Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de mayo de 2010 Num: 793

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La lucha en Las batallas en el desierto
ORLANDO ORTIZ

Por una lectura de vanguardia
ESTHER ANDRADI entrevista con RODRIGO REY ROSA

El rompecabezas de Nabokov
LAURA GARCÍA

Iván Bunin: el amor como una felicidad fugaz
OXANA KOVALEVSKAYA

Sergio Pitol y la nariz de la prosa rusa
JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

El agua y la Terraformación
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Perritos

Para Bea, su flaco socarrón y el Socio, príncipe vizsla

Los mexicanos decimos amar a nuestros perros, sea un chihuahua tembloroso, un mastín del Tíbet o un xoloncuiztle que, dicho sea de paso, antes devorábamos. Es cosa común y un poco tonta regalarle un perro al nene en su cumpleaños, aunque el nene nunca ha querido acercarse ni de lejos a un perro. Vemos perros en parques y avenidas, con o sin dueño. La colonia Condesa de Ciudad de México es como algunos barrios de París: las aceras rosario de cacas porque los perros echan fuera lo que comen, ya sea el pollito hervido que le da a su caniche la doña enferma de soledad o las croquetas de diseño que el yupi de Polanco sirve con religioso horario a su akita.

Hay un programa de moda en el canal Animal Planet que se llama El encantador de perros (Dog whisperer en inglés) y conduce un mazatleco emigrado a Estados Unidos que se llama César Millán, experto conductual de caninas psicologías, y va de casa en casa resolviendo casos de perritos necios, mordelones, ladradores, caprichosos, agresivos o meones que casi siempre terminan siendo nada más que ejemplos claros de cómo el exceso de mimos de sus dueños, usualmente gringos tontos y obsequiosos, transforma una mascota en odioso animalejo neurótico.

Nuestro país, sin contar la plaga que suponen los perros callejeros que es de suyo un grave problema de salud pública, está infestado de perros de ésos, perros neuróticos de casa de gente más o menos acomodada, y parecería que entre más dinero tiene el dueño y mejor casa puede ofrecerle, más insoportable se vuelve el perro. Como no a cualquier señora le gusta tener que hacerse cargo del perro que dejó de ser adorable para ser una pura calamidad peluda, suelen ser botados a su suerte en la azotea o un patio y terminan siendo roñosos bichos que dedican sus miserables vidas a reclamar la irresponsabilidad y la estupidez de aquellos que pensaron que un cachorrito apapachable se va a quedar así toda la vida, y que, como muñeco de peluche, nunca habría de excretar sustancias revulsivas. El del perrito ladrador es el síndrome del perro abandonado.


“Luk”

Tengo un conocido que, como yo, ama a sus perros grandes y feroces, excelentes guardianes de su casa y su familia, sólo que los suyos, como los míos, son perros educados que nunca molestan a nadie y casi nunca ladran sin razón, y me consta que cuando ladran –vamos, cualquier perro ladra, el chiste es que no se quede ladrando a lo tonto– los hace callar con una orden concisa e impepinable. Sus perrotes lo adoran, adoran a sus hijos, a su mujer y hasta a sus propios padres, son perros de convivencia ejemplar. Pero mi amigo tiene vecinos. Uno de sus vecinos es un burócrata de medio pelo que, con esa natural destreza trepadora de los politicastros se hace notar por la inexplicable celeridad de su riqueza; hace unos años se quejaba amargamente con su vecino –mi amigo– de no tener en qué caerse muerto y hoy en cambio estrena camioneta y guaruras a cada rato y, por cierto, ya ni saluda porque, según se cuenta, resulta que hoy es diputado federal. Y tiene perritos. Alguien le regaló hace un tiempo tres perritos: dos caniches blancos como las nubes y un chihuahua negro como el origen de sus dineros. Pero ni al señor diputado ni a su consorte parece interesarles mucho sus chuchos, y no sabiendo qué hacer con ellos cuando dejaron de ser cachorritos adorables, los subieron a la azotea de la casa. Desde donde ladran, a toda hora de la noche y del día, exactamente con el timbre agudo necesario para enloquecer al más ecuánime. Cuenta mi amigo que fue a pedirle al señor diputado, con la mayor de las cortesías, que hiciera algo al respecto, porque ya el asunto es de salud familiar y no se duerme en casa. El señor diputado guardó sus perritos una noche y tan tán. Allí siguen ladrando. Mi amigo no sabe qué hacer, porque el Gobierno de la Ciudad le dice que no se puede hacer nada y menos aún si el dueño de casa y perritos es príncipe legislador. Así que no sabe si ir a comprar un rifle de caza y hacer lo impensable –con los perritos, no con el diputado, claro–, mudarse con su familia y sus propios perros feroces pero calladitos, o de plano urdir un plan para que sus canes “accidentalmente” aterricen en la azotea de los perritos y se desgrane la masacre. O, inquiere lloroso, si será remotamente posible que el señor Millán haga visitas a domicilio en su olvidado terruño. Porque ya no aguanta los ladridos de los –pinches animalejos de mierda, masculla con pavorosa, mal contenida rabia y ojos inyectados– perritos del vecino.