Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de junio de 2010 Num: 797

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El verdadero patriota argentino
LAURA GARCÍA

La pasión de Concha Urquiza
JAVIER SICILIA

Breve antología
CONCHA URQUIZA

Cine y zapatismo
JUAN PUGA entrevista con ALBERTO CORTÉS

Las güeras, de José Antonio Martínez
INGRID SUCKAER

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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EL ARTE COMO DIVULGACIÓN CIENTÍFICA

RICARDO GUZMÁN WOLFFER


El arte cósmico de Tamayo,
Norma Ávila Jiménez,
Editorial Praxis/UNAM (Instituto de Astronomía),
México, 2010.

Uno de los principales problemas de la ciencia mexicana es lograr su difusión, acercar al neófito datos y enseñanzas relacionadas con los quehaceres que regularmente le son ajenos. Entre los institutos menos publicitados en la UNAM está el de astronomía, y no porque su ocupación sea menos importante; como bien menciona Ávila, el contacto ocasional con los fenómenos astronómicos puede cambiar la percepción de la vida de generaciones enteras. Ni hablemos de cómo los cambios de esa enorme playa sideral, en la que la tierra apenas es un grano de arena, afectan a todo ser vivo terrestre. Empero, la enseñanza científica que está presente en este ensayo sobre los astros y Tamayo no abarca los muchos aspectos astronómicos que día a día se estudian en este importante Instituto de la UNAM. La autora ha preferido hablar de aquellos evidentes en la imperecedera obra del pintor oaxaqueño más conocido.

Como parte de la importancia de expandir el conocimiento científico, se mencionan los intereses de Tamayo por la ciencia en general. Pintor comprometido con los ideales sociales, prefirió alejarse de las tendencias oficiales que en su tiempo aglutinaron a lumbreras como Rivera, Siqueiros y otros creadores pictóricos que usaron sus pinceles para hablar de política. Desde la óptica antropológica, es destacable la versión que Ávila enfatiza, sobre el designio de Tamayo de hacerse una extensión de la pintura prehispánica: de modernizar el sentir pictórico de los antepasados: de evitar hacer de lo indígena otro modo de turismo cultural. Si bien importantes figuras oaxaqueñas (Toledo y sus seguidores) pueden reconocerse en sus raíces locales y otros (Marco Bustamante) se destacan por evitarlas, Tamayo es captado en este ensayo como un artista sensible al universo desde la peculiar perspectiva humana: se mencionan eclipses y cometas, se habla de su acercamiento a la NASA y cómo percibía la responsabilidad del científico. Claro, la notoriedad tiene sus beneficios, pero ante las obras de Tamayo, que siguen conmoviendo de forma consciente e inconsciente a espectadores de todo el mundo, resulta innecesario hablar de ese aspecto de este pintor solar (Paz dixit) que buscó ayudar a sus coterráneos de muchas formas.

Si bien el ensayo no abunda en el análisis pictórico de las láminas, el texto sin duda invita al lector a buscar más imágenes del oaxaqueño: logra su objetivo de incitar al lector a continuar con la búsqueda de lo científico que está presente en la pinturas escogidas, pero, mejor aún, se retoma la faceta humanista de Tamayo sin dejar a un lado su gusto por lo científico. Subyace la reafirmación de Tamayo como un creador conocedor de los problemas de su tiempo y de la importancia de la ciencia en la vida cotidiana. Aunque el libro va más allá de esto último, basta para hacer disfrutable una lectura que nos reafirma la necesidad de hacer de la ciencia y su difusión una prioridad nacional.


MATICES Y DETALLES DEL SEGUNDO IMPERIO

LOREL MANZANO


Diré adiós a los señores. Vida cotidiana en la época
de Maximiliano y Carlota,

Orlando Ortiz,
Punto de Lectura,
México, 2010.

