Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de agosto de 2010 Num: 806

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Filosofía y poesía
ANTONIO CICERO

B. Traven en Tampico
ORLANDO ORTIZ

La propuesta narrativa de Agustín Fernández Mallo
JORGE GUDIÑO

Elvis cumplió setenta y cinco
ALEJANDRO MICHELENA

Génova 2001: la marcha de los desobedientes
MATTEO DEAN

Metrópolis: la recuperación y sus metáforas
ESTHER ANDRADI

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Elvis cumplió setenta y cinco

Alejandro Michelena

El 8 de enero de este 2010 el Rey del Rock habría alcanzado los setenta y cinco años. Nació en 1935 en la pequeña localidad de Tupelo, en el estado de Mississippi. Su infancia de carencias y pobreza, su adolescencia de timideces y rebeldías, quedaron atrás cuando una tarde de 1953 decide grabar por su cuenta un disco sencillo para regalarle a su madre en su cumpleaños. Y sobre todo días después, cuando Sam Phillips, propietario de la casa Sun Records, oye la grabación, repara en su voz y decide apuntalarlo como intérprete.

Desde entonces fue arrastrado por una espiral vertiginosa, signada por el éxito creciente y constante. Y como ha sucedido tantas veces, en algún recodo de esa embriaguez que era su vida –donde fama y dinero, estimulantes y mujeres se multiplicaban– sintió angustia y soledad. Como casi siempre: no pudo, no supo, o no quiso detenerse.

Al final quedaba poco de aquel orgulloso muchacho de Tupelo, que vestía de modo extravagante remedando a Hopalong Cassidy y que aspiraba a ser cantante, en ese hombre demasiado obeso que sufría de arterioesclerosis precoz e hidropesía, que en medio de la lectura de un libro –cuyo tema eran las reiteradas especulaciones acerca de la Sábana Santa con que envolvieron el cuerpo de Jesucristo al bajarlo de la cruz– moría completamente solo en el lujoso baño de su enorme mansión de Graceland, en Memphis.

UNA AUTÉNTICA REVOLUCIÓN MUSICAL

Se ha dicho, escrito y repetido que con Elvis Presley se inició el rock and roll. Esto es verdad solamente si miramos el fenómeno musical de los años cincuenta en lo que hace a su difusión masiva. Desde tal punto de vista se puede afirmar que a partir de Elvis existe el rock.

No es así porque su propuesta artística cambiara los parámetros del ritmo y el gusto de esa década prodigiosa. Cuando él comenzaba, Bill Haley y sus Cometas ya habían alcanzado una popularidad extraordinaria con su canción “Rock Around the Clock.” Fue sólo uno de los que iniciaron aquella movida, aunque sin duda el mejor.

En realidad, el distintivo del muchacho de las patillas largas era su voz, alejada del sonido gangoso y nasal de la mayoría de los cantantes de la época. Cantaba con la garganta, y en su forma de hacerlo se podían adivinar los años de asistencia a los coros de la iglesia bautista de mayoría negra de su barrio pobre. La novedad del estilo de Elvis estuvo centrada en la fusión peculiar –que realizó naturalmente– de la música negra y el rhythm & blues, que por la fuerza del triunfo logrado marcarían el camino de la música joven de los años posteriores.

Por cierto: no menos importante para cimentar el suceso fue su estilo escénico. Los pantalones ajustados, las chaquetas brillantes, el maquillaje y hasta los labios pintados, su llamativo copete engominado. Pero sobre todo el desafío a los buenos modales pacatos de aquellos años, a través del provocativo movimiento de su pelvis al cantar.

Tan novedosa (y escandalosa) era su composición escénica, que cuando se presentó en el famoso show televisivo de Ed Sullivan –a través del cual se hizo conocer masivamente en todo Estados Unidos– las cámaras lo tomaron siempre de la cintura para arriba para no despertar la indignación de los grupos católicos o protestantes fundamentalistas que ya venían rasgándose las vestiduras ante las canciones del nuevo ídolo.

Solamente con el trabajo de su voz y la singularidad interpretativa, se transformó en puntal de una verdadera revolución copernicana en la música popular. No hay que olvidar que, a diferencia de los Beatles (indiscutidos renovadores de la década siguiente), el muchacho de Tupelo nunca compuso, sino que cantó canciones que otros creaban a su pedido.

Basta oír atentamente cualquiera de sus temas más resonantes –“Heartbreak Hotel”, “Hound Dog”, “Don’t Be Cruel”, “Love Me Tender”, “Jailhouse Rock”, “King Creole”– para aceptar, a tantos años de su muerte, que Elvis Presley fue uno de esos artistas fuera de lo común. En cada generación son pocos aquellos en los cuales –como fue su caso– se combinan la necesidad de expresarse, el magnetismo para la comunicación y el talento para crear algo nuevo con la música de su entorno.

La entrada en la vida de Elvis de su manager eterno, el falso coronel Tom Parker, fue mucho más importante que –años más tarde, en 1967– su casamiento con Priscilla Beaulieu, y al año siguiente el nacimiento de su hija Lisa Marie Presley. Ese simpático aventurero tuvo la habilidad y astucia adecuadas para manejar con eficacia una carrera en ascenso precipitado, logrando que fuera beneficiosa para el cantante (y además para él). El contrato firmado con la RCA, empresa que hasta el momento se dedicaba sólo a la música clásica, y que fue convencida –gracias a la elocuencia del “coronel”– de encargarse en exclusiva de las grabaciones de Presley, es un claro ejemplo.

LA EXPERIENCIA INTERIOR

Elvis comenzó a consumir anfetaminas casi desde el comienzo. Fue la estrategia que usó para vencer su timidez inicial y lograr en el escenario ese desparpajo proverbial que lo caracterizó. Y siempre –para bien de su imagen transgresora, para mal de su persona– encontró médicos inescrupulosos que se las recetaron generosamente.

De poco le valió a cierta altura –ya cansado y enfermo, solo a pesar de tanta gente que lo rodeaba y adulaba– iniciar una búsqueda algo errática y angustiada por caminos espiritualistas, visitando a maestros hinduistas para que lo iniciaran en los arcanos de la reencarnación, retornando por momentos a sus orígenes religiosos a través de pesquisas compulsivas en los evangelios.

Promediados los sesenta, su estrella parecía menguante. Y la irrupción de los cuatro muchachos de Liverpool logró desplazarlo del fervor de un público que por razones generacionales también había cambiado. Porque el auténtico reinado de Elvis tiene su base en aquellos glamorosos años cincuenta, cuyo perfil musical supo revolucionar como ninguno.