Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de julio de 2010 Num: 801

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El águila y el escorpión
AUGUSTO ISLA

Dos estampas
MAURICIO QUINTERO

De princesas promiscuas
y malhabladas

ADRIANA DEL MORAL

Un intercambio con
Alejandro Aura

JULIO TRUJILLO

“Vivir no fue cumplir un requisito”
EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN

Kapuscinski con un fusil
al hombro

MACIEK WISNIEWSKI

Agua estancada déjala correr
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con MARYSOLE WÖNER BAZ

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

LA “MANIPULACIÓN” DE LA OPINIÓN
(VIII DE X)

En la mayoría de los países capitalistas están vigentes las leyes que garantizan las libertades de prensa, de expresión, información, opinión, etcétera. Este legado del pensamiento iluminista ha pasado a formar parte del patrimonio jurídico de las democracias burguesas.

Es necesario, antes de seguir adelante, hablar de la presión que el Estado ejerce contra la prensa; presión que, salvo contadas excepciones, la prensa acepta de buen grado. Mussolini decía: “El periodismo italiano es libre porque sirve a una sola causa, al régimen.” La prensa española no podía atentar, según lo establecía el artículo 33 del fuero de los españoles, “contra la unidad espiritual, nacional o social de la patria”. En Portugal, la constitución de 1933 preveía que “una ley represiva y preventiva deberá impedir la perversión de la opinión pública y salvaguardar la integridad moral del ciudadano”. Pero, salvo las excepciones señaladas y algunos regímenes militares, la mayor parte de los gobiernos hacen frecuentes manifestaciones en pro de las libertades heredadas del iluminismo. En estos casos, los controles y manipulaciones se sujetan a las reglas de un juego particularmente sutil y que no siempre es el producto de oscuras conspiraciones o secretos conciliábulos, sino que, generalmente, es el resultado de ese convenio tácito que afecta las conductas de todos aquellos que participan en la vida del sistema burgués, convenio que, por otra parte, otorga al sistema una peculiar coherencia y lo dota de la fuerza nacida de una voluntad grupal que, auque no se manifieste palpablemente y con cierta periodicidad, mantiene vivo el sistema, y difunde y refuerza sus “valores” a través de la mayor parte de las actividades sociales y políticas.

Conviene al sistema capitalista mantener legalmente vivas las tradiciones liberales aunque, a veces, algunos periodistas las interpreten, rompiendo las reglas del juego, de una manera demasiado literal. Frente a estas actitudes, el sistema coloca a sus peones defensores, especialistas en enajenación y, salvo contadas excepciones, logra que sus aparatos de “coherencia interna” funcionen con eficacia y alejen el peligro. Por otra parte, los especialistas en corrupción generalmente evitan que el sistema tenga que olvidar sus buenos modales para reprimir una actitud discrepante proveniente de los grupos de la pequeña burguesía intelectual. Los asesinatos políticos estadunidenses, la represión de 1968 en México, Francia, etcétera, son algunos ejemplos de funcionamiento deficiente de los aparatos de “coherencia” del orden burgués.

Una abundante retórica rodea las declaraciones de amor por las libertades humanas que el sistema realiza cotidianamente. Con estilo pomposo y ademanes heroicos, a través de los medios de comunicación de masas, ha convocado a la guerra, a la caza de brujas, a la persecución de los nuevos herejes y, de una manera primordial, a la unión de los individuos en torno a palabras que, como democracia, libertad, etcétera, pierden su significado al ser confrontadas con la realidad. Objetividad, libertad de prensa etcétera, son, en nuestro medio, conceptos que el sistema promueve y repite sin cesar, como para convencerse a sí mismo de que tienen un significado social vigente y amplio.

(Continuará)

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