Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 1 de agosto de 2010 Num: 804

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Orlando Ortiz

El paraíso de Montaigne

Hace algún tiempo, cuando, para no variar, estaba pendejeando entre libros, encontré un texto de Amado Nervo que de inmediato me remitió a Montaigne e hizo que me preguntara cuál podría ser su paraíso, el sitio ideal para el padre del ensayo. Quiero decir, un lugar en donde el progenitor de este género literario se sintiera a gusto y totalmente comprendido.

Recordemos que para este célebre autor, el ensayo era solamente eso, una aproximación, un ensayar, como las compañías teatrales, que ensayan la obra antes del estreno de la misma. Montaigne, en su texto “De Demócrito y Heráclito”, asegura que cuando quiere escribir de asuntos que no entiende o entiende poco, “ensayo el juicio, sondeando el vado a prudente distancia, de modo que, si lo encuentro demasiado hondo para mi estatura, me quedo en la orilla”.

En aquel entonces –y todavía hoy– supuse que México podía ser ese sitio. Nos la pasamos ensayando en todo. Por ejemplo, después de veinticinco años de fundado, el Sistema Nacional de Investigadores es cuestionado por los científicos mismos, porque no ha conseguido lo que se pretendía y todo ha quedado en un puro ensayo; al parecer el SNI fue algo que las autoridades se sacaron de la manga, fue una acción coyuntural, es decir, un ensayar que se quería crearle condiciones a los investigadores para estimular su creatividad. Tal vez atrás del SNI estaba el propósito de escamotear un aumento de salario digno de tal nombre.

Otro caso sería el del “Mayor Cavazos”, que se remonta a enero de 1981 cuando, en una lumbrera del drenaje profundo, encontraron los cuerpos de doce personas. Fue un escándalo que en todos los medio del país y del extranjero llamaron “la matanza del río Tula”. (En esos años era algo insólito, en cambio ahora eso es lo cotidiano, por desgracia.) Las investigaciones apuntaron hacia la Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia, y entre los involucrados estaba el comandante Marcos Manuel Cavazos Juárez. El ensayo, en este caso, fue que se investigaba, y se haría justicia. Lo aprehendieron, por pura chiripada, en 2007, sólo veintinueve años después de los hechos, y hace unos días lo sentenciaron a treinta años de prisión. Fue una sorpresa, por lo barato: poco más de dos años por muertito. Aunque debe reconocerse que al menos los jueces no salieron con que había prescrito el delito.


Montaigne

Por el mismo tenor es el reciente caso de Teresa González Cornelio y Alberta Alcántara Juan, indígenas otomíes acusadas de haber secuestrado, en 2006, a seis policías uniformados de la AFI y sentenciadas por ello a veintiún años de prisión. El ensayo resultó tan malo que poco después, en abril de este año, la Suprema Corte de Justicia ordenó la inmediata libertad de estas seguramente superpoderosas mujeres (someter y tener secuestrados a seis agentes de la AFI no lo hace cualquiera). Están ahora en libertad, pero ¿se hizo justicia? Creo que también esto fue un ensayo de justicia, pues no hubo reparación del daño provocado por sus casi cuatro años de encarcelamiento, ni se procedió contra el juez que dictó la sentencia, y la PGR ni un “usted disculpe” emitió, “porque ellas no lo pidieron”.

El ensayo más desastroso y cruel es el de la “guerra contra el narco”.  Sólo para resumir, porque ya se ha escrito mucho del asunto, el resultado es una cantidad increíble de víctimas colaterales, insignificante, según versión presidencial, pero que cuantitativamente representa 4 mil niños muertos, 3 mil 700 huérfanos y más de 20 mil familias afectadas. Lo trágico es que el ensayo continúa. Y así podríamos seguir mencionando cómo ensayamos a vivir en una sociedad justa, cómo los diputados ensayan a legislar para el pueblo y no para sus intereses partidarios, cómo el Ejecutivo ensaya a gobernar, cómo la administración tributaria ensaya a ser pareja con los causantes, etcétera. En pocas palabras, en México somos muy dados a ensayar, por lo tanto, repito, podría ser el paraíso para Montaigne.

Volvamos ahora a Nervo. Él no menciona para nada a Montaigne, pero sí juega con nuestra proclividad a ser ensayistas, que irónicamente justifica argumentando la juventud del país, y menciona, por poner sólo un caso, cómo Iturbide ensayó el imperio y ”por todo testimonio de su ensayo dejó un palacio… convertido en hotel” (actualmente en sala de exposiciones). Lo interesante es que más adelante suelta algo que nos alcanza directo:  “Después se ha venido ensayando la democracia, y todavía andamos en el ensayo.” Tal vez porque somos chaparros y proclives a quedarnos en la orilla.