Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de julio de 2010 Num: 802

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Paradoja
ORLANDO ORTIZ

Nobody
FEBRONIO ZATARAIN

Carlos Montemayor y los clásicos
JOSÉ VICENTE ANAYA

La cámara lúcida de Barthes y la consistencia de Calvino
ANTONIO VALLE

Roland Barthes, lector
ANDREAS KURZ

¿Dónde quedó la izquierda?
OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Enrique López Aguilar
[email protected]

La conspiración visual de Alfredo Zalce

Alfredo Zalce fue uno de esos genios protectores cuya luz y presencia acompañaron a una gran parte del siglo xx mexicano. Para quienes hemos tenido el privilegio de coexistir en el tiempo con artistas como Rufino Tamayo, Julio Cortázar, John Lennon, Jorge Luis Borges, Eiko Hosoe, Octavio Paz o Alfredo Zalce, por sólo mencionar a algunos de los muchos que han vuelto habitable a este violento mundo contemporáneo (el de México y el de todos lados, lo cual deja la posibilidad de Plutón como lugar disponible para los muchos que deseamos exiliarnos de la violencia actual), es ineludible el sentimiento de estar protegido bajo el manto tutelar de aquellos que, sin saberlo y sin darnos cuenta, permiten que el mundo siga fluyendo a través de sus palabras, imágenes, universos sonoros y visuales, y de una presencia que los trasciende para alcanzar a ese público anónimo compuesto por lectores, auditores y apreciadores de las artes visuales.

Alfredo Zalce forma parte de ese grupo de conjurados que Borges imaginó en Suiza para mantener un proyecto de armonía, concordia y amor a la razón y la tolerancia; fue uno de los conjurados que, en el terreno del arte, permitió que el mundo siguiera fluyendo mediante el sutil entramado de su obra gráfica, pictórica, escultórica y de joyería. Habitó entre nosotros durante más de ocho décadas, en las que su trabajo tuvo la misma voracidad y pasión que la de un joven que siente que no le va alcanzar el tiempo para pintar y decir cuanto necesita.

Es inevitable que casi todos los contempladores de obras de arte acaben rendidos ante la muestra de los muchos temperamentos con que Zalce abordó la materia visual: ya sea por culpa de sus batiks (¿existirá la forma plural “batiques”?), o por la contundencia de su obra gráfica, ya por la gracia o el colorido de sus tapices, o por el clasicismo y la experimentación de sus óleos y acrílicos, ya por la originalidad de su obra escultórica, o por la belleza de jarrones, tibores, cerámica y joyería que diseñó, a cualquiera se le pueden ir los ojos para devorar la variada obra visual y material del pintor michoacano. Eso sería comer con los ojos o, conforme a la hipálage sorjuanesca: “escuchar con los ojos”, pero no con los ojos de quienes se enajenan con internet y el chat, sino con los de quienes saben encontrar la trascendencia desde ese milagro entre acuoso y gelatinoso que es prolongación del cerebro, ese ojo que va de las grutas de Altamira a las lentitudes de Tarkovsky.

Si es cierto que, en el campo de las artes visuales, nada puede sustituir la experiencia directa de la contemplación de óleos, acrílicos y esculturas, la aparición de libros y otros medios cumple con la posibilidad de acercar al público una obra que, por su exhibición en exposiciones no siempre al alcance de la mano (de los ojos, valdría decir), por su dispersión en colecciones privadas, o por la manera completamente mercantilista como se mueve el mercado de la pintura, casi siempre resulta inaccesible para muchas personas interesadas en ella.

La ventaja que las recopilaciones impresas o digitales tienen sobre la contemplación directa de la obra es que se puede enfrentar una revisión amplia por medio de la cual se aprecien los cambios, juegos estilísticos, confirmaciones temáticas y obsesiones con que el artista ha ido construyendo su proyecto a lo largo de los años. En el caso de Alfredo Zalce puede comprobarse una obstinación mexicanista, despojada del jicarismo con que Salvador Novo fustigó a la Escuela Mexicana de Pintura de los años treinta-cuarenta-parte de los cincuenta, persistencia que no excluye la simpatía del pintor por la obra de autores como Picasso, o las propuestas de un cierto abstraccionismo y geometrismo visuales con las que también juegan muchas de sus apuestas conceptuales.

Los círculos de conspiradores que hacen posible una exposición, un libro de homenaje, el transporte de una obra física con texturas hacia un formato electrónico o cibernético, también hacen posible la constatación de que los medios impresos y cibernéticos, las realidades virtuales y los ciberespacios todavía no han podido desplazar el hecho milagroso de los libros ni el misterio de la creación artística contemplada, leída o escuchada de manera física, presencial. Para quienes sigan creyendo en la vigencia de Gutenberg y de la pintura, el encuentro con la obra personal del autor ofrecerá, también, el encuentro con Alfredo Zalce, un artista infatigable que, junto con otros, sigue tejiendo el mundo en una trama que no termina.