Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Murió el comisario Maigret
L

a noticia de la muerte del actor Bruno Cremer me hundió, durante unos instantes, en una confusión de personajes reales e imaginarios, que me hizo preguntarme una vez más si no poseen más realidad los seres imaginarios que los reales. Me cruzaron por la cabeza, en un juego de espejismos y máscaras, los rostros de Georges Simenon, de Bruno Cremer y de Jules Maigret –sólo que si el actor y el comisario Maigret tienen la misma cara, el personaje creado por Simenon tiene tantas fisonomías como lectores de sus novelas sobre Maigret tantos semblantes como actores lo han encarnado en el cine: Pierre Renoir, Jean Gabin, Jean Richard y otros. La última, de 1991 a 2005, en una serie televisiva, es la faz de Cremer. Durante más de 50 episodios, este magnífico actor proveniente del teatro va a imponer su rostro a Maigret hasta confundirse con él. Así como se confunde al escritor con sus personajes, sobre todo cuando éstos se independizan de su creador y toman vida propia –el Quijote y Cervantes, el narrador y Proust, Dorian Gray y Wilde, Vautrin o Rubempré y Balzac, Páramo y Rulfo: ¿no me contó Juan que recibía cartas dirigidas al señor Pedro Páramo venidas del otro lado del mundo, sin dejar de señalarme su admiración por los servicios de correo?–, la identificación entre el comediante y la figura interpretada puede hacer olvidar su identidad en aras del héroe o heroína que representa en la escena de un teatro, frente a las cámaras.

Me ocurre pensar en Simenon como en el comisario Maigret, imaginar un esposo gruñón pero fiel en el hombre, calificado por Fellini, de las 10 mil mujeres. Asimismo a veces pienso en el famoso comisario como si fuera en realidad el escritor: Georges Simenon redobla el juego de identidades cuando escribe las Memorias de Maigret.

Gran novelista –con Yourcenar y Michaux forma la trilogía de escritores belgas en lengua francesa–, Simenon es conocido por la mayoría del público como un escritor de novela policiaca, el creador de Maigret. Magnífico actor de teatro, que prefería al cine a pesar de haber actuado de manera magistral en muchas películas, Bruno Cremer es célebre bajo la identidad de Maigret. Escogido por el productor de esta serie de televisión para encarnar al comisario, va meterse en la piel del personaje ficticio y a volverlo real al otorgarle su piel, sus huesos, su sangre, su rostro: el cuerpo pesado, el andar lento y observador, la mirada a la que nada escapa en su aparente distracción ensimismada, a la vez risueña, burlona y adivinadora de los ojos azules, el gusto por la buena comida de familia, los labios con la pipa colgada de ellos. La pipa preferida por Simenon que Cremer habría querido cambiar por unos aromáticos habanos. Pero la pipa y el cerillo que alumbra el tabaco dispuesto con parsimonia pensativa son parte de la personalidad del comisario de la policía criminal.

He tenido la suerte de haber visto casi todos los episodios de la serie de Maigret. La idea de los productores tiene una chispa de genialidad: los directores cinematográficos son distintos, pero la estructura del filme de una hora es siempre la misma, así como Bruno Cremer actúa siempre el papel del comisario y los mismos actores interpretan a sus ayudantes. Y la primera imagen es la de esa pipa que una mano toma del cenicero para encenderla y un cerillo da luz a la pantalla en penumbras.

Si Cremer prefería el teatro, porque en el cine el director no deja crear al actor, no cabe duda que llegó a identificarse con Maigret haciéndolo tan suyo como lo fue de su autor. Los directores eran dirigidos por él, lo reconocen con cariño y admiración varios de ellos.

Por eso, ante el anuncio del fallecimiento del actor, los medios hablan de la muerte de Maigret, la desaparición del comisario. La sensación de haber perdido a tres personas me dejó dudosa. Simenon y Cremer han muerto. Maigret, la creatura ficticia, sigue viva y sigue dando vida al escritor y al actor.