Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de mayo de 2010 Num: 792

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La legión de Lucía
CARLOS MARTÍN BRICEÑO

Zona del Ecuador
DIMITRIS DOÚKARIS

Kurt Cobain: all apologies
ANTONIO VALLE

360 grados de U2 en Texas
SAÚL TOLEDO RAMOS

Torrentes de música ligera
ROBERTO GARZA ITURBIDE

La música, la audiencia y otras resonancias
ALONSO ARREOLA

Todo se escucha en el silencio
ALAIN DERBEZ

Iggy Pop, la esencia del punk
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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Gente de buen corazón

Para Damián, camaleón prodigioso

Un tipo gordo y mal encarado, el gesto congelado en mueca eterna, entra a una farmacia. Lleva casi cuatro días sin dormir, le revientan las sienes; es viejo cliente de remedios para migraña e insomnio, pero en estos últimos días el sufrimiento se agudiza. Es tensión nerviosa, le dice un médico que recién ha vuelto a consultar. El médico le receta calmantes que ya no le hacen nada. El hombre se siente mal, come poco, suda frío: tiene remordimientos pero es demasiado tarde. Él y treinta y siete personas más, gente común, peatones, empleados de restaurantes y zapaterías, compradores de baratijas y boletos de lotería son cómplices por omisión de un asesinato brutal. Treinta y ocho testigos de un asesinato –violación incluida– en plena vía pública. Simplemente no hizo nada. Miró, sí: hacia otro lado mientras hacía oídos sordos. Buscó una excusa. Tuvo prisa. Tuvo miedo. No tuvo redaños.

El gordo de la farmacia soy yo, haciendo lamentables pininos como actor insignificante, personaje de relleno. Por primera vez en mi vida una cámara me sigue los pasos mientras actúo convencido de que si me ve Damián Alcázar, seguro me llama un día a trabajar con él. La escena esta vez ha sido ficción, el rodaje de una película de bajo presupuesto que se titula Escrito con sangre y dirigió Fabrizio Prada, quien me invitó a derrapar en esa escena de su obra. Esa es mi única aparición y mi diálogo, que se reduce a exigir a la dependienta de la farmacia algo para la jaqueca, seguramente fue editado. Quizá editaron toda la escena y ni siquiera aparezco ya (afortunadamente). Pero la historia que inspiró esta modesta adaptación que truca Brooklyn por un céntrico barrio de Xalapa es real: en 1964 una mujer de treinta y ocho años, llamada Kitty Genovese, fue brutalmente acuchillada en tres ataques sucesivos por un tipo hasta este día aparentemente normal, Winston Moseley.

La sangre es tinta de buenas historias y el morbo vende. Malo cuando las historias, como la de Kitty Genovese, son reales. Hace unos días, en pleno –otra vez Nueva York– barrio de Queens, los transeúntes –ocho al menos– de la calle188 vieron derrumbarse sobre la acera a un hombre. Lo vieron boquear. Lo vieron pedir ayuda; lo vieron morir. Hubo, según reportes más bien confusos en la prensa, algunas llamadas de emergencia, pero en los hechos los uniformes de paramédicos y policías llegaron varias horas después, cuando la víctima era cadáver. Los hechos quedaron registrados por el ojo de una cámara de seguridad, y se puede apreciar cómo alguno se acerca al que agoniza, le da vuelta, mira el charco de sangre y se marcha. El muerto era un indocumentado guatemalteco de treinta y un años, llamado Hugo Alfredo Tale Yax. Lo acuchilló un tipo cuando aquel intervino en ayuda de una mujer a la que el tipo agredía en plena calle. El otro simplemente se volvió contra él y le clavó varias veces un puñal en pecho y vientre. El asesino y la mujer –también, registrados en cámara– tomaron direcciones opuestas en su huida. El buen samaritano, el caballero defensor de la dama, el pobre, inconsecuente metiche, simplemente se desangró allí mismo. Y nadie hizo nada por él.

En estos días en que buena parte de los estadunidenses conservadores, racistas y supremacistas abogan por una ley en Arizona que criminaliza a los indocumentados, una ley a todas luces dedicada a la caza mayoritariamente de mexicanos, uno no puede dejar de imaginar si Hugo Alfredo hubiera sido un blanco mormón y caucásico, como el senador republicano de Arizona responsable de la polémica ley, Russell Pearce, quien gusta de fotografiarse con neonazis como J. T. Ready, o si hubiera sido italoamericano como Joe Arpaia, el alguacil del condado de Maricopa, famoso por su odio racial a los mexicanos –hijo de inmigrantes napolitanos él mismo–, o blanquito y de ojos claros como Jan Brewer, la gobernadora de Arizona, y no solamente un chaparrito de piel cobriza y buenas intenciones, seguramente la ayuda hubiera llegado con la eficacia que vemos en las series de televisión, donde los uniformados no discriminan a nadie por su apariencia de latinoamericano, aunque sus mayores en la burocracia del imperio les ordenen precisamente, con leyes draconianas como las de Arizona, cazar a la gente por el color de su piel. Cualquiera hubiera pensado –y más con un presidente afroamericano como ahora– que los gringos habían empezado a superar su racismo atávico e imbécil. Hugo Alfredo Tale, el buen samaritano de Queens, trágicamente vino a enterarse de que no.