Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de agosto de 2010 Num: 804

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Actuar con lo que sucede
RICARDO YÁÑEZ entrevista con DANIEL GIMÉNEZ CACHO

Viaje a Nicaragua: una aventura en el túnel centroamericano
XABIER F. CORONADO

Espiritualidad y humanismo
AUGUSTO ISLA

Los alienígenas y Stephen Hawking
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Prosa-ismos
JAVIER SICILIA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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Cinexcusas
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La Jornada Virtual
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ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

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Sonidos para ver y pensar

Hace poco menos de seis lustros, la industria cinematográfica internacional experimentó un doble proceso: por un lado, la irrupción de las videocaseteras –primero de formato Beta, VHS poco después– le brindó la posibilidad de explotar al máximo lo que en cierta jerga suele ser llamado “ventana de negocios”, hasta ese momento consistente en la escasa disponibilidad doméstica de contar con un reproductor y cintas 8 o super 8. Pocos eran los domicilios en los que dicho lujo podía darse, hasta que la cinta de video masificó –que no democratizó– la práctica hoy más que común de ver cine en casa.

Por otra parte, dicho traslado del acto de ver una película, que llevó a ésta de las salas cinematográficas a la sala del hogar, puso en peligro la existencia misma de aquéllas, al menos tal como se las conocía, y las obligó a transformarse para sobrevivir y, si había suerte, también para prevalecer. Todos saben que esa es la razón por la cual pasamos de las antiguas salas, enormes y muchas veces provistas de una dignidad arquitectónica hoy fenecida, a los actuales compartimentos abutacados, dispuestos en conjuntos de siete, diez, quince cuadrángulos que se apiñan en torno al apelativo multiplex.

Lo que Mediomundo tal vez ignora es que, a la par de la pulverización del espacio y la hoy probadamente falaz multiplicación de la oferta en títulos exhibidos, la industria del cine apeló en aquellos entonces al sonido, es decir, a esa otra parte de toda película contemporánea sin la cual su sentido quedaría incompleto y cuya ausencia volvería incomprensible una obra concebida –no obstante el aparente olvido que de ello han dado muestras tanto espectadores como realizadores– como un conjunto, precisamente, de imagen y sonido. Llegaron entonces el surround, el Dolby, el THX y toda suerte de tecnologías digitales, a cual más innovadora y, cosas de la postmodernidad, a cual más perecedera. Dicho de manera simple, el propósito de esa revolución sonora cinematográfica consistía en poseer algo con lo que el video, y más tarde el DVD, jamás podrían soñar: una salida sonora pura, vigorosa, envolvente, prolijamente provista de filtros, canales, niveles de potencia, reductores de distorsión, que acompañaran a la pantalla verdaderamente grande con un sonido ídem, diseñado ni más ni menos que para apantallar al público, valga la paradoja en mexicanismo, es decir para dejarlo entre complacido, maravillado y turulato. Dígalo si no cualquier cinéfilo: ¿acaso no es verdad que ir al cine hoy significa, entre otras cosas, la disposición puede que involuntaria y no necesariamente apacible de ser literalmente atacado por vía auditiva?

PENSAR EL SONIDO

Egresado en la primera generación de la cubana y célebre Escuela Internacional de Cine y Televisión, EICTV, el mexicano Samuel Larson escribió el libro Pensar el sonido, una introducción a la teoría y la práctica del lenguaje sonoro cinematográfico, publicado por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM. Innegable texto para especialistas ofrece, no obstante, una enorme cantidad de información que puede ser apreciada, comprendida y aplicada –de cara a la experiencia como espectador– en la práctica cinéfila común.

Exhaustivo y sistemático, Larson arranca desde la definición misma de lo que es el sonido, como fenómeno natural; en el segundo capítulo analiza la manera en que los humanos escuchamos, los procesos cerebrales de la audición, la manera en que el lenguaje y la música interactúan a nivel perceptivo, así como los distintos modos de audición, entre otros aspectos.

El tercer capítulo, de perfil histórico-técnico, despliega lo que ha sido el desarrollo tecnológico de la captación y la reproducción sonoras, aplicadas al medio cinematográfico: las primeras herramientas, la irrupción del cine sonoro, la mítica Nagra, los sistemas multipista, los procesos de reducción del ruido, el sonido digital en México... Especialmente interesante es el apartado que aborda los mitos y las realidades del sonido digital y del surround.

El penúltimo capítulo es una verdadera delicia: aquí Larson estudia funciones narrativas, expresivas, inteligibilidad, fidelidad, funciones simbólicas y valor creativo del sonido en el cine, aplicándolo todo a casos específicos, verbigracia Tarkovsky, Godard, Kubrick y Tati. El capítulo final es, quizá, el único de estricta relevancia para el cinerrealizador, pero incluso ahí el lector general encuentra puntos de interés, se insiste, en aras de volver más rica la experiencia de ver –y oír– cine.