertos a destajo, sean las razones que sean las inductoras de los asesinatos, lo hacen apartados de todo principio ético. No existe el término preciso para definir esa conducta; quizás, ética cero, sea el concepto que más se acerca a ese nivel de deshumanización. En la ética cero no existen límites; se atenta contra todo, se borra la dignidad. Un ser humano sin dignidad deja de ser un ser humano. Los cadáveres sin muerte son sinónimo de ética cero.

Si bien la muerte como tal carece de dignidad y de ética, el acto de morir es el espacio donde ambos hechos alcanzan su mayor expresión. En los cadáveres sin muerte la ética y la dignidad del muerto y de sus vivos queda reducida a cero. Susana Martínez Wasserman, en este día en que se cumplen 32 años de tu desaparición, tu hijo no te olvida; Jorge Víctor Sznaider, desaparecido con 19 años, tus padres te recuerdan. Esas esquelas siguen, después de más de treinta años, publicándose en los diarios argentinos. Los cadáveres sin muerte nunca dejan de morir. Es imposible llenar la ausencia y el vacío.