Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de agosto de 2010 Num: 806

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Filosofía y poesía
ANTONIO CICERO

B. Traven en Tampico
ORLANDO ORTIZ

La propuesta narrativa de Agustín Fernández Mallo
JORGE GUDIÑO

Elvis cumplió setenta y cinco
ALEJANDRO MICHELENA

Génova 2001: la marcha de los desobedientes
MATTEO DEAN

Metrópolis: la recuperación y sus metáforas
ESTHER ANDRADI

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ana García Bergua

Modos que colman

Buena parte de la belleza de los libros de Daniel Sada, quizá el mayor prosista mexicano de nuestra época, está en aquella voz que cuenta sus historias. En Ese modo que colma, su último libro de relatos, publicado por Anagrama, es el Destino el que de repente mueve las cosas con gran perversidad y cambia la vida de las gentes. Pero el narrador de Daniel Sada, ese pícaro que versifica, ríe y prepara al lector para que se atenga a que lo peor siempre puede pasar, podría ser, si no su aliado, su mayordomo. Un mayordomo musical que opina con desparpajo, se burla, calla o voltea para otro sitio, como aquellos hombres que uno encuentra parados en las esquinas, en los pueblos perdidos, sin nada que hacer más que mirar y contar lo que ven por las ventanas: “De veras que Gastón tenía un aspecto de gente de mucho dinero:  y:  por lo que respecta al buscador: veámoslo abajeño, algo modestito, o sea…” (“Atrás quedó lo disperso.”) Pero ya sabemos que Sada escribe en verso, y que su desparpajo se sostiene sobre una música precisa y de una hermosura limpísima: “Al sentar sentado disfrutando lo más vacuo de las conjeturas que me hacía tras mirar las caminatas de tantos, se me acercó un limosnero de unos sesenta años, tan vencido, que parecía poseer el monopolio del sufrimiento, de hecho, algo teatral, me extendió su mano pidiéndome una moneda, pero lo que yo le di fue la bolsa con lo mero bueno adentro, lo que me hizo sentir un filántropo ejemplar.” (“Limosna millonaria.”)

El trazo de las tramas de Daniel Sada es amplio, desértico, como ya he dicho: un empujón, un vuelco, un cambio grande, de aquí para allá, que transforma las cosas. Rosita Alvírez que desobedece a su mamá, la familia que hace una fiesta junto a la que tiene un velorio. Como si alguien moviera el escenario. Y lo notable es escuchar a esta voz sabrosear y cantinflear a veces, nomás viendo cómo a sus personajes se los lleva el viento. Hay ahí algo muy desapegado y a la vez conmovedor, genial. Por ejemplo, en Casi nunca –la novela que ganó en 2009 el Premio Herralde–, el protagonista es un hombre que viaja de Oaxaca a Coahuila con una maleta llena de dinero, buscando el amor (diríamos cursimente, pero es verdad) o el sexo supremo con una mujer dificilísima. Así como aquel hombre, los personajes de Sada viven sus tragedias o sus dichas bajo el sol abrasador, a grandes distancias; se esfuerzan, pero como si estuvieran resignados a que la cosa puede no salir. El aire los lleva, la cercanía los aísla, el crimen se les da como una sed, más que otra cosa, y de repente se les apaga. Y en todos ellos hay una especie de afán por adaptarse, como Demetrio, el protagonista de “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma”, que termina aceptando las caricias de su suegra, pues a su esposa se la llevó el viento. También tratan de alejarse del destino, pero como sin ganas, tal el asesino que se esconde en el sur de Baja California, sin energía para controlar a sus sirvientes, que lo delatan:  “A Fulano de Tal ya le aburre andar matando gente. Ahora se quiere impregnar de algo parecido a la santidad, a fin de ascender al cielo, sin ninguna escala, eso como suposición, desde luego.” (“Esto va a estallar.”)

Los cuentos de Sada tienen un lado medio fantástico, como el diablito stevensoniano que se le aparece o que alucina el jugador protagonista de “El diablo en una botella” y lo hace ganar. O aquella Región de las Víboras a la que el asesino Arturo Garza lleva el cadáver de Cid Chavira en “Un camino siempre recto. ” Y aquí el cuento no es el del asesinato, sino de aquel que debe buscar el cadáver (o los cadáveres, porque Garza también desaparece) para que la viuda de Cid Chavira no sospeche o no sepa. No sólo es la tragedia, sino el vericueto de alrededor, todo lo que se complica, lo que cuenta Sada, y por eso algunos de sus personajes viven en otra parte, en otro mundo: son los que recogen el tiradero. Por ejemplo, “Ese modo que colma”,  el que le da título al libro, aborda una fiesta de narcos y la aparición de tres cabezas en una hielera, un tema tétricamente actual. Pero el cuento se centra más en el lío de enterrar las cabezas (para colmo iba a haber fiesta); en las mujeres tratando de hacer un entierro cristiano envolviéndolas en unas toallas, colaborando a hacer que la normalidad se trague de algún modo el horror que, por supuesto, se multiplicará. Los personajes de Sada parecen decir como Demetrio, el del viento:  “Sé que si me mantengo acostado no me pasará nada y mis ideas cambiarán”.