Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de mayo de 2010 Num: 794

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Diálogo en un cuadro de Magritte
JULIETA PIÑA ROMERO

Dos poemas
ANTONIS DEKAVALES

Los hispanistas rumanos
LEANDRO ARELLANO

José y Andrea Revueltas: de tal palo tal astilla
SONIA PEÑA

Rosalía de Castro, gallega universal
RODOLFO ALONSO

Poemas
ROSALÍA DE CASTRO

Arizona, la xenofobia y la ley
FEBRONIO ZATARAIN

Ley de odio
NATALIA ZAMORANO

Migrantes desaparecidos
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

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Columnas:
Jornada de Poesía
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EL CUENTO SEGÚN HAROLD BLOOM

LEO MENDOZA


Cuentos y cuentistas. El canon del cuento,
traducción de Tomás Cuadrado,
Harold Bloom,
Colofón-Páginas de Espuma,
México, 2009.

La publicación, en 1994,  de El canon occidental situó a Harold Bloom en el ojo del huracán. No tanto por el puñado de autores reconocidos como pilares de la tradición, como por el enfrentamiento con una forma de lectura muy de moda en ese entonces en el mundo académico; las lecturas referenciales que valoran las obras más por las virtudes periféricas antes que por las primordiales, las cuales, a decir de Bloom, son esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría. A más de una década de la publicación del libro capital de Bloom la polémica sigue en pie pero nadie puede poner en duda la inteligencia y la capacidad crítica con la que el autor explora y se acerca al hecho literario, como lo demuestran sus magníficos ensayos en torno a la obra de Shakespeare.

A finales del 2009 apareció, en español, Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, un abigarrado volumen que reúne buena parte de los textos que Bloom le ha dedicado a este género informe que, a decir del ensayista, carece aún de un Homero o un Shakespeare que le marquen la pauta. En realidad, el libro resulta bastante disparejo en cuanto al espacio dedicado  a cada uno de los 39 autores incluidos: algunos son despachados sin mayor trámite en un par de páginas mientras que  otros merecen un acercamiento más extenso, casi ensayístico, esto se debe a la procedencia de los textos que lo mismo han sido tomados de prólogos, como de notas críticas o de las presentación de grabaciones, como ocurre en el caso de Borges. Visto así, el volumen es lo más alejado a un libro doctrinal y el lector que llega hasta las últimas páginas, al breve comentario dedicado a Raymond Carver y a su relación con D.H. Lawrence, descubrirá que el canon prometido en el subtítulo no existe.

No obstante, a lo largo de los disímiles textos recogidos en el libro hay un elemento común que los une y está relacionado con uno de los principios críticos de Bloom, que éste suele utilizar: el de ese laberinto de las influencias (no hay que olvidar que ha dedicado uno de sus libros a este tema). A partir de éste, Cuentos y cuentistas se lee como una genealogía, una búsqueda de las influencias que se muestran o se esconden en los cuentistas modernos cuyo punto de partida es Chéjov aun cuando, en ocasiones, dicha presencia se entrelaza con el “modo kafkiano-borgeseano, de pesadillas fantasmagóricas”.

La misma manera como Bloom aborda los textos muestra las diversas influencias y los caminos que recorren los escritores, mientras los primeros autores estadunidenses dialogan o repudian a Emerson y Whitman hay otros cuyos textos pueden ser leídos como propuestas cabalísticas –el caso de Pushkin o de Kafka– mientras que otros más presumen haber descubierto una forma de contar cual si se tratase de las últimas palabras, que sería el caso de Borges. Algunas veces, Bloom va al texto mismo, como ocurre en los ensayos dedicados a  Melville, Poe y Hawthorne—, y desde ahí nos muestra las profundas enseñanzas que los cuentos encierran, esa sabiduría que ha alimentado a generaciones. En otros casos, el autor refuerza algunas de las imágenes que se tienen de ciertos autores: así, sin ser el mejor de su generación, Hemingway es el único que ha sido capaz de construirse como un mito mientras que Salinger es visto como un narrador sin muchas cosas por contar, razón por la que, muy probablemente, dice Bloom, abandonó la ficción.

Se esté de acuerdo o no,  leer este volumen resulta profundamente ilustrativo porque, las más de las veces, es una provocación para practicar ese ejercicio que es la simiente del canon: la relectura. Leer los textos de Bloom, releer a los autores seleccionados,  dialogar con ellos a la vez que con su interpretación, deviene un ejercicio que ninguno lector que se precie de serlo puede perderse.


LEER, PERO ESCUCHANDO

RICARDO YÁÑEZ

 


Il re Lámpago,
Ricardo Castillo,
Atemporia/Coordinación de Bibliotecas,
Públicas de Coahuila,
México, 2009.

No estoy seguro de lo que voy a decir, por lo menos no estoy seguro de estar en condiciones de comprobarlo: Ricardo Castillo es un poeta de culto. Y ciertamente vivo.

Heriberto Yépez no ha mucho, en alguna de sus colaboraciones para el suplemento Laberinto del diario Milenio se preguntaba, provocadoramente (retaba a responder), por algún escritor mexicano vivo (con altas, lo cual a mi ver implica un problemilla). Ahí está por lo menos el ahora maduro autor de El pobrecito señor X, su libro más difundido. Digo por lo menos y pienso que la cuestión no estriba tanto en un quién vive extraño sino en qué tan vivas puedan estar o no algunas zonas de la poesía contemporánea del país: qué vive.

En Il re Lámpago, quizá sobre todo en el disco adjunto, registro de voz con algún acompañamiento que yo definiría más como ritual que como espectacular, tenemos, me parece, parte de esa respuesta.

No la poesía como objeto cultural, o no tanto, sino como (¿estaré diciendo algo con esto?) ritual. Performance, sí, pero menos puesta en escena que en experiencia, la voz de Ricardo Castillo, como su presencia y movimientos corporales cuando en el escenario, sacude, asombra, mantiene atenta la atención poética.

Es mi creencia, o fe, que modo no hay de que tal determinada escritura no registre, de una manera u otra, tal determinada, específica voz. Y que cuando la voz en efecto procede de la experiencia poética, poesía es, el registro escritural correspondiente no puede evitar transmitir la vibración vital del arte de la palabra, que hablando de lo que hablamos consistiría más en profundización en el sonido y el sentido de la misma que en lo que suele entenderse como trabajo retórico –que lo suyo tiene de sofístico.

La retórica, de no vivirse como repertorio de fórmulas mágicas (o cuasi), caso no tiene. Es la transmutación de la materia (verbal, pero no sólo), sospecho, lo que debe ocuparla: el poeta, por ello, por ella, la lección retórica, debiera reconocerse, y nada más, espíritu.

Acercamiento al espíritu de la poesía es la materia de este libro, del disco que lo acompaña. Trabajo retórico desde luego que hay, puesto que el poeta juega con las palabras, con diversos lenguajes, inventando uno nuevo, el de su poesía, la poesía de este libro, pero asimismo el de la poesía: siempre lenguaje en nacimiento, siempre lenguaje renovado.

Poeta –imagino o lo sé, no lo sé– de culto, autor de búsquedas varias que incluso ha publicado un libro-juego, La máquina del instante de la formulación poética, escritor de una movilidad que permite citarlo: “y cuando lo pienso, nunca estuvo ahí”, Castillo no sólo sorprende, también convence, fluye y, yo digo, es.