Cuando el lector tenga entre sus manos Diré adiós a los señores, podrá contemplar un magnífico mural de la sociedad del Segundo Imperio Mexicano y distinguir en él una serie de tonalidades, matices y detalles hasta ahora ensombrecidos por los grandes nombres, los grandes acontecimientos de la Historia. Pero lo que hace realmente peculiar a esta vida cotidiana es la agilidad de la narración, que por momentos nos remite a un relato cercano a la tradición oral. El lector se puede imaginar a sí mismo como parte de un público que sigue muy atento los hechos históricos y ríe cuando el historiador-narrador deja escapar algún chiste, algún juego de palabras, o un comentario mordaz a propósito de las ironías con que la vida está hecha.

A lo largo de las 267 páginas que componen este libro, se puede conocer la naturaleza y organización de la Corte, los caminos plagados de bandidos de distintas clases, la importancia de los juegos de azar, los lugares de paseo, los hábitos de limpieza, la constitución de los cuerpos policíacos y criminales, la vagancia, la prostitución, en fin, las distintas clases sociales con los vicios propios de su gremio. Dichos y refranes dan título a cada apartado, así, uno de los dedicados a la corte se titula “Caballo grande, aunque no ande”, el que trata los tipos sociales: “No es que sea mala reata, nomás está mal trenzado”; o el destinado a la comida y la bebida: “Al que le gusta el chicharrón con ver el puerco se alegra.”

Con una prosa llena de giros y un hábil manejo del humor negro, Ortiz consigna datos duros, recrea paisajes y caminos, realiza formidables descripciones y rescata anécdotas interesantes. Hace de una investigación histórica, bastante seria y bien documentada, un relato ágil e inteligente, capaz de estimular la imaginación del lector mediante las descripciones de aquella Ciudad de México sumida en las penumbras, iluminada escasamente por “algún hachón de ocote, o un mechero de llama vacilante”. De igual forma es posible ver a Maximiliano viajando alegremente en carretela o paseando con su traje de charro; a Carlota recibiendo abrazos “a la mexicana” y sonreír, casi “presa de un ataque de nervios”, cuando sus damas la llamaban Carlotita. Gracias a su malicia narrativa, Ortiz atrapa al lector cuando refiere tan diversas anécdotas, como la relativa a la esposa de Miguel Miramón, quien fue detenida en un viaje por la resistencia juarista, o la de Carambada, una bandida “que operaba por los alrededores de Querétaro” y que, cometida su fechoría, “esgrimía la pistola en una mano y se descubría un pecho con la otra. ‘Mira quién te despojó’, gritaba con entusiasmo…”.

Este excelente trabajo de divulgación despertará la curiosidad del lector, ofrecerá personajes memorables y, sobre todo, llamará la atención para volver a nuestros autores decimonónicos: Altamirano, Frías, Prieto, Ramírez, Riva Palacio. El lector podrá conocer los matices y detalles del efímero Segundo Imperio, de aquellos tiempos en que Maximiliano de Habsburgo, después de la comida, se retiraba con su séquito al salón fumador para continuar la plática con coñac o café. “Charlaban de todo y nada mientras disfrutaban de sus cigarros, hasta que Maximiliano, con voz pausada y cálida dejaba escapar su proverbial” despedida: “Ahora, diré adiós a los señores”


DE ANIMALILLOS Y MÚSICA

JOSÉ CRUZ DOMÍNGUEZ OSORIO


Zoóngoro bailongo,
Zenén Zeferino Huervo,
Ilustraciones de Julio Torres Lara,
Ediciones El Naranjo,
México, 2009.

Fue una sorpresa grata descubrir otro de los talentos de Zenén Zeferino Huervo. Hay que recordar que es músico nativo de Jáltipan, decimista, repentista y, por su experiencia, ha formado parte de grupos de son jarocho, como Chuchumbé y Quemayama. Ahora Zenén dio vida, a través de las letras, a varios animales de la selva, sirviéndose de ellos para enterarnos de cómo nacieron ciertos instrumentos que, supongo, han acompañado a este artista veracruzano en los fandangos, en sus ratos de soledad y alegría allá en los parajes verdosos del sur de Veracruz.

Pareciera como si Zenén Zeferino hubiera dedicado algunos días para ir a espiar selva adentro el acontecer cotidiano de algunos animalillos descritos en Zoóngoro bailongo, un libro-álbum publicado por Ediciones El Naranjo.

