17 de julio de 2010     Número 34

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Manel

Movimiento nacional para la protección de maíces nativos

Ma. de Jesús Bernardo Hernández

El maíz está en la mira de trasnacionales desarrolladoras de transgénicos que buscan fortalecer su dominio en la producción y el mercado de semillas. El grano también se está utilizando en grandes extensiones con el propósito de producir etanol y otros componentes ajenos a la alimentación. Con esta visión se violan los principios del origen del maíz.

Elemento central de la vida de las generaciones que han construido la historia de México; y símbolo o deidad fundamental en la cosmovisión indígena y rural, el maíz es un bien común, un bien cultural, pero hoy estamos perdiendo esta concepción y nos conformamos o incluso apoyamos que sea sólo un producto más en el mercado.

Este panorama ha desatado una serie de conflictos en las comunidades indígenas y campesinas, que representan 80 por ciento de los productores de maíz. Ellos siguen sembrando maíz como parte central de su vida, alimentación y autonomía. Las nuevas estrategias de “desarrollo” ponen en riesgo la utilización de sus semillas, que han conservado durante miles de años. En el fondo lo que se busca es quitar el derecho a estos pueblos y al resto de los mexicanos de alimentarse de maíz nativo, con las implicaciones culturales consecuentes.

Cada región de México es megadiversa por su clima, tipo de suelo, altitud, etcétera. Y cada una ha construido una cultura del maíz única, porque el maíz se cultiva y se come de diferentes maneras, según cada pueblo y lugar.

A las trasnacionales lo único que les interesa del maíz es hacer negocio y manipularlo con mecanismos científicos para potenciar sus capacidades industriales sin importar todo lo demás. Y uno de los mayores riesgos es la siembra de maíces transgénicos, ya que éstos pueden contaminar las semillas nativas y, peor aún, extinguirlas.

Por ello se está impulsando un movimiento nacional en la defensa del maíz nativo, que integra el trabajo y la experiencia de varias organizaciones de campesinos e indígenas, científicos comprometidos y universidades públicas que buscan construir caminos de desarrollo alternativos al actual modelo, con una visión sustentable; en donde se defiende el maíz y se defiende la permanencia de las comunidades rurales como parte del tejido social, ya que el sector primario cumple una función fundamental: la producción de alimentos para México, y tiene el potencial para hacer que el país recupere su soberanía alimentaria y autónoma.

Este movimiento desarrolla estrategias diversas. A nivel local se está trabajando en la recuperación de las semillas nativas y en una segunda etapa se fomentará la siembra y protección de las mismas en las comunidades, así como el consumo de los maíces nativos en las dietas campesinas. Ello, en un marco cultural que recupera los ritos y ceremonias locales de culto a las siembras y al maíz. Esto se está logrando gracias a la información que el movimiento ofrece a las comunidades, así como por la participación de las comunidades en foros y ferias en defensa del maíz a escalas nacional e internacional.

A nivel regional se busca impulsar la vinculación entre las organizaciones e instancias interesados en la defensa del maíz, y se están organizando ferias, foros, cursos y ceremonias para dar a conocer en las comunidades y ciudades medias la importancia de este grano.

A nivel nacional se están vinculando las organizaciones con alcances nacionales e internacionales, apoyadas por universidades, medios de comunicación, científicos y otros movimientos involucrados en la defensa del maíz y el trabajo de los campesinos e indígenas.

Maestra en Agroecología. Integrante de la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA) [email protected]



ILUSTRACIÓN: Sociedad Civil de Oaxaca en Defensa de Nuestro Maíz

Amenaza transgénica

Adelita San Vicente Tello

La milpa, un sistema agroecológico y cultural con cualidades excepcionales, se enfrenta a una tecnología que le es absolutamente nociva y perjudicial. El maíz transgénico con el que se está experimentando en México tiene la característica de ser tolerante a herbicidas; contiene el gen letal para la milpa, pues al soportar la aplicación de un herbicida, se sobreentiende que está rodeado de “malas hierbas” que deben aniquilarse. Es decir que para el maíz transgénico la milpa que crece a su alrededor es “mala hierba” con la cual se debe acabar.

Analicemos la contundencia de la afirmación en términos agronómicos y con respecto a la milpa como un sistema en equilibrio en términos de flujo de energía y de convivencia entre especies; y en contraste con las característica de los transgénicos.

La tolerancia a herbicidas es la característica dominante incluida en los transgénicos desde la primera comercialización de este tipo de cultivos en 1996. En 2004, la soya, el maíz, la canola y el algodón con esa característica ocupó 72 por ciento de la superficie sembrada con transgénicos a escala mundial; 19 por ciento se sembró con cultivos con resistencia a insectos, y los cultivos que conjuntan tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos, tanto de algodón como de maíz, ocuparon el nueve por ciento.

