Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de mayo de 2010 Num: 795

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El más corazonado
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

¿Qué sería de nosotros sin Miguel?
ÓSCAR DE PABLO

Las voces y el viento
LUIS GARCÍA MONTERO

Perito en lunas
LUIS MARÍA MARINA

Eterna sombra
MIGUEL HERNÁNDEZ

¿Quién lee a Miguel Hernández?
MARTÍN LÓPEZ-VEGA

Dos poemas

Miguel Hernández en sus tres heridas
FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA

Llegó con tres heridas...
MIGUEL HERNÁNDEZ

Miguel Hernández, Joan Manuel Serrat: Serrat Hernández
JOCHY HERRERA

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Javier Sicilia

Justicia y equidad

Nuestra época le ha dado un lugar preponderante a la justicia como derecho (jus) –por ejemplo, el matrimonio gay que en el DF se ha homologado con el del matrimonio heterosexual–, pero con ello ha desequilibrado su otro rostro, el de la equidad o proporción. Aunque en apariencia parecen lo mismo –“Lo justo –escribía Aristóteles– se conforma con la ley y respeta la igualdad, y lo injusto contraría la ley y carece de igualdad”–, no lo son. Como legalidad, la justicia es lo que establece la ley, es decir, lo que la legalidad, y no la legitimidad, funda o, en palabras de Hobbes:  “La autoridad, no la verdad, hacen las leyes” –una realidad que rige incluso nuestras democracias en las que el número (no los más justos ni los más inteligentes) imponen la ley. Por el contrario, la justicia como equidad es, para decirlo con Platón, lo que asegura a cada uno su parte, su lugar en el cosmos y preserva la armonía del todo. En este sentido, y para volver con mi ejemplo, homologar el matrimonio gay con el de los heterosexuales es justo en el orden de la legalidad, pero injusto en el de la equidad, porque en ese orden, los gay no son iguales a los heterosexuales y viceversa. Para tratarlos equitativamente sería necesario atender a lo que a cada uno les corresponde en su diferencia.

Por desgracia, desde la corrupción de los estamentos medievales –una imagen social del orden cósmico–, los órdenes jerárquicos se volvieron injustos. Lo que antiguamente eran sólo ámbitos –el monje, el caballero y el siervo– que reflejaban la armonía jerárquica del cosmos donde lo de arriba no es superior a lo de abajo y viceversa, degeneraron en realidades desiguales: lo de arriba se sintió superior y sometió a lo de abajo, y lo de abajo se sintió inferior y quiso emular a lo de arriba. Frente a ello, la jus, la ley jurídica, surgió para restablecer una igualdad que desde entonces y contra toda verdadera justicia se volvió igualitarismo. Pongo otro ejemplo: yo soy miope. Para que en el orden de la equidad pueda ser tratado con justicia, necesito unos lentes –mismos que no usan quienes no son miopes. Si algún día alguien rompiera esa equidad y por un orden jurídico se me homologara igualitariamente con quienes no los usan, porque no tener lentes es la vida de las mayorías, comenzaría a ser tratado de manera injusta. Lo mismo sucedería si, para resarcir mi condición de miope minoritario, la ley impusiera usar lentes a la mayoría que no los usa.


Santa Teresita

Esta confusión de nuestra época la padeció Teresa de Lisieux, una hija del igualitarismo ilustrado, y pudo resolverla sólo a través de una revelación de la realidad armónica del orden cósmico. Enclaustrada en el Carmelo, Santa Teresita, como se le conoce, se sentía inferior a las exigencias de la vida religiosa: pequeña y débil, jamás sería la descomunal y poderosa Santa Teresa. Frustrada, imponiéndose cosas que no le pertenecían a su naturaleza, tuvo una visión: se vio en un jardín en el que había enormes robles, árboles medianos, arbustos, florecitas y briznas de hierba. Un jardín semejante a otros que había visto. Sin embargo, lo que había cambiado en ella era su percepción. Se dio cuenta de que, contra lo que se le había enseñado –que lo grande es más y mejor que lo pequeño–, todo allí era grandioso, que cada cosa era hermosa en lo que era y reflejaba la gloria de Dios creando una armonía de correspondencias entre las cosas. En ese momento se llamó a sí misma “La florecilla” y descubrió que en lo que ella era, es decir, en lo que en la percepción de una estamentalidad corrompida, era inferior, débil, pobre, incapaz, estaba su grandeza, su ser.

Al asumir su proporción en el mundo, Teresa de Lisieux descubrió la justicia que fundaría para la espiritualidad cristiana una vía que había quedado vedada con la destrucción de la proporción: la del “caminito”. Si ella se hubiese tratado a sí misma como una Santa Teresa o como uno de los robles del jardín del cristianismo, la injusticia del igualitarismo la habría apagado y jamás habría recuperado para el mundo cristiano la justa grandeza de lo que es diferente.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.