Opinión
Ver día anteriorJueves 5 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Batracio y Ricardo
T

ienen razón los jóvenes cuando intentan poner todo de cabeza y buscar nuevas formas de expresarse. El teatro es un instrumento idóneo y aun cuando muchos y desde hace tiempo hemos dejado de creer que impulse a cambios inmediatos, por lo menos puede dejar en los espectadores una semillita de reflexión, a diferencia de las escenificaciones que sólo intentan divertir (lo que tampoco deja de ser del todo válido). Algunas veces el propósito se cumple y otras resulta poco feliz desde el punto de vista teatral y de revisión de nuestra realidad y de esto me ocuparé en esta nota al hablar de dos escenificaciones muy diferentes entre sí, pero que procuran hallar ecos en el público con metáforas teatrales más o menos disfrazadas.

Mauricio Eugenio Galaz sigue la línea de teatro físico y acrobático en que se inició como actor de dos montajes de Richard Viqueira y, como éste, usa los recursos de un estupendo trabajo corporal y acrobático para plantear historias con un trasfondo que supera la mecánica casi circense con que se presentan. Batracio cuenta en apariencia la historia de una joven rana, Iliá, contenta de haber dejado de ser renacuajo, que se sorprende del mundo de los ajolotes y trata de indagar la razón de que esos seres no sufran transformaciones. En su indagación se tropieza con seres del bajo mundo acuático que el autor humaniza a semejanza de quienes viven en el submundo de drogas y violencia mexicanos, sin olvidar una intriga por el poder. El texto –que al final se vuelve algo confuso en su desarrollo dramatúrgico– se propone como una falsa lección de biología, con proyecciones debidas a Martín Borini –pero en realidad intenta hacernos reflexionar en si no nos parecemos a esos seres conformes con dar vueltas en su charco. Yo añadiría que, además, nos confirma la teoría de la evolución en estos tiempos del Diseño Inteligente.

En una estructura de barras metálicas, con un imaginativo vestuario de Lolo&Lola que utiliza unos cuantos elementos de natación y buceo, Ricardo de los Cobos, Enrique Alguibay y el propio autor no sólo ejecutan acrobacias acordes con los diferente roles que encarnan, sino que en verdad actúan con eficacia sin olvidar los movimientos de quienes se encuentran en el agua.

Por el contrario, Ricardo, el invierno de la desventura, el “juego escénico basado en Ricardo III de William Shakespeare que dirige Ulises Anel al frente del teatro laboratorio que fundó, Séptima Eleusis, no logra que asumamos como crítica al mundo contemporáneo su adaptación del texto histórico shakespereano. Es evidente esta intención declarada en el programa de mano y presente en el vestuario mixto de medieval y contemporáneo, en la música que bailan en la escena inicial a la entrada del público y, sobre todo, en que el malvado rey ya no es un jorobado sino un bien plantado varón con el que es más fácil identificar a cualquiera en el mundo contemporáneo. Y sin embargo la actualización del texto no se logra como hubieran querido los miembros del grupo por varias razones.

La principal es la muy conocida de que el de Ricardo III es uno de los roles más difíciles que se le pueden proponer a un actor, por los apartes hacia el público que, de tan cínicos, pueden arrancar risas y manifestaciones de identificación con sus maldades y Eric Ramírez, a pesar de sus falsas carcajadas, no logra esa mixtura de crueldad bufonesca. Hay que reconocerle al actor claridad en la dicción, lo que no siempre logran otros miembros del colectivo, a excepción de Jacqueline Salgado como Isabel y Ana Cordelia Aldama como Ana, aunque todos están muy lejanos del aliento trágico de sus partes. Esta adaptación con cortes inevitables de escenas y personajes –sobre todo la batalla final que sustituye por su muerte a manos de sus fantasmas y en que la famosa exclamación mi reino por un caballo pierde sentido– no logra ubicar al público que no esté al tanto de la obra original y es también motivo de que no les sea cercana. Ulises Anel añade movimientos de expresión corporal poco acordes con la acción escénica, aunque tiene un muy buen manejo del espacio que diseñó Diana Carola, pero debería contener ese afán de originalidad y repensar en serio su tarea y la de su colectivo.