Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de julio de 2010 Num: 801

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El águila y el escorpión
AUGUSTO ISLA

Dos estampas
MAURICIO QUINTERO

De princesas promiscuas
y malhabladas

ADRIANA DEL MORAL

Un intercambio con
Alejandro Aura

JULIO TRUJILLO

“Vivir no fue cumplir un requisito”
EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN

Kapuscinski con un fusil
al hombro

MACIEK WISNIEWSKI

Agua estancada déjala correr
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con MARYSOLE WÖNER BAZ

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Foto cortesía de: encontrandoaalejandro.blogspot.com

Un intercambio con Alejandro Aura

Julio Trujillo

El 22 de abril de 2008, un día después de comer largamente con Alejandro Aura y unos amigos suyos de Bélgica (poetas y traductores), en mi oficina me esperaba un correo electrónico del propio Aura cuyo único contenido era un soneto. Decía así: “Soneto de trabajo”: “¿No quisieras jugar a hacer sonetos?,/ son fáciles de hacer en encomienda/ pues pones los acentos en tu menda/ y verás que no tienen más secretos.// Pueden ser ardorosos o discretos/ y tratar pura cosa que trascienda/ o ser como envoltorios de la tienda/ con pedazos de carne y esqueletos// de alambre y fibra en posiciones locas/ o meter en sus huecos filtraciones/ de trasuntos de amor que hayas dejado// o les puedes meter lo que no tocas,/ lo que no cabrá nunca en tus canciones,/ lo que nunca se ha dicho ni soñado.”

Era la excusa perfecta para postergar el trabajo de oficina unos minutos y responderle al amigo. Era también motivo de sorpresa: Aura poniéndose el saco de los catorce versos, quién lo diría. Su soneto sigue la estructura clásica ABBA, ABBA, CDE, CDE, con esa especie de acelerón final en los tercetos, que parecen querer huir del corsé formal del poema sólo para repetirse y consumarlo. Puse manos a la obra, consciente de que estaba jugando y de que, aunque lo parezca, realmente no es difícil escribir sonetos: lo endemoniadamente complicado es que en ellos haya poesía. Mi respuesta fue la siguiente: “Apenas hoy descubro tu mensaje:/ ayer estaba crudo y abatido,/ sin ánimo, sin fuerza, sin coraje,/ instalado en los brazos del olvido.// Pero hoy estoy mejor, me puse traje/ y vine a la oficina relamido./ Acepto el reto: yo no me hago guaje/ y escribo este soneto divertido.// De paso te agradezco el banquetazo,/ el raro quorum belga-mexicano/ y la amistad rociada con mezcal.// Recibe de este cuate un fuerte abrazo/ y el gusto de jugar el juego vano/ de los sonetos, aunque salgan mal.”

Lo que yo pretendía era, además de fraguar un soneto, conversar: meter el anecdotario de un día cualquiera en ese cosmos cerrado que parecería rechazar, por su falsa fama de serio y solemne, los condimentos de la vida misma que no están sancionados como “temas poéticos”. Sabía, además, que mi interlocutor era un maestro de la vulgarización feliz (si me permiten llamarlo de esta manera), probablemente el campeón de la antisolemnidad poética y la travesura lírica. El juego estaba en marcha. Mi soneto responde a la estructura ABAB, ABAB, CDE, CDE, o sea que es un poquito menos clásico (aunque ya el Marqués de Santillana era adepto a ese formato), con esos cuartetos iniciales alternando rimas. No tardó en llegar la respuesta de Aura, que dice así: “Soneto con cristal”: “Eso es todo, poeta, bien sencillo,/ nada más que recuerda que la rima/ por lo menos aquella que se estima/ como más luminosa y de más brillo// es aquella que deja en el rabillo/ los pareados adentro de la mina/ y por fuera, parados en la esquina,/ los espejos que más echan cardillo,// y abajo la columna de la copa,/ entre más delgadita y más esbelta/ más puede presumir de cristalina;/ si más desnuda y si con menos ropa/ la dejas en los éteres ir suelta,/ la verás ser perfecta y ser divina.”

Aura proponía una discusión retórica y defendía su formato original, cuyos cuartetos responden al esquema que se conoce como “abrazado”, es decir dos rimas al principio y final de los cuartetos y dos en medio, como si la rima A abrazara a la rima B: ABBA. Él lo explicaba de manera muy plástica: “Los pareados adentro de la mina/ y por fuera, parados en la esquina,/ los espejos que más echan cardillo.” Así que Aura se ponía provocador y me daba una lección (o al menos así lo creí yo en ese momento), ya que mis cuartetos responden a un esquema que se conoce como “cruzado”: ABAB, sin abrazo, pues, pero con trenza y promiscuidad. Esa estructura también se llama “serventesio”, que es una palabra bastante sexy. Ya picado, y sintiéndome muy gallito, le respondí rápido: “Aunque es una estructura arquitectónica/ con un procedimiento riguroso,/ el soneto es también soltura eufónica/ y variabilidad: caldo sabroso.// Un vodka no va mal con agua tónica/ pero con tehuacán también hay gozo./ En el soneto hay variación tectónica/ y el resultado es a cual más hermoso.// Por eso insisto (no me pongo necio)/ en alternar las rimas del cuarteto/ por ver nomás qué pasa y a qué sabe./ El tropo tiene un nombre: serventesio,/ no es menos clásico ni hay menos reto/ y agrega movimientos a esta nave.”

Y ahí nos quedamos, por alguna razón Aura ya no me respondió y yo no volví a mencionar nuestro intercambio. Lástima: se estaba poniendo buena la esgrima y era una manera recomendable de atizar la creatividad mientras se cultivaba la amistad. Pero Alejandro siguió escribiendo sonetos incansablemente, y la muerte (o mejor dicho, su inminencia) fue entrando inevitablemente en ellos, sin drama pero con gravedad, sin respuestas pero con preguntas cada vez más afiladas. Ese tirón escritural, que no fue el único, hoy se llama Sonetos para cuando ya se va uno a morir,título que revela de cuerpo entero al poeta Aura y su carencia de pelos en la lengua a la hora de hablar de un tema tan inconcebiblemente cabrón como la propia muerte.

“Vivir no fue cumplir un requisito”, dice por ahí.

Festejo la aparición de este apetitoso libro (que tiene otro verso espléndido que reza: “en una luminosa metáfora”, así, sin acento, evidencia del poeta libérrimo y divertido que también fue Aura), que incluye el par de sonetos que hace dos años recibí en mi correo electrónico (ignoro si el autor se los envió a alguien más, a manera de ejercicio colectivo, o sólo a mí) y que demuestra que toda publicación es también una conversación interrumpida pero prolongada en el tiempo. Sonetos para cuando ya se va uno a morir es otra forma de seguir conversando con Alejandro Aura.