Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Resaca electoral
“P

ara nosotros –señaló el mixteco Aurelio Maceda, del FIOB– el sistema es como una serpiente. Lo que pasó en la jornada electoral es un simple cambio de piel, que ahora tiene otro color. Nada más. No se derrota al sistema en las urnas.” Lo dijo en 2000. Lo reiteró este 5 de julio.

No ignoraba lo que se había conseguido. Tenía conciencia de que las elecciones de 2000 fueron el último clavo del ataúd del viejo régimen. No podrá regresar la presidencia imperial. Sus remedos estatales no podrán restaurar la estructura política del PRI-gobierno.

También sabía que el 4 de julio se rompió el espinazo de la organización mafiosa que subsistió en Oaxaca más allá de su vida útil. Era ya disfuncional hasta para algunos de sus beneficiarios –como las empresas privadas–. En los próximos meses Ulises Ruiz usará intensamente lo que queda de ella, para negociar impunidades, forzar la mano del nuevo gobierno y crearle tantos obstáculos como sea posible. Pero el dispositivo dejará de ser lo que era el 1º de diciembre. Aunque quisiera, Gabino Cué no podría gobernar con él. Tampoco podrá verlo como simple piedra en el zapato. Como todo cáncer, es una enfermedad del cuerpo social, no algo que se extirpa con cirugía. Sólo puede curarse desde abajo y con un prolongado empeño.

Aurelio expresó con claridad una conciencia ampliamente compartida en Oaxaca sobre el carácter del régimen político. Elenemigocomún.net acaba de recordar un documento de tiempos de Díaz Ordaz, localizado en el Archivo General de la Nación, en el cual se asentó el plan que se ha llevado puntualmente a la práctica: Gracias a la propaganda política podemos concebir un mundo dominado por una tiranía invisible que adopta la forma de un gobierno democrático. La mayoría de los oaxaqueños ha padecido esa tiranía, cada vez más visible para ellos. El disfraz democrático, incluida la alternancia, no los engaña.

Bien está que el gobernador electo anticipe iniciativas sobre el plebiscito y la revocación del mandato e insista en la transparencia, la rendición de cuentas y el fin de la impunidad. Pero incluso si se lograra emplear con éxito esos y otros instrumentos de la democracia participativa, no cambiará por ello el carácter del régimen político como estructura de dominación. No basta la alternancia. No bastaría tampoco el golpe de mano, como el que algunos soñaban en 2006, para instalar un gobierno popular sin el trámite electoral. Para crear posibilidades reales de vida democrática es preciso desmantelar los aparatos del Estado opresor. Y es esto, precisamente, lo que se está intentando desde abajo con la reivindicación autonómica en que están empeñados los pueblos de Oaxaca, cada vez mejor articulados a sus semejantes de otros estados y del exterior.

El régimen político, además, sigue siendo expresión y cobertura del régimen económico, de una forma de explotación capitalista cada vez más agresiva y destructora, que arrasa por igual con la naturaleza y el tejido social. Las luchas oaxaqueñas recientes expresan clara conciencia de esta dimensión. La mutación política que llevó de la lucha por la tierra a la defensa del territorio, como ejercicio de soberanía popular contra las agresiones del capital, ilustra apropiadamente el sentido de los empeños que vienen de abajo y no tuvieron expresión electoral.

La resaca de las celebraciones del 4 de julio cobra ya algunas víctimas, por el cinismo y falta de civilidad de los que se van, que utilizan procedimientos democráticos para obstaculizar los cambios democráticos; por la escasez de cuadros capacitados sin cola que les pisen o relaciones peligrosas; por la fragilidad de los instrumentos de la democracia formal ante la magnitud de los problemas existentes…

Al mismo tiempo, se abren alegremente paso iniciativas de base, llenas de imaginación. Unas se proponen reconquistar la ciudad de Oaxaca, que fue arrebatada a los ciudadanos y sufrió devastaciones sin cuento. Otras buscan reafirmar y llevar a una nueva etapa la autonomía pacientemente armada en los municipios indígenas, que en general pudieron resistir los intentos de desmantelarla pero sufren todo género de embates caciquiles y debilidades internas. Y así hasta el infinito.

El plazo para la transición, ahora ampliado, plantea inmensos riesgos, que se agravan por la fragilidad actual del régimen federal, en plena descomposición, y por los efectos cada vez más profundos de la crisis económica global.

Nada de eso, empero, empaña o restringe la decisión de la mayoría de los oaxaqueños de recuperar la esperanza como fuerza social, sin confundirla con las ilusiones engañosas de la religión electorera o el fundamentalismo democrático.