17 de julio de 2010     Número 34

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Joan Hart

Veracruz

Maseualmilli: comunidad de diversos

Mauricio González González

El pueblo nahua de la Huasteca o maseual, que en náhuatl significa “campesino”, palabra milenaria íntimamente cercana a lo que algunos hoy llaman “campesindio”, tiene vocación agrícola. En una región dotada por la gesta de dos ciclos productivos “el tonalmilli de secas y el xopamilli de lluvias”, la milpa nahua, maseualmilli, se erige sobre pendientes y planicies que, bajo brazos de hombres y cada vez en mayor número de mujeres, albergan los esfuerzos de maíces multicolores (amarillos, rojos, negros, blancos y pintitos), que se abren paso entre calabazas, yucas, camotes, frijoles, chiles, cacahuates y chayotes, bordeados por nutridas variedades de platanares, ciruelos, naranjos y papatlas, indispensables para envolver tamal.

Así, un primer acercamiento nos presenta lo irremediable: que la milpa encarna diversidad y que es hecha por diversos, no sólo de género sino también de edad, ya que los ueyitatamej, los abuelos, siempre reservarán aliento para la milpa, fuente de fuerza vital. Pero también los niños, quienes desde temprana edad serán forjados al calor de ella, iniciando con pequeños mandados hasta formar parte de las cuadrillas que a “mano vuelta”, es decir, dando trabajo y recibiendo el de los demás, harán producir la tierra y serán producidos por ésta, pues como en muchos otros pueblos con tradición religiosa mesoamericana, además de lo humano y lo consignado como natural, en la milpa interviene el trabajo de existentes no humanos.

Madre y padre Tierra serán fundamentales, pero también la intervención de la dueña del agua, Apanchane, será sustantivo para que la mata crezca, siendo la benevolencia de Ejekatl, el Viento y Tonatij, el Sol, un factor trascendental. Todos ellos interactúan entre sí, pero lo hacen con especial ahínco con el espíritu de la semilla, Chikomexochitl. Es él del que dan cuenta los mitos, pues para sobrevivir superó numerosas adversidades, pero también él es el que inventó la música y el baile, por lo que no es extraño que sea a él a quien se le halague con ambas expresiones en cada ritual.

Alrededor del ciclo de la milpa uno de “costumbres”, de rituales, se entreteje. Cada evento reserva un espacio a cada una de las potencias enlistadas, marcando con ello la temporalidad del proceso agrícola. La siembra, las fases de crecimiento y, muy en especial, las cosechas, están signadas por un calendario ritual que a veces deja ver su cualidad milpera, como el sintlakualtilistli de la siembra o el elotlamanilistli de cosecha de elote, mientras otros como Xantolo, Todos Santos, encubren con la visita de los muertos el festín de la cosecha de aguas. La diversidad de humanos, no humanos y diferentes tipos de vida se suman a la diversidad milpera, conjunción de muchos que en su saber hacer se reconocen comunidad.

Milpas virtuosas en las que se mantiene en acto la memoria de este pueblo, en las que los maíces híbridos poco han tenido que aportar, pues “no cierran bonito” y se les mete gusano, siendo el de los antepasados, el de sus padres, el que aguanta más. No obstante, como en toda comunidad viva, la milpa también enfrenta problemas y uno serio es el que ha legado el generalizado uso de herbicidas y plaguicidas, pues numerosos quelites ya no son fáciles de encontrar y el chiltepin, chile paradigmático de la región, en algunos lugares ya no quiere dar. Es la misma dependencia a los agroquímicos la que les exige dinero circulante, afectando no sólo la reciprocidad en el trabajo, sino también el hacerlo en colectivo, pues para cargar “la mochila” fumigadora sólo se necesita de uno.

Sin embargo, también hay acciones ante horizonte adverso, por ejemplo, las comunidades organizadas en el Frente Democrático Oriental de México “Emiliano Zapata” (FDOMEZ), sostienen un acuerdo que no acepta ningún paquete tecnológico extraño al saber tradicional, explicitando un claro y contundente rechazo a la implementación de maíces transgénicos. A su lucha agraria legendaria suman hoy otras que les impone el capital, pero no sólo como resistencia, sino en franca emancipación, promoviendo entre ellos campañas de rescate de maíces y frijoles “criollos”.

