Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de mayo de 2010 Num: 794

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Diálogo en un cuadro de Magritte
JULIETA PIÑA ROMERO

Dos poemas
ANTONIS DEKAVALES

Los hispanistas rumanos
LEANDRO ARELLANO

José y Andrea Revueltas: de tal palo tal astilla
SONIA PEÑA

Rosalía de Castro, gallega universal
RODOLFO ALONSO

Poemas
ROSALÍA DE CASTRO

Arizona, la xenofobia y la ley
FEBRONIO ZATARAIN

Ley de odio
NATALIA ZAMORANO

Migrantes desaparecidos
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Los hispanistas rumanos

Leandro Arellano

En nuestra etapa rumana dos canales de televisión exhibían telenovelas ininterrumpidamente: argentinas, australianas, americanas, brasileñas, colombianas, venezolanas y, la mayoría, mexicanas. El que fuesen presentadas con subtítulos daba a miles de personas, además de pasatiempo –la dictadura había acabado pero no las condiciones difíciles–, ocasión para algo más que adentrarse en nuestro idioma. Fue admirable ir descubriendo la cantidad de rumanos que aprendía español con sólo seguir esos programas de televisión.

A la par de su habilidad para aprender otras lenguas, los rumanos se muestran ufanos del origen latino de su idioma. Ovidio es la referencia literaria y lingüística por antonomasia de su prodigioso pasado. Mas no para allí la cosa, dado que su curiosidad se desborda en muchas direcciones, entre las que destacan, desde luego, la cultura y el arte.

Muy fresco nuestro arribo aún establecimos relaciones con los hispanistas de Bucarest. Aquel grupo se había formado profesionalmente durante el auge del boom latinoamericano y ha traducido lo mejor de la obra de los narradores hispanoamericanos. En nuestra época exploraban entre los autores jóvenes –el postboom, lo llamaban ellos– sin olvidar a otros creadores destacados.

En pocas semanas organizamos un ciclo de conferencias sobre escritores latinoamericanos en La Casa de América Latina, donde nos correspondió presentar una semblanza de Alfonso Reyes. Nos honró con sus comentarios Andrei Ionescu, un ilustre catedrático de la Universidad de Bucarest quien, por su físico y su palabra relampagueante y certera, de algún modo me evocaba a Martí. Nadie pensaría que no es español si lo escucha hablar en cualquier rumbo de Sevilla, Burgos o San Sebastián. Andrei es el traductor de Rulfo, Paz, Borges y otros clásicos de nuestra lengua.

A Coman Lupu –afable, agudo y escrupuloso– lo conocimos también a poco de nuestro arribo. En aquel momento era jefe del Departamento de Español de la Universidad de Bucarest y preceptor de docenas de estudiantes interesados en las letras hispanoamericanas. Su mirada miope ocultaba el hervor de proyectos que bullían en su cabeza y que se desplegaban más allá de él mismo. Y no podía ser menos si en una mesa redonda Andrea, su sabia mujer, deslumbró a un auditorio abarrotado con una penetrante exposición de literatura comparada.

Andando los días recibimos, junto con la invitación de la Editorial RAO, el programa impreso de la presentación de las memorias de García Márquez. En la lista de oradores figuraba nuestro nombre en primer sitio. La traductora del libro era Tudora Sandru, una mujer brillantísima y distinguida con quien habíamos conversado ya un par de veces en encuentros sociales. Desde que la conocimos habíamos retenido en la memoria que era ella la traductora de Rayuela, Yo, el supremo y otros libros decisivos de nuestra narrativa. El lanzamiento de Vivir para contarla tuvo gran resonancia en los medios del país. A partir de ese día nos reunimos a menudo con ella y Leonard, su marido, quien nos sorprendía una y otra vez con lúcidos comentarios sobre pintura.

Bastó luego mirar la sonrisa agraciada y la mirada apacible de Cornelia Radulescu para comprender por qué era ella la traductora de La llama doble. Con el cigarrillo permanente entre los labios o los dedos, una noche cuando los agasajamos con una cena mexicana hizo, al paso, un comentario patético. Dijo que durante el régimen de Ceausescu no habían tenido –se refería a su generación– otro pasatiempo que no fuera leer.

Y como el mar, Iliana Scipione nos salía al encuentro por todas partes. No recuerdo por qué motivo la conocimos. Además de la docencia trabajaba como intérprete en el Instituto Cervantes y recién había publicado un útil diccionario español-rumano-español. A nuestra salida de Bucarest se afanaba en una nueva traducción de Pedro Páramo, para celebrar el medio siglo de su publicación. Por esa fechas apareció, en la Editorial Pelerin, la Antología Poética de Hugo Gutiérrez Vega, traducida por Elena Liliana Popescu.

En otra ocasión recibimos una llamada de la Editorial Curtea-Veche para anunciarnos la inminente publicación de dos novelas de Carlos Fuentes, a quien deseaban convidar a Bucarest. A fin de cuentas Fuentes no pudo participar, pero el poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez viajó desde Madrid para acompañarnos en la presentación. El traductor de La silla del águila resultó ser el más joven del grupo de hispanistas. Culto y perspicaz, Horia Barna no se daba abasto para atender aquella mañana la conversación, el celular y el cigarrillo que continuamente le quemaba los dedos.

Bien que se ocupaba en tareas distintas por aquellos días Angela Martin, entonces vicepresidenta del Instituto Cultural Rumano, participaba con nosotros en distintas actividades. La convivencia y las circunstancias incluyen en este repaso a Livia Szász, de la Editorial Curtea Veche y Ovidio Enculescu, director de la Editorial RAO.

Sabíamos de la existencia de otros grupos que traducían del francés, del inglés, del alemán, del ruso, etcétera, pero la comunidad de intereses y el afecto hacía de los hispanistas un grupo extraordinario. Varios entre ellos no habían pisado jamás tierra hispanoamericana ni española, alguno ni siquiera había salido de su país.

Para todos ellos, estudiosos de nuestra cultura y nuestras letras, la cátedra y la traducción literaria son su modus vivendi. Grandioso ejemplo: no sólo no competían sino que se acompañaban y protegían.

Cultos, enormes, animosos, padecieron todos ellos la dictadura. Sonrientes, ávidos de novedades de nuestra literatura, parecía que evitaban recordar aquel pasado infausto. Sabían que la cultura es otra forma de la felicidad.

Esa cultura, como ha escrito Claudio Magris, no es únicamente una cualidad personal, sino que refleja el nivel de la clase intelectual rumana, la seriedad de su preparación, la amplitud de sus intereses y de sus conocimientos, el rigor y la apertura de su inteligencia.

Con el vino de Galati, la luna llena de los Cárpatos, dos que tres ciudades, los caprichos del Danubio y ciertos poetas, ellos encarnan el caudal mayor que rescatamos de Rumania.