Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de julio de 2010 Num: 802

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Paradoja
ORLANDO ORTIZ

Nobody
FEBRONIO ZATARAIN

Carlos Montemayor y los clásicos
JOSÉ VICENTE ANAYA

La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE

Roland Barthes, lector
ANDREAS KURZ

¿Dónde quedó la izquierda?
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Juan Domingo Argüelles

Gracias a la lectura

Si tenemos así sea un mínimo contacto con el medio cultural, intelectual y literario, es natural que conozcamos a más de una figura prototípica de lector. Y, como parte de esta tipología, a veces uno tiene la oportunidad de conocer a tan pésimas personas que leen libros que difícilmente podríamos afirmar, sin relatividades, que los libros mejoran siempre, indefectiblemente, a los que los leen; a menos, claro, que esos muy malos individuos pudieran ser todavía peores sin escritura y sin lectura, lo cual sería aún más sorprendente.

Por lo anterior, si de veras creemos que leer nos mejora y nos sentimos noblemente impulsados a compartir esa mejoría con los demás, mediante la promoción y el fomento del libro y la lectura, resulta aconsejable que hablemos con la verdad, haciendo a un lado nuestros tópicos sentimentales y nuestro vasto arsenal de lugares comunes.

Escribir y leer son cosas extraordinarias, estupendas y maravillosas, siempre y cuando los libros no se conviertan en meros sustitutivos de la inteligencia, la cultura y la ética, es decir de la vida misma.

No olvidemos el antiguo y sabio apotegma: Primum vivere, deinde philosophari; primero vivir, después filosofar, que admite una lectura mucho más trascendente que la que tiene que ver con satisfacer, en exclusiva, las necesidades básicas de la existencia, para después dedicarse a las artes y las ciencias, a la poesía o a la reflexión. Hay algo más que eso, y Gabriel Zaid lo dice, de manera puntual, en La poesía en la práctica:  “La cuestión de la vida es más importante que la cuestión de los versos, los negocios, la política, la ciencia o la filosofía. La cuestión de los versos, como todas, importa al convertirse en una cuestión vital.”

Explica Zaid:  “Que una persona dedique toda su vida a un propósito, una idea, una causa, un imperio, es una desmesura que parece virtud en estos siglos egocéntricos, en los cuales el hombre ha tomado conciencia de las posibilidades del hombre, y su propio espectáculo de hacedor de mundos y señor del planeta, se ha vuelto un relato épico. De ahí la aspiración a la grandeza, convertida en un ídolo ante el cual se ofrecen sacrificios humanos, sin excluir la propia vida.”

Ante la desmesura egocéntrica, Fernando Savater recomienda que revisemos periódicamente nuestra cabeza para detectar si en ella no estamos incubando algunos síntomas reveladores de un mal mayor:  “espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros acompañado de loco afán de gustar a todos, impaciencia ante la realidad”, etcétera.

Que la vida es lo más importante de la vida lo supo incluso Goethe, a pesar de sus aspiraciones de Grandeza y de su idolatría por la Idea. Zaid nos recuerda que el autor del Fausto consiguió superar esta desmesura egocéntrica cuando admitió lo siguiente: “Cuanto más lo examino, más me parece que lo importante de la vida es vivir.” No es casual que en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister nos regale este consejo insuperable: “¡Acuérdate de vivir!”

La cultura escrita es extraordinaria: un mundo maravilloso que vale la pena habitar, a condición de no sobrevalorar la ilusión frente a la realidad. Por culpa de los que quieren que la gente cambie la riqueza y la diversidad de la vida por la singularidad de la lectura es que los libros y el acto de leer parecen muy aburridos. Planteándolo así, no dan ganas de leer.

Por lo demás, si a partir de tópicos bienintencionados y sentencias ilustres, afirmamos tozudamente lo que no podemos probar, y hacemos propaganda de lo que no queremos cuestionar, entonces no habrá ningún argumento convincente para lograr más lectores, y en vez de promotores y fomentadores del libro seremos sólo los mismos lamentadores profesionales que se quejan todo el tiempo de lo mal que va la lectura.

Promotores y fomentadores del libro bien harían en echarles una mirada y, si se les antoja, una lectura a tres libros de Gabriel Zaid recientemente reeditados, corregidos y aumentados: Leer poesía (Debolsillo, 2009), La poesía en la práctica (Debolsillo, 2010) y Los demasiados libros (Debolsillo, 2010). Tres nuevos clásicos jamás solemnes y más bien amenos, entretenidos y llenos de inteligencia cordial, así como de extraordinarias ideas y muy buenos consejos para “leer de muchos modos, según lo pida el texto y el ánimo lector”, pero sobre todo para leer por gusto y conseguir que nuestra vida se vuelva más real gracias a la lectura.