Centro de Investigación y Capacitación Rural, AC / Museo Nacional de Antropología, INAH


Veracruz


FOTO: Paul Williams

El peor negocio del mundo

Juan José Lavaniegos

Al pie del Cerro de Las Cruces, a 800 metros sobre el nivel del mar, caminan 15 hombres. Va por delante Juan Luis, el dueño del terreno donde hoy van a sembrar; su mula carga un bulto de semilla de maíz criollo bien seleccionada, ofrendada, bendita.

El trabajo será largo y pesado como siempre, en pendientes pronunciadas donde tan sólo llegar es difícil, pero se respira un ambiente de fiesta entre ellos, son familia y saben que juntos pueden avanzar y protegerse de la serpiente mahuaquite, cuyo veneno es mortal, como el veneno del individualismo.

“Mano vuelta” le llaman al trabajo colectivo intensivo que hace posible una milpa sin dinero; se paga con trabajo y se trabaja con gusto.

En un mundo donde todo cuesta, todo tiene precio y todo tiene dueño; donde cada persona trabaja para ganar y acumular, la milpa otomí se levanta para repartir y compartir los frutos de un trabajo común en un territorio común. Nunca se hacen cuentas de lo que se gasta porque lo importante es tener maíz criollo suficiente para comer sabroso todo el año.

Llegando al terreno conocido como “loma del Quelite”, Juan Luis hace su ofrenda en el centro de la milpa y reparte a cada compañero un puño de grano para que sea el primero que se siembre. Luego cada sembrador se hace responsable de una línea y avanzan poco a poco, todos juntos y al mismo ritmo.

Mientras, en la comunidad de El Pericón, a tres kilómetros de la milpa, Reyna Bonilla prepara el hitacate para los trabajadores; es comida de fiesta: mole con pollo, tortillas, agua fresca y aguardiente. Reyna es la esposa de Juan y camina con sus hijos la misma vereda al pie del cerro; todos cargan algo. Al llegar a la milpa, el hijo menor le grita a su papá.

Es la mitad de la jornada y los faeneros se sientan a compartir el alimento; se platica del clima, de cómo está la tierra, de los que se fueron a trabajar al norte, de la semilla y el terreno que cada quien escogió para sembrar, de los transgénicos, de los herbicidas...

La agricultura orgánica no es nada nuevo, sus abuelos la practicaron por siglos pero se fue perdiendo desde que las empresas y el gobierno los convencieron de las ventajas en el uso de agroquímicos. En esta siembra de temporal Juan Luis apartará el pedazo más parejo de su milpa para sembrar, junto con el maíz, una leguminosa criolla conocida como frijol arroz, que es buena para mejorar el suelo, para evitar el crecimiento de hierba y para comer.

En estas tierras nadie corre el riesgo de probar con semillas de fuera porque en la milpa está en juego la sobrevivencia; ninguno de los comuneros tiene cuenta bancaria, pero conservar la semilla criolla en este territorio es más seguro que tener dinero en el banco, es la base de la autonomía y de una vida comunitaria equilibrada realmente sustentable, un banco de vida.

El caso contrario es el de alguna gente que se va al norte dos o tres años a juntar dólares; cuando regresa a la comunidad ya no quiere sembrar porque le es más fácil comprar el maíz. Luego el dinero se acaba y otra vez abandonar la comunidad para emigrar y arriesgar la vida.

Los que no se van al norte permanecen aquí, en las montañas de la Sierra Madre Oriental, en lo que hace pocos años la euforia capitalista consideraba “tierras ociosas”. Aquí está el pueblo otomí junto con el náhuatl y el tepehua conservando la diversidad criolla de maíz y frijol, de yuca y plátano, de chile y tomatillo, de café y pericón, de cedro y palo de rosa, de copal y plantas medicinales, de agua clara y aire limpio.

Quince personas sembraron la parcela de Juan Luis en un día; los próximos 14 días él no descansará hasta haber terminado de ayudar a cada persona que le ayudó.

Luego las mil y una noches de vigilia para cuidar la milpa, pedir que baje la lluvia suficiente y a tiempo, que no llegue el viento del huracán, arrancar la mala hierba, ahuyentar a los animales silvestres que también tienen hambre, celebrar la fiesta de la cosecha, acarrear las mazorcas en bestia, acomodarlas en la troje, y cuidarlas para que no se piquen. Mucho trabajo todo el año.

Sin duda es el peor negocio del mundo, pero es la mejor forma de conservar la vida en el mundo.

Fomento Cultural y Educativo, AC