Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de junio de 2010 Num: 796

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Fernando Arrabal y lo exultante
JOSÉ LUIS MERINO

Dos poemas
YORGUÍS KÓSTSIRAS

El puente del arco iris
LEANDRO ARELLANO

La victoria del juez Garzón
RODOLFO ALONSO

Miguel Delibes contra los malos amores
YOLANDA RINALDI

La edición independiente
RICARDO VENEGAS entrevista con UBERTO STABILE

251 años de Tristram Shandy
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Kandinsky y su legado artístico
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

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Columnas:
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ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
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Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
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Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Directorio
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Los ricos también... (II Y ÚLTIMA)

...TAMBIÉN FALLAN

Guionista y director de Daniel y Ana (México, 2009), Michel Franco sostiene que el argumento de éste, que viene siendo su primer largometraje de ficción, se basa en lo referido “durante una charla con una amiga psicóloga que le comentó sobre un caso”. A reserva de las posibilidades infinitas para modificar, añadir, sustituir y suprimir que ofrece aquello conocido popularmente como licencia poética, a partir de la propia confesión de parte del realizador puede concluirse, sin por ello incurrir en excesos interpretativos, que la historia contada en Daniel y Ana se hace eco –o pretende hacérselo, al menos– de aquestotro también popularmente conocido como hecho real.

Como es obvio, guionísticamente hablando hay una distancia considerable entre el socorrido –y por cierto cada vez menos eficaz– expediente de asentar al principio de un filme que éste se basa en un hecho real, y las quizá abundantes, o quizá no numerosas pero sí fundamentales, licencias mal llamadas poéticas porque más bien lo son de tipo narrativo. A juzgar por lo que se oye y se ve en el filme, es en dicho interregno creativo donde esta producción a cargo de Daniel Birman Ripstein muestra sus mayores vacilaciones.

¿Será hecho real, o conveniente y necesaria licencia el arranque mismo de la película, que hace a los protagonistas, hermanos diegéticos, víctimas de un secuestro express que no se realiza con el propósito de obtener dinero alguno, sino con el duramente verosímil de forzarlos a la realización dirigida de un coito que habrá de ser registrado en una cámara de video, para luego simplemente dejarlos libres? Demasiados cabos sueltos deja el guión; demasiadas preguntas, todas ellas de lógica elemental, quedan sin respuesta desde un punto tan temprano del filme, como para que el desarrollo ulterior del doble conflicto emocional –en el que pareciera consistir el verdadero quid– se sostenga convenientemente o siquiera a suficiencia. ¿De verdad escasean las parejas, sean o no de hermanos, dispuestas a grabar escenas hard core, como si la industria porno anduviera escasa de miembros –con y sin albur? Y si así fuera, ¿los pornocineastas tienen que secuestrar desconocidos y así volverse delincuentes comunes para seguir chambeando? Y si Daniel y Ana no les eran desconocidos sino que los tenían vigilados y conocían sus movimientos, de lo cual se deduciría que su propósito último no era la obtención de la escena cachonda por sí misma, sino de ésta precisamente con el plus de ser un incesto, ¿a quién le importaría el dato? ¿A los secuestradores, a los consumidores del pornovideo, o a nadie, si fácilmente podría mentírsele a estos últimos al respecto? ¿Cabría entonces imaginar o suponer alguna variante de la extorsión, en contra de los incestoprotagonistas o de los progenitores de aquéllos? Y si por ahí fuera la cosa, ¿por qué la trama se olvida, inmediata y definitivamente, del destino tanto de los secuestrovideoastas como del resultado de su labor? Preguntas por el estilo podrían seguir formulándose y, de hecho, son de las que surgen tan pronto Uno realiza el vano intento por encuadrar lo que está viendo en un marco mínimo de congruencia narrativa interna, tarea que, por cierto, no ayudan a solventar pifias de realización definitivamente pueriles, de ésas que dejan al espectador pensando en que más fácil era solucionarlas que dejarlas evidenciar desaliños no por intrascendentes para la trama menos crasos. Póngase por ejemplo el siguiente: Daniel, obligado a prescindir del auto particular que le habían regalado, un día equis en la calle equis aborda un taxi modelo Atos, y otro día zeta en la calle zeta, en una Ciudad de México de miles de calles y miles de taxis, ¡se sube exactamente al mismo vehículo! En ese auto de alquiler se fue también, por lo que a Uno respecta, buena parte de la credibilidad espectadora que a esas alturas de la trama le quedaba.

Al presenciar esta historia de incesto forzado y videograbado, lo primero que Uno concluye –y eso que a Uno difícilmente le gana el cinéfilo afán comparativo–, es que Daniel y Ana está, para su infortunio, muy lejos de la crudeza sin tremendismo de Precious –donde un padre viola repetidamente a su hija–, tanto como lo está de la fuerza expresiva, la rara belleza icónica y la osadía de Reincidentes –en la que una pareja de hermanos es expulsada de su comunidad por su porfía de llevar y llevar su amor al plano carnal–, e incluso de la levedad y el desenfado romanticoso de Cousins.