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Ver día anteriorDomingo 16 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Las cuatro ces de Arturo Macías

A

reserva de enlistar mañana a algunos de los involucrados en El bofetón de Macías, gracias a su torera comparecencia del martes 11 al confirmar su alternativa en la Plaza de Las Ventas, de Madrid, y ante las confundidas o desvariadas apreciaciones, tanto aquí como en España, susceptible siempre en lo taurino, acerca de la ejemplar actuación del torero mexicano, van algunas consideraciones sobre tan insólita actitud.

Cabeza es la primera C del torero aguascalentense, al que buena parte de la crítica española ya encasilló entre los valientes como rasgo principal, si no es que único, de su tauromaquia. Pero a Arturo le sobra cabeza, capacidad para tener conciencia de lo que hace, porqué, con qué y para qué lo hace. Es un hacer pensado, meditado y llevado a la práctica, sostenido en su convicción y en su congruencia.

Heridas, fracturas y convalecencias de hasta cuatro meses cuando a punto estuvo de quedar paralítico, es el costo que ha tenido que pagar El Cejas por olvidarse de las ventajas, por no torear a cabeza pasada sino permitir que la de los toros pase por delante de su cuerpo sin mover los pies, independientemente de las embestidas, para susto incluso de quienes el martes 11 narraron por televisión la mansada de Martelilla.

Corazón es la segunda C de la personalidad torera de Macías, cuya actitud en los ruedos no se reduce al sentimiento, la entrega y al deseo de dejar huella en la fiesta de los toros, sino a un profundo compromiso espiritual, emocional y existencial de someter su corazón a nuevas, azarosas emociones delante de las reses, a pesar incluso de un medio taurino mexicano caracterizado por su amateurismo e inmadurez y un medio español proteccionista y receloso.

Cojones, la tercera C en el estilo torero de Macías, no es sólo valor espartano y fuerza interior en cada tarde, sino presencia de ánimo y compromiso con lo que piensa, dice y hace delante de los toros. Acostumbrados hace años a la indefinición y poca determinación de las figuras públicas en su proceder, a los mexicanos nos perturban las personalidades definidas y determinadas o, peor aún, nos parecen rasgos propios de otras latitudes y de otras razas. Una añeja tradición de enmascaramiento impide revelar rasgos e intenciones. De ahí que conmueva la actitud de José Tomás y desconcierte la de Arturo Macías, muy similar.

Por cierto, Antonio Corbacho, apoderado de El Cejas en España, fue el descubridor, primer maestro y apoderado de Tomás cuando novillero. Pero una cosa son los conocimientos sólidos y otra muy distinta la actual estatura taurina de México, sin argumentos para exigir reciprocidades. Acá, nuestros millonarios sin idea importan hace años toreros sin ton ni son; allá, desde Rodolfo Gaona, los empresarios se convencieron de que su fiesta es y debe ser primero para los españoles. Cuestión de autoestima y de organización.

Carisma, que es mucho más que simpatía, constituye la cuarta C de tan dotado diestro, el cual si los taurinos, antes que los toros, no disponen otra cosa, puede ser en corto tiempo un exponente internacional del toreo. Bien parecido, de buena planta, con una sonrisa y una sencillez naturales, Arturo tiene el don de atraer y, sobre todo, de conectar, de reflejar los sentimientos del tendido, más que de los entendidos. Si sus resueltas actuaciones de Valencia, Sevilla y Madrid no se traducen en nuevos y mejores contratos, que Macías se olvide de España. Aquí sin duda será una sólida figura tercermundista y dependiente, como otros, como su país.