Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de junio de 2010 Num: 798

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Bazar de asombros
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La reforma migratoria y las elecciones en Estados Unidos
RAÚL DORANTES Y FEBRONIO ZATARAIN

Colombia: las causas del sufrimiento
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con JORGE ENRIQUE ROBLEDO

El sector cultural: entre la parálisis y los palos de ciego
EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

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Juan Domingo Argüelles

Haciéndose guajes

La poesía nos abre los ojos sobre muchas cosas. Incluso sobre cosas insospechadas para muchos. Por ejemplo: ¿de dónde proviene la expresión “hacerse guaje”, que es tan común en México para referirnos a los diputados y senadores, a los políticos en general y a todos los que se hacen guajes haciéndonos tontos?

El Diccionario de la lengua española de la RAE nos dice que el término proviene del náhuatl huaxin, y que nombra a la “planta de la familia de las cucurbitáceas, rastrera, con hojas verdes acorazonadas en el haz y con vellosidades grises en el envés, y frutos grandes que, cuando están maduros, son generalmente de color amarillento mate”.

La definición motivaría la hilaridad de Raúl Prieto, pues más que a la planta, la palabra guaje nombra al fruto. ¿Y qué es eso de que la planta da “frutos grandes”? ¿Qué tan grandes? ¿Qué es grande para la RAE? En su última acepción, explica que guaje se utiliza también para nombrar así a la persona boba o tonta. En este sentido, hacerse guaje es hacerse el bobo o hacerse el tonto, según los académicos.

María Moliner dice que guaje es “calabaza vinatera” y también registra la acepción de “tonto”. El Diccionario del español usual en México coincide en todo lo anterior, y añade algunos giros: “Hacer guaje a alguien: engañarlo.” “Hacerse guaje: desentenderse de algo o no darse por enterado.” El Diccionario breve de mexicanismos, de Guido Gómez de Silva, registra también lo anterior, e insiste en las acepciones de “tonto” y “bobo”, y hasta nos da como referencia un refrán: “El que es guaje, hasta acocote no para.” (“Acocote: calabaza destinada a extraer [chupando] el aguamiel del maguey.”)

En su Diccionario general de americanismos, Francisco J. Santamaría registra prácticamente todas las acepciones de los diccionarios mencionados, y da otras más, pero ni él ni los demás aclaran de dónde provienen los coloquialismos “hacerse uno guaje” o “hacer guaje a los demás”.

Lo cierto es que los términos tonto y bobo no son tan exactos en su equivalencia con “guaje”. En México hay gente que no es tonta, sino que se hace tonta. Hacerse guaje es cosa de astutos y de taimados, más que de tontos o bobos. Y “hacer guaje” a otro es en realidad una deformación del sentido original: el guaje es el victimario, no la víctima, y la víctima simple y sencillamente es tonta, pero no guaje.

La poesía nos aclara todo esto y nos demuestra por qué los que se hacen guajes son astutos y taimados como nuestros políticos. La explicación la da Rafael Landívar (1731-1793) en su Rusticatio Mexicana: “Crece en los bosques sin cultivo alguno,/ pendiente de las ramas y adherida/ a los troncos, ingente calabaza/ sin meollo en verdad; y que es muy útil/ para cruzar sin riesgo de la vida/ los anchos ríos, y al salir de caza/ para llevar el confortante vino/ y atenuar las fatigas del camino./ Suele escoger de entre éstas las mayores/ astuto el indio; luego las arroja/ encima de las ondas cristalinas,/ y donde más los patos nadadores/ exentos de congoja/ desaparecen y quiebran las verdinas/ palustres hierbas./ Treme, horrorizado,/ el ánade infeliz; de aquellos monstruos,/ con graznido lloroso y prolongado,/ huye al punto, y la turba lastimera/ asorda con sus gritos la ribera./ Pero al mirar que flotan y vaguean/ sin causar ningún daño,/ deponen el pavor y se recrean/ en el común y deleitoso daño./ Van de los patos una y otra mole/ en derredor, mas ellos no las temen,/ y en medio nadan de su tierna prole./ El indio astuto, entonces, con presteza/ adapta a su cabeza/ alguna calabaza igual en todo/ a las que vense con impulso blando/ encima de las aguas ir nadando;/ entra en el lago y húndese hasta el cuello,/ y envuelto con las olas se adelanta/ sin alejarse de la orilla amena,/ y hollando el suelo con aleve planta./ La falange de patos ve serena/ llegar aquel estorbo; entonces el indio/ alarga allí la codiciosa mano,/ y de los pies afiánzalos ufano,/ los sumerge en el agua adormecida/ sin distinción; sin que la oscura fraude/ adivinen, los priva de la vida./ ¡Tanta es la habilidad de aquella gente/ que estúpida reputan e indolente!”

Quién sabe en qué momento el coloquialismo “hacerse guaje” derivó primero en hacerse tonto y luego en ser tonto. El indio del que habla Landívar no era tonto sino astuto, y si se hacía el tonto era sólo para engañar a los patos. Los tontos eran los patos que se confiaban de los guajes que flotaban en las aguas. Cuando los políticos se hacen guajes, lo que buscan es tomarnos descuidados y agarrarnos por las patas. No nos hacen guajes: nos hacen patos.