Dice Zenén, en la introducción a este libro, que “cuando era niño, en el sur de Veracruz, los cuentos del Tío Coyote y el Tío Conejo y las historias de los chaneques y demás seres fantásticos que recorren, hasta nuestros días, los montes de mi región, alegraban mi mundo”. Y el mundo, en este fantástico espacio literario propuesto en Zoóngoro bailongo gira en torno a la vida de seis personajes: Leovigilda, Zancudiermo, Chalío, Jabalda, Armandillo y Burregundo, historias de animales que habitan al interior de la selva, paraje natural amenazado por la presencia de un monstruo casi invisible y pestilente: la basura. Es la preocupación del personaje principal en cada historia. Más los animales, unos grandes y dueños de su fuerza, otros débiles y poseedores de zumbido, buscan el consejo y la intervención de su protector dentro de la selva: un cedro frondoso y sabio, dueño de una fuerza renovadora depositada en el tronco de su corazón silvestre. Es la fuerza que emana para salvar a los animalillos y ofrecer de nueva armonía a estos parajes.

Es la historia de cómo seis animales ofrecieron su vida para dar origen a seis instrumentos, con sus características encargados de alegrar el rato en los fandangos; por ello esta serie se enriquece con la prosa, casi música, emanada por la pluma de Zenén.

Puedo decir que esta obra infantil está compuesta por otras secciones: una adivinanza en verso, en la que el lector, de acuerdo con la lectura del cuento, adivinará qué instrumento es y, si el lector no pudo adivinar el nombre, la siguiente página se lo informará con las virtudes del instrumento musical. Es la manera lúdica de acercar al lector a la música y los instrumentos que han acompañado al son jarocho a través de la prosa sencilla, clara y directa, de Zenén en estos cuentos maravillosos de Zoóngoro bailongo.

¿Qué decir de las ilustraciones si éstas nos llevan al alba de un nuevo día? El estar entre lomas verdes, ver algunas nubes blancas, gordas, acolchonadas y ver hacia oriente ese tono entre naranja, o rosado, o amarillo del sol que anuncia su salida, y escuchar por los caminos que el campesino va silbando y contento inicia su día. El cuerpo de las ilustraciones se lo debemos a Julio Torres Lara, quien supo dar a cada cuento el color del día, de un día dentro de la selva sureña de Veracruz, parajes de donde Zenén es originario.

Supo Julio definir la personalidad de algunos animalillos agregando a ellos, como al zancudo, a su primo el chaquiste y al burro, el característico sombrero que porta el hombre para atajar los rayos del sol sobre su cabeza, cuando éste sale por la campiña en temporadas calurosas.

Así, prosa e ilustración se han unido en este libro para darnos cuenta de la ficticia de estos animales, de la magia para originar la música y la música para alegrar los corazones.



Largueza del cuento corto chino,
José Vicente Anaya,
(traducción, recopilación, prólogo y notas), Almadía,
México, 2010.

Algunos de los cuentos incluidos en este volumen datan de hace más de dos milenios y medio, otros rebasan los veintiún siglos; otros más son tan recientes como el siglo XVIII y hay un conjunto cuyos autor y fecha se desconocen, de lo cual –así como de la lectura, deslumbrante– se desprende la exhaustiva y amorosa labor que José Vicente Anaya llevó a cabo, hace ya algunas décadas, y que ahora la editorial Almadía tiene el acierto de reeditar. Tanto el lector asiduo del género, como aquél que lo frecuenta poco, encontrarán en esta Largueza del cuento corto chino una obra inestimable.



Bajo la piel de Channel,
Danilo Moreno,
Almadía,
México, 2010.

No son, por cierto, tema y personaje principal de esta novela los más originales ni los menos socorridos: la vida y milagros de una prostituta son un foco literario en el que más de un mosquito ha perdido, por carbonización, sus alas. Para fortuna de la narrativa colombiana reciente, lo anterior no le ocurre a Danilo Moreno, que ha tenido la osadía de surcar aguas ya muy navegadas pero con una singladura propia y feliz. Así lo consideraron también los miembros del jurado del Concurso Nacional de Novela 2008 en Colombia, cuando le otorgaron a este libro una mención de honor.