Para 2009, la tolerancia a herbicidas ocupó 62 por ciento de la superficie mundial de transgénicos, pues crecieron los productos combinados que suman varias características pero en esencia mantienen tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos.

De esta manera, la mayor parte de los transgénicos existentes en el mercado están diseñados para que la planta tolere el herbicida que se aplicará. El objetivo es matar las plantas que crecen a su alrededor: las llamadas “malas hierbas”. Los cultivos tolerantes a herbicidas incluyen secuencias genéticas, generalmente de la petunia común, que le confieren la propiedad de alterar o bloquear el sitio de acción donde actúa un herbicida específico, pudiendo ser éste el glifosato o bien el glufosinato, que es de amplia utilización. No está de más señalar que estos herbicidas, conocidos en México como “Faena”, son producidos por Monsanto, la empresa que posee la mayoría de las patentes de transgénicos. Por ello, en términos comerciales, estamos hablando de un paquete tecnológico.

Ya desde que el maestro Hernández Xolocotzi nos develó la relevancia tecnológica de la agricultura campesina, se observaba cómo el concepto de “malas hierbas” que el modelo de agricultura industrializada maneja es incompatible con nuestro sistema de la milpa. La base de este sistema es nuestro súper-dotado maíz alrededor del cual crece una multiplicidad de especies: calabazas, frijoles, tomates, diversos quelites, etcétera. En la milpa las mal llamadas malas hierbas son complementos indispensables para la sobrevivencia del sistema. Mientras que en el modelo de monocultivo estas hierbas deben ser atacadas y aniquiladas, arrancándolas o aplicándoles un herbicida.

Así, utilizar maíz transgénico tolerante a herbicida significa aniquilar la milpa en su propia concepción, en la riqueza y variedad que su naturaleza plantea. Las especies que crecen alrededor del maíz lejos de ser “malas hierbas” constituyen un sistema que crece en equilibrio ecológico, en que cada una de las especies desempeña una función vital para la sobrevivencia del conjunto.

Los experimentos con maíz transgénico autorizados en México en 2009 contienen este rasgo solo o combinado. En el primer bloque de solicitudes presentadas, en resumen las peticiones eran para experimentar con variedades que presentan la misma característica de resistencia a un herbicida (gen cp4 epsps de Agrobacterium sp. cepa CP4), combinadas algunas de ellas con información genética que permite la expresión de las proteínas de Bacillus thuringiensis (Bt) Cry1A.105 y Cry2Ab2, activas contra insectos lepidópteros. En México la agricultura campesina sigue proveyendo de una importante cantidad de los alimentos que se consumen en el país. La tecnología que se utiliza es producto de miles de años de experimentación, de adaptación a condiciones climáticas y topográficas específicas, de ricas culturas milenarias. Esta agricultura se presenta como una alternativa a la crisis ambiental, a la cual ha contribuido en buena medida la agricultura industrial.

La defensa de la milpa, entendida en su trascendencia técnica y cultural nos brinda elementos contundentes para que de inmediato se prohíba la siembra de las semillas transgénicas tolerantes a herbicidas.

Ingeniera agrónoma, aspirante a maestra en Desarrollo Rural. Directora de Semillas de Vida, AC [email protected]


Torneo de utopías

Luis García Barrios

Tengo 11 años; soy chilango clase media. Amelia, mi nana, me lleva a Temascalcingo, Estado de México, a conocer a sus padres, mis abuelos adoptivos. Doña Basilia me recibe sonriente en su milpa/solar con un enorme elote de maíz pozolero recién cortado y dorado en las brasas. El delicioso sabor del cacahuazintle y la exhuberancia del maizal-huerto-jardín me despiertan una insospechada ambición: esa tarde, apenas conozco a mi abuelo –hombre recio, trabajador y exigente–, le digo con resolución ingenua: “Don Adrián, quiero hacer una milpa como la de doña Basilia. ¿Me presta un pedazo de tierra?”. Al día siguiente me lleva a sus escasas y pedregosas tierras de ladera, donde se esfuerza por adoptar en lo posible las flamantes semillas, insumos y formas de cultivo del maíz que sus vecinos estrenan en el enorme distrito de riego del valle contiguo. Don Adrián se detiene en el lecho de un arroyo seco al borde de su maizal tierno. Señala la arena, me da semilla y azadón y dice: “Aquí puedes hacer tu milpa”. Paso la tarde sembrando, sudando, descubriendo azorado lo duro que es trabajar la tierra. Los siguientes días espero con ansias la lluvia que ha de hacer brotar las plantas. Finalmente cae un fuerte aguacero y en cuanto escampa subo al cerro, convencido de que veré germinar mis semillas. ¡Qué desilusión! Por toda “mi milpa” baja un torrente de aguas lodosas, impetuosamente atraídas hacia el próspero valle. Le reclamo a mi abuelo. Él cede a mi sueño, y contesta riendo: “Está bien, Luisito, veo que eres gente seria; te voy a dar buena tierra; te voy a enseñar a hacer la milpa”.

Han pasado 40 años. Hoy –como agroecólogo– sigo explorando, tropezando, levantando. Hago milpa cuando puedo y sigo de cerca su devenir. Observo el encuentro y desencuentro en torno a la milpa campesina: la prudente decisión de doña Basilia de cuidar su patrimonio; la imperiosa necesidad de don Adrián de arriesgarla para explorar nuevas oportunidades; la ambición miope de políticos, mercaderes y tecnólogos(as) que pretenden desahuciarla, y las esperanzas de un número creciente de personas que la valoran y promueven.

Existen en México corrientes que arrollan la milpa a su paso, y contracorrientes que buscan des-arrollarla. Para las primeras, la milpa es un atavismo; para las segundas, es semilla para atender los problemas del abasto de alimentos y otros servicios, del bienestar de la población rural y de la conservación de nuestro riquísimo patrimonio biológico y agrícola. Lo cierto es que en 40 años la milpa campesina ha cambiado mucho. Persiste tercamente en muchas zonas montañosas del país, en una suerte de impasse, en una fuerte tensión entre proyectos/utopías.

Este torneo de fuerzas no es casual: en todo el orbe compiten (todavía de manera desigual) dos proyectos de relación campociudad, de abasto alimentario, de estructura social y ordenamiento del territorio; y de conservación y aprovechamiento de recursos naturales renovables estratégicos.

El proyecto que se ha vuelto dominante, el “divergente”, considera que el territorio debe dividirse en tres: el gran centro urbano; las tierras susceptibles de alta inversión agroindustrial para producir cultivos de exportación canjeables en el mercado internacional por granos baratos y otros bienes, y las áreas productivamente marginales que deben ser despobladas y destinarse a albergar biodiversidad y proveer “servicios ecosistémicos” (agua, aire limpio, recreación, etcétera) a los centros urbanos. Este proyecto es utópico, pues no considera la realidad histórica, social y geográfica de México y sirve de justificación a las políticas neoliberales. En los hechos desincentiva la pequeña producción diversificada, reduce la calidad y la seguridad alimentaría, favorece paradójicamente la deforestación y la degradación ambiental, promueve el hacinamiento y la crisis urbana y crea una peligrosa dependencia geopolítica hacia los oligopolios internacionales de producción y abasto de alimentos.

El proyecto alternativo, llamado “convergente”: (1) parte del hecho de que la población rural campesina no ha disminuido en términos absolutos ni lo hará en las décadas por venir; (2) reconoce el deterioro ambiental y socioeconómico que sufre la pequeña y mediana agricultura en el entorno neoliberal, pero ve posibilidades de revitalizarla si la sociedad logra comprenderla y apoyarla como la vía más promisoria para conciliar la producción, el abasto alimentario, la conservación y la vida rural digna en parte importante del territorio nacional; (3) plantea la necesidad de construir territorios relativamente descentralizados en donde los centros de población de tamaño razonable se encuentren inmersos en paisajes silvoagropecuarios productivos y diversificados, y (4) reconoce que es indispensable que la población construya las instituciones sociales necesarias para hacer sustentables estos territorios.

La milpa es hija de los cambiantes desafíos sociales y ambientales característicos de México, y es por ello epítome de adaptabilidad socio-ambiental. Eso explica por qué el proyecto divergente no la ha podido arrollar y por qué paradójicamente crea en cierta medida las condiciones para que persista, aunque en condición desmejorada. Pero esta adaptabilidad también explica por qué la milpa no responde mecánicamente a los intentos voluntariosos por revertir los cambios ambientales, técnicos y sociales que ha experimentado en las décadas recientes, o a los esfuerzos por des-arrollarla de manera aislada. La crisis socio-ambiental que vive México no hace previsible la hegemonía a mediano plazo de ninguno de los dos modelos territoriales para las zonas rurales marginalizadas. Si logramos fortalecer socialmente la utopía convergente, las nuevas generaciones recrearán una milpa saludable, y la proverbial adaptabilidad de este oficio-arte será su pase al futuro.

Investigador titular C. SNI 2, Departamento de Agroecología, El Colegio de la Frontera Sur, sede San Cristóbal de las Casas, Chiapas

Agricultura industrial vs agricultura campesina

Elena Álvarez-Buylla Roces* y Adelita San Vicente**

El maíz transgénico está implícito en los sistemas agroindustriales para producir alimentos en grandes extensiones de monocultivos. El impulso de los transgénicos como una nueva revolución agrícola, la bio-revolución, significa profundizar y ampliar los riesgos y costos ambientales de la agricultura industrializada. En México, que es centro de origen y diversidad del maíz, la liberación de maíz transgénico en cualquier parte de su territorio causará la acumulación de transgenes en las razas y variedades de maíz nativo mexicano, con efectos ambientales, de salud y socioeconómicos no deseados. He aquí las diferencias entre los dos modelos de producción agrícola que se debaten en todo el mundo:

MODELO INDUSTRIAL:

MONOCULTIVOS EXTENSIVOS

(Ejemplo: maíz transgénico en EU; soya transgénica en Argentina; algodón transgénico en México)

1. Grandes extensiones de un solo cultivo.

2. Sistemas homogéneos tecnológicamente.

3. Alto uso de insumos externos industriales y/o químicos, y uso de grandes cantidades de combustibles fósiles (insecticidas, fertilizantes químicos, riego automatizado, maquinaria pesada, semilla híbrida y transgénicos).

4. Excesiva labranza del suelo que provoca erosión.

5. Altas inversiones monetarias.

6. Alta productividad de biomasa de uno o pocos cultivos.

7. Para exportación, mercados urbanos y cadenas de distribución.

8. Grandes benefi cios económicos que se reparten entre intermediarios, firmas agroindustriales y unos cuantos productores de gran escala.

9. Modelo neoliberal de ventajas comparativas: producción especializada para mercado internacional, e importación de alimentos a bajo costo; sacrifi ca calidad.

10. Privatización de semillas y conocimientos.

11. Fomenta el desarrollo en las ciudades, migración masiva del campo a la ciudad.

12. Tierras abandonadas; se dejan territorios y recursos estratégicos (agua, minerales y germoplasma) a merced del mercado y la expoliación.

13. Abasto de alimentos baratos, homogéneos, industrializados, dependencia del 42 por ciento de los alimentos que consumimos; cancela soberanía alimentaria, generando mayor hambre (20 por ciento de los mexicanos tienen hambre) y obesidad (México tiene el primer lugar mundial en obesidad infantil).

14. Promueve cadenas largas de suministro e intermediación; implica transporte a largas distancias.

15. Alta contaminación y baja eficiencia de uso de recursos estratégicos: ocupa 75 por ciento del agua dulce del planeta y produce gran cantidad de gases con efecto invernadero por el uso de fertilizantes nitrogenados (ejemplo: óxido nitroso con efecto invernadero 300 veces más potente que el CO2; y metano por digestión del ganado); y por el transporte de alimentos a largas distancias.

16. Impulsada activamente por corporaciones agroindustriales, tecno-cientificos que siguen sus derroteros de investigación y comparten benefi - cios, y pocos grandes productores.

 

MODELO CAMPESINO:

POLICULTIVOS AGROECOLÓGICOS

(Ejemplo: la milpa, la chinampa, el conuco)

1. Pequeñas áreas cultivadas con diversas especies.

2. Uso de tecnología apropiada y adaptada a condiciones locales y con prácticas ancestrales.

3. Minimiza uso de insumos externos y de combus tibles; maximiza captación de carbono. Uso de semillas nativas/criollas. Poco uso de semillas híbridas no transgénicas. En algunos casos, manejo biológico de plagas, uso de abonos orgánicos y verdes, y otras biotecnologías novedosas sin transgénicos.

4. Por lo general, con poca o nula labranza; promueve conservación del suelo.

5. Baja a mediana inversión de capital.

6. Relativamente menor productividad de biomasa de cada cultivo, pero mayor productividad total de diversos cultivos.

7. Destinados al autoconsumo, a mercados locales o nacionales. Búsqueda de mercados especializados (orgánicos) y justos por medio de redes.

8. Equidad en distribución de beneficios.

9. No sacrifi ca la racionalidad ambiental por la económica, y promete productos de mejor calidad.

10. Preservación de semillas y conocimiento tecnológico como bienes comunes.

11. Reconocimiento del papel central de la agricultura campesina en el desarrollo del país así como la posibilidad de ocupar mayor trabajo campesino.

12. Mosaicos de diversos cultivos y vegetación natural con un carácter multifuncional que provee servicios ambientales, conservación de recursos naturales estratégicos a largo plazo.

13. Soberanía alimentaria a escala local, regional y nacional con alimentos frescos, con una dieta diversifi cada.

14. Promoción de cadenas cortas, liga directa entre productor y consumidor, evitando transporte y contaminación por uso de combustibles; abasto de alimentos frescos, diversos y sanos.

15. Minimiza destrucción ambiental y contaminación, fija carbono; mitiga cambio climático.

16.- Participación de diversos sectores sociales (asociaciones civiles, cientificos independientes); colaboración y organización horizontal, rehaciendo el tejido social y generando relaciones de apoyo con base en vínculos dados por actividades conjuntas.

*Instituto de Ecología, UNAM. **Semillas de Vida, AC