Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de junio de 2010 Num: 798

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La reforma migratoria y las elecciones en Estados Unidos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Colombia: las causas del sufrimiento
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con JORGE ENRIQUE ROBLEDO

El sector cultural: entre la parálisis y los palos de ciego
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

Discurso a Cananea
CARLOS PELLICER

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Hermano

Si bien es verdad que el nombre de su director –Diego Luna– le abre puertas promocionales y de difusión de las que otros filmes no gozan, situación que le permite mejores augurios en el siempre crítico primer fin de semana en cartelera, también es verdad que Abel (2010), primer largometraje de ficción dirigido por el también actor y documentalista de selénico apellido, posee la suficiente calidad para abrirse paso y permanecer más allá de la referida semana de debut, misma que algunos de aquellos otros filmes también superarían en caso de contar, como la antedicha cinta, con múltiples y permanentes espacios para cacarear el huevo.

Con guión de Augusto Mendoza y del propio Luna, el filme aborda un tema del cual el cine en general, y el mexicano en particular, se han hecho eco en innúmeras ocasiones: la paternidad y sus honduras, dificultades, carencias, excesos y desviaciones. Lo que Abel tiene de particular es el enfoque o, quizá mejor dicho, el desenfoque a partir del cual se observa la vida cotidiana de una familia con una estructura y una situación ciertamente frecuentes en estos días, y que una definición contemporánea ya bastante trillada definiría como “disfuncional”. El antónimo de este último concepto se refiere, aunque sus usuarios no lo manifiesten o no se den cuenta, a la otrora conocida como familia nuclear, es decir, aquella compuesta por el padre proveedor, la madre cuidadora y el o los hijos recipendarios de los beneficios generados por el cumplimiento constante de las actividades ejecutadas por los primeros.

La trama de Abel cuenta los esfuerzos que esta familia realiza por estructurarse a sí misma en arreglo a dicho modelo. En este punto, el filme no es diferente a cualquier otro de los muchos que se plantean un cometido similar y que, para lograrlo, echan luces precisamente sobre el personaje del padre, entendiendo por éste, como parece innecesario aclarar, al adulto y progenitor. Aquí podría citarse título tras título, incluidos los de las mexicanas No desearás a la mujer de tu hijo y La oveja negra, ambas dirigidas por Ismael Rodríguez en 1949; la referencia a estos últimos no es arbitraria, puesto que en la cinta de Luna desempeñan un papel fundamental tanto el concepto como la forma en los que la paternidad es abordada en aquellos clásicos del cine nacional.


Escena de Abel

El desenfoque o, todavía más precisamente definido, el excentramiento al que se alude en el párrafo anterior, desde el cual trabaja temáticamente Abel, deriva en una paradoja irresoluble, de la que los personajes son al mismo tiempo artífices y víctimas: el referido esfuerzo por hacer de sí misma una réplica más de la familia nuclear, que se supone implicaría algo así como un pase directo a la felicidad, la estabilidad y la seguridad sin fisuras, es llevado a cabo por este conjunto de madre-padre sola y proveedora, hija primogénita adolescente, hijo primogénito cuasiautista y hermano menor hiperactivo, sin recurrir más que a sus propios y escasos haberes humanos, emocionales, materiales e intelectuales. En otras palabras, esta postmoderna “familia de tantas” –para aludir a una cinta mexicana pionera en estas lides saludablemente revisoras del estatusqú social– busca cerrarse sobre sí misma y, por sí misma, resolver sus conflictos y necesidades. No es casual, por ende, que la casa, abandonada por el padre un par de años atrás, sea simultáneamente el espacio diegético más destacado y el espacio simbólico de la ausencia del peligro o, al menos, de su disminución. Tampoco es un producto del azar ni de hallazgos guionísticos inconscientes que los hombres que se acercan a la casa-familia sean vistos no en calidad de ajenos o extraños, cosa que serán indefectiblemente, sino también como potenciales amenazas al orden establecido, categoría de la cual no escapa ni siquiera el auténtico padre biológico, que un buen día vuelve a casa, sólo para encontrarse con un sustituto absolutamente inesperado.

La verdadera miga de Abel estriba en que dicho orden, por principio defendible, se conforma en lo básico por una subversión del orden que originalmente se buscaba, lo cual incluye aberraciones cuya irrealización material no las vuelve menos contundentes, así como soluciones dramáticas de similar fuerza y originalidad.

Añádase a todo lo anterior una dirección de actores y una ejecución histriónica notables, para concluir que Abel, como se dijo al principio, tiene más de una razón que avala su actual éxito en cartelera, más allá de los favores concedidos, mediáticamente hablando, a su